El general sin miedo
La actuación de humberto delgado y EL papel de su Movimiento revolucionario
Detrás De la utópica
peripecia del secuestro del transatlántico Santa Maria estuvo desde el principio hasta el final la sombra activa del general portugués Humberto Delgado (abajo, a la izqda., con Henrique Galvão en el buque). En 1958 había competido con el candidato salazarista Américo Tomás y ganado las elecciones presidenciales. Pero un pucherazo a la hora del recuento, realizado desde el oscurantismo de la dictadura, en medio de fuertes protestas internas y externas, le robó el triunfo. Ante la persecución posterior de que fue objeto, tuvo que refugiarse en la embajada de Brasil, y semanas más tarde logró ser acogido como exiliado en Venezuela.
el creador Del Dril
A caballo entre Caracas y Brasilia, se saltaba las reglas del exilio para promover la lucha contra el salazarismo y, de rebote, también contra Franco. En Venezuela consiguió au nar, bajo el prestigio que le valía el apodo de “El general sin miedo”, a muchos portugueses y españoles de diferentes ideologías. Todos compartían el rechazo a las dos dictaduras peninsulares. Su principal iniciativa fue la creación en 1959 del DRIL (Directorio Revolucionario Ibérico de Liberación), la organización que dos años más tarde ejecutaría el secuestro del Santa Maria.
ocultados por el régimen
El DRIL fue una de las múltiples iniciativas políticas que surgieron tanto en España como en Portugal para derribar las dictaduras que hacían de la península ibérica el último reducto del fascismo en Europa. En España, tuvo su principal arraigo en Galicia, donde uno de sus líderes, José Velo, gozaba de prestigio entre los republicanos. Su dirección, compartida por Velo y Delgado, estaba en América, y el grueso de su militancia lo formaban exiliados. No obstante, en España, donde su nombre y siglas apenas eran conocidos, llevó a cabo algunas acciones de lucha terrorista que la prensa del régimen silenció sistemáticamente.
atentados en madrid
Como recuerda en su blog Román Sánchez Morata, en una recopilación histórica de su actividad, el DRIL cometió varios atentados terroristas en Madrid. El más importante fue el 18 de febrero de 1960, en que hizo estallar tres bombas que no causaron víctimas, mientras que una cuarta le estalló en las manos al activista que la portaba y murió en el acto. Otro miembro del grupo fue detenido, juzgado por un tribunal militar, condenado e inmediatamente ejecutado.
escaso recorrido
El DRIL sobrevivió al fracaso del secuestro del Santa Maria durante tres años. A lo largo de este tiempo, tanto en España como en Portugal apenas se hizo notar con acciones relevantes. Fue disuelto en 1964. Humberto Delgado acabó asesinado por la PIDE (la policía secreta salazarista) en Badajoz, y José Velo murió de muerte natural en 1972 São Paulo, donde había creado una librería.
quebote. Aunque carecía de experiencia, tenía conocimientos de náutica que garantizaban que los mandos, y concretamente el timón, estarían en manos capaces. Otros obstáculos aparentemente menores, en cambio, se vislumbraban más difíciles. El comando necesitaba dinero para pagar sus veinticuatro pasajes y adquirir armas. Tardaría varios meses en conseguirlo. Para financiar el proyecto, se pensó al principio en pedir ayuda a la Cuba de Fidel Castro, muy dispuesta a colaborar con los movimientos revolucionarios que estaban surgiendo por toda Latinoamérica, y más concretamente al Che Guevara, presidente por entonces del Banco Nacional. Pero el anticomunismo de Henrique Galvão, lo mismo que la falta de identidad de Velo con el Partido Comunista Español, desaconsejaba esa posibilidad.
Por su parte, el gobierno de la República en el exilio no quiso contribuir a una iniciativa que a unos les parecía descabellada y a otros utópica. Todos estaban de acuerdo en considerarla producto de la desesperación de combatientes demócratas, y, como tal, condenada al fracaso. Pero la obstinación de los promotores con la búsqueda de ayudas acabó por superar las dificultades. Muy en precario, los miembros del DRIL se lanzaron finalmente a una aventura en la que habían depositado muchas esperanzas.
