Arte
JASPER JOHNS
Cómo convertir lo cotidiano en misterioso.
Aese hijo de perra podrías darle dos latas de cerveza y sería capaz de venderlas”. Este comentario despectivo lo hizo el pintor Willem de Kooning refiriéndose a su propio marchante, Leo Castelli. