¡Que gane el Mejor!
No es de extrañar que los antiguos griegos fueran un pueblo competitivo. Pese a compartir dioses y lengua, estaban divididos en ciudades-estado, que se enzarzaban en sangrientas disputas. Pero también competían por cuestiones baladíes. Los juegos atraían a miles de espectadores de lugares remotos hacia Olimpia, Delfos o Nemea. Dramaturgos como Sófocles o Esquilo medían su talento en certámenes. Políticos y oradores se derrotaban unos a otros en el ágora. La victoria era tan vital que hasta tenía su propia diosa, Niké. Ni siquiera la muerte ponía fin al concurso: las tumbas de los más ricos rivalizaban en opulencia. Entre ellas, triunfó el mausoleo de Halicarnaso, una de las siete maravillas de la Antigüedad, cuyas estatuas, cedidas por el British Museum, se exhiben fuera de Londres por primera vez.