rebelión “cordial”
La idea, en líneas generales, se anticipaba a las luchas por la independencia que, a juicio de Galvão y Velo, no tardarían en estallar en las colonias que tanto Portugal como España aún mantenían en África, a diferencia de lo que hacían Gran Bretaña, Francia o Bélgica. El plan consistía en secuestrar el barco y dirigir su rumbo hacia Luanda (Angola) y luego a Malabo (Guinea Ecuatorial). Desde ambas capitales se emprendería una rebelión que implicaría el fin de las estructuras que sostenían en la península las dos dictaduras. Se daba por sentado que los gobiernos democráticos de la OTAN se sumarían al plan. Galvão aseguraba a sus compañeros que contaba con el respaldo en firme de Estados Unidos. José Velo, el estratega con las ideas más claras, estableció unas reglas destinadas a que la operación se afianzara como una iniciativa exclusivamente política. No debía ser confundida con una declaración de guerra ni con un acto de piratería. La conducta de los miembros del comando tendría que ser impecable. Antes que nada, harían un inventario de la caja de caudales y de bienes materiales para que al final todo fuera devuelto religiosamente. El trato con los tripulantes sería afable y cordial, de forma que fuera posible ganar su confianza y ayuda. Se le cambiaría el nombre al barco por el de Santa Liberdade (libertad en portugués y gallego), y el régimen interno sería el republicano. Desde el momento en que el comando tomase el control de la embarcación, se izaría una pancarta gigante con el logoti-
po del DRIL. Aunque se respetarían las clases en los pasajes, en prueba de respeto a la igualdad de las personas, los de tercera podrían moverse con libertad por todo el barco y disfrutar de los servicios que antes tenían prohibidos, como la piscina. Nadie debería temer por su seguridad ni sentir que algún derecho suyo había sido violado. También se respetaría la propiedad de la empresa armadora. Una de las medidas que despertó mayor debate fue el mantenimiento de la misa diaria a bordo, que finalmente se mantuvo.
tiros imprevistos
Al fin llegó el día. El Santa Maria había atracado en el puerto venezolano de La Guaira. En la noche del 21 al 22 de enero de 1961, mientras 612 pasajeros con distintos destinos europeos hacían cola en el muelle para embarcar, 20 hombres de entre dieciséis y sesenta años se colaron y se dirigieron hacia los camarotes. Entre ellos se encontraban los hijos adolescentes de Velo y Sotomayor. Galvão era un personaje bastante conocido en Caracas. Para evitar que su presencia en el puerto despertase alguna sospecha, se desplazó junto con otros tres miembros del comando hacia Curazao. Allí embarcó en el Santa Maria unas horas más tarde. Nadie en la capital de Venezuela sospechó nada de lo que se preparaba. Si algún servicio de inteligencia lo sabía, no lo denunció. Completado el comando y con una evidente falta de coordinación operativa de sus miembros, los secuestradores penetraron en la sala de máquinas y el puente de mando a las dos menos cuarto de la madrugada. Aprovecharon que el capitán del barco, Mário Simões Maia, se había retirado a descansar. La orden era apoderarse de la nave de manera pacífica, pero, en la confusión creada, se produjeron algunos disparos entrecruzados de las escasas armas que utilizaban los asaltantes, entre los que no reinaba el entendimiento. El breve tiroteo, que intimidó a la tripulación de guardia que ofreció resistencia, cambió en pocos segundos los planes de Galvão: se sobresaltó al pasaje en pleno sueño, murió el contramaestre, João José do Nascimento Costa, y dos oficiales resultaron heridos. Uno de ellos, José Peres de Sousa, de gravedad. Cuando los mandos estuvieron en su poder y comprobaron que los tripulantes se sumaban de forma temerosa, y alguno eufórica, a sus argumentos políticos, pusieron en marcha el plan previamente establecido. La acción debía pasar inadvertida el mayor tiempo posible para que el barco navegara en secreto hasta adentrarse en el océano, hacia las costas africanas. Cortadas las comunicaciones por radio, se empezó a navegar en zigzag para evitar los radares, aunque este sistema implicaba una pérdida de tiempo. Pero la contrariedad indeseada que había supuesto un tiroteo con víctimas hizo estallar las primeras discrepancias entre Galvão, por una parte, y Velo y Sotomayor, por la otra. Mientras tanto, el médico de a bordo llamó la atención sobre la gravedad del oficial herido y acerca de un pasajero aquejado de una dolencia que no podía tratarse por falta de remedios en el botiquín. Ante la insistencia del doctor, los líderes del secuestro discutieron acaloradamente sobre si detenerse en el puerto y desembarcar a los que necesitaban asistencia urgente. En ese caso, se echaría por tierra anticipadamente el secreto de la operación.
La otra opción era seguir adelante, con la responsabilidad de conciencia de haber dejado morir a dos personas. Al fin, se impuso la tesis humanitaria y se fletó un bote de salvamento para trasladarlas desde alta mar al puerto de Castries, en la isla británica de Santa Lucía.
la orden era tomar la nave De forma pacífica, pero en pocos segundos todo se Complicó
alerta internacional
Al llegar a tierra, los tripulantes de la embarcación, interrogados por las autoridades locales, revelaron lo que estaba ocurriendo a bordo del Santa Maria. La alarma cundió con rapidez. Los representantes del armador informaron a Lisboa, y las autoridades, a Londres. El almirantazgo británico ordenó al destructor Rothesay, anclado en Santa Lucía, que zarpase en persecución del navío secuestrado. Varios gobiernos se apresuraron a adoptar medidas para intentar poner a salvo a los ciudadanos de sus países que se hallaban a bordo: 239 españoles, 179 portugueses, 87 venezolanos, 44 holandeses, 35 norteamericanos...
