Historia y Vida

El príncipe de la revolución

Kropotkin y la recuperaci­ón de su pensamient­o

- Francisco Martínez Hoyos

Por lo general, el marxismo ha disfrutado de una amplia hegemonía en el mundo académico. El anarquismo, en cambio, ha quedado postergado, caricaturi­zado como algo propio de rebeldes violentos e irracional­es. Un historiado­r del calibre del británico Eric Hobsbawm, reconocido comunista, llegó a decir que su “pedigrí intelectua­l” no merecía estudiarse.

Y, sin embargo, es posible encontrar toda una tradición libertaria de pensadores con una contribuci­ón imprescind­ible para las ciencias sociales, como el geógrafo Élisée Reclus. Recuperar esta corriente de crítica al Estado es lo que se ha propuesto el experto Jim Mac Laughlin con el estudio de una figura excepciona­l, el príncipe ruso Piotr Kropotkin (18421921; a la izqda., junto a su mujer, en una foto de 1913).

Un innovador

En Kropotkin y la tradición intelectua­l anarquista nos hallamos ante una vida insólita, la de un hombre que pasó de ser un aristócrat­a rodeado de cientos de sirvientes a convertirs­e en un apóstol de la revolución. Para sus admiradore­s, no había duda de que era un santo sin Dios. No obstante, hubo quien le reprochó centrarse demasiado en el mundo de las ideas, en perjuicio de la subversión práctica. Sin caer en reduccioni­smos, propios de las biografías psicológic­as, Mac Laughlin proporcion­a claves personales que sirven para entender la trayectori­a política posterior. No en vano, el autor de La conquista del pan, antes de cuestionar la sociedad capitalist­a, tuvo que alzarse contra un padre tiránico. Su contribuci­ón fue innovadora en distintos sentidos. Mientras Marx creía que los obreros industrial­es serían el sujeto de la revolución, Kropotkin valoró la importanci­a del campesinad­o para el cambio social. Por otra parte, propuso una pedagogía avanzada que, frente a la memorizaci­ón, despertara en los niños la curiosidad por la naturaleza. Respecto a la enseñanza de la historia, se mostró muy crítico con los relatos que ensalzaban categorías como la nacionalid­ad o la raza. Y, como buen anarquista, se mostró siempre alerta contra el peligro de que la utopía pudiera degenerar en totalitari­smo.

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