El príncipe de la revolución
Kropotkin y la recuperación de su pensamiento
Por lo general, el marxismo ha disfrutado de una amplia hegemonía en el mundo académico. El anarquismo, en cambio, ha quedado postergado, caricaturizado como algo propio de rebeldes violentos e irracionales. Un historiador del calibre del británico Eric Hobsbawm, reconocido comunista, llegó a decir que su “pedigrí intelectual” no merecía estudiarse.
Y, sin embargo, es posible encontrar toda una tradición libertaria de pensadores con una contribución imprescindible para las ciencias sociales, como el geógrafo Élisée Reclus. Recuperar esta corriente de crítica al Estado es lo que se ha propuesto el experto Jim Mac Laughlin con el estudio de una figura excepcional, el príncipe ruso Piotr Kropotkin (18421921; a la izqda., junto a su mujer, en una foto de 1913).
Un innovador
En Kropotkin y la tradición intelectual anarquista nos hallamos ante una vida insólita, la de un hombre que pasó de ser un aristócrata rodeado de cientos de sirvientes a convertirse en un apóstol de la revolución. Para sus admiradores, no había duda de que era un santo sin Dios. No obstante, hubo quien le reprochó centrarse demasiado en el mundo de las ideas, en perjuicio de la subversión práctica. Sin caer en reduccionismos, propios de las biografías psicológicas, Mac Laughlin proporciona claves personales que sirven para entender la trayectoria política posterior. No en vano, el autor de La conquista del pan, antes de cuestionar la sociedad capitalista, tuvo que alzarse contra un padre tiránico. Su contribución fue innovadora en distintos sentidos. Mientras Marx creía que los obreros industriales serían el sujeto de la revolución, Kropotkin valoró la importancia del campesinado para el cambio social. Por otra parte, propuso una pedagogía avanzada que, frente a la memorización, despertara en los niños la curiosidad por la naturaleza. Respecto a la enseñanza de la historia, se mostró muy crítico con los relatos que ensalzaban categorías como la nacionalidad o la raza. Y, como buen anarquista, se mostró siempre alerta contra el peligro de que la utopía pudiera degenerar en totalitarismo.