Al tratarse de un barco portugués y hallarse al frente del comando rebelde un militar de esa nacionalidad, el conflicto se contemplaba en exclusiva como una acción contra el régimen de Oliveira Salazar. Pero, a nivel internacional, preocupaba la seguridad de los pasajeros. El gobierno de Lisboa envió dos barcos de guerra para perseguir al Santa Maria, incluso con la orden de hundirlo si no acataba la orden de rendirse. Las autoridades lusitanas solicitaron ayuda de Gran Bretaña y de Estados Unidos, aliados en la OTAN, contra lo que consideraban un regreso de la piratería al que había que hacer frente. Los norteamericanos desplazaron a la zona una escuadrilla de la Segunda Flota, encabezada por los destructores Wilson y Damato, al mando del almirante Dennison. También desplegaron una amplia cobertura aérea que permitió localizar al Santa Maria, después de casi tres días de búsqueda, y mantenerlo bajo control el resto de la singladura. Holanda, por su parte, envió la fragata Van Astel, que se hallaba anclada en Las Antillas, para sumarse a su seguimiento. En esos momentos, el Santa Maria ya había cambiado su ruta y navegaba en paralelo a las costas sudamericanas. España, entre tanto, remoloneó, alegando que se trataba de una acción de piratería internacional en las convulsas aguas caribeñas. Las autoridades franquistas obviaron que al frente de la operación se hallaban también combatientes demócratas españoles que luchaban para liquidar su propia dictadura. La prensa controlada por el régimen en ningún momento informó del carácter político del secuestro, y, como era costumbre, atribuyó al comunismo y a la masonería la participación de terroristas hispanos. Los nombres de Velo y Sotomayor fueron sistemáticamente ignorados. Como un país más que velaba por sus ciudadanos, España envió el crucero Canarias, que se hallaba en Ferrol. Para cuando se acercó al Santa Maria, ya se estaba produciendo el desenlace del secuestro.
la mediación americana
En Washington acababa de tomar posesión de la presidencia John F. Kennedy, que se estrenaba en el Despacho Oval con el secuestro de una embarcación civil de un país antidemocrático, pero aliado. También por esos días, en Brasil asumía el gobierno Jãnio Quadros. En el barco, entre tanto, un sabotaje sutil, urdido por el capitán apartado del mando, Mário Simões, reducía con gran rapidez las reservas de agua y combustible. Ante el racionamiento que se anunciaba, el pasaje, que había soportado estoicamente la incertidumbre gracias a los discursos tranquilizadores de José Velo, empezaba a impacientarse y a crear problemas. Una vez localizado, el barco secuestrado se encontró en cuestión de horas rodeado por una decena de unidades navales de diferentes banderas, con abundante armamento y una dotación total de más de ocho mil hombres dispuestos a hacerle frente. Todo parecía indicar que en cualquier momento el Santa Liberdade sería abordado, liberado el pasaje y detenidos los
secuestradores. Pero, en Washington, un informe jurídico elaborado por el Pentágono había concluido que, en contra de las alegaciones portuguesas, no se trataba de un acto de piratería ni de un hecho criminal, sino de una iniciativa de carácter político encaminada a poner fin a una dictadura. Desde ese momento, la presencia de las unidades norteamericanas pasó de cumplir órdenes para ejercer una persecución a convertirse en una protección de la seguridad de los pasajeros. En estas circunstancias, una negociación internacional, tutelada por los norteamericanos, abrió la vía para una solución pacífica. No era lo que el gobierno de Salazar reclamaba, pero tuvo que acabar plegándose y ceder a la práctica totalidad de sus exigencias. Los responsables del secuestro accedieron a recibir a bordo a un representante del almirante Dennison, el contralmirante Allan Smith, para negociar con él la rendición. Smith fue recibido a bordo con los himnos de Estados Unidos, Portugal, la República Española y el nacionalismo gallego. El estadounidense los escuchó impertérrito, en posición de firmes, pero sin entender nada de tanta parafernalia. El gobierno de Franco no tuvo protagonismo alguno en aquellas negociaciones, y se limitó a dejar que otros le solucionasen el problema, con la suerte en juego de 239 españoles.
Los secuestradores ofrecían liberar el pasaje a cambio de quedarse con el barco para poder continuar hacia África, como era su proyecto inicial. Pero el intermediario americano se opuso, y, al cabo de tres horas de negociación, aquellos acabaron desistiendo de su empeño: despidieron al pasaje con una fiesta en la que
para Cuando el Crucero español se acercó, ya se estaba produciendo el Desenlace Del asunto
se sirvieron todos los manjares que quedaban en las despensas del barco. El presidente Jãnio Quadros contribuyó al arreglo, concediendo a los secuestradores el asilo en Brasil que les había prometido entre vahos de alcohol. Ni Henrique Galvão, fallecido en 1970, ni José Velo, dos años más tarde, vivieron para ver la democracia implantada en sus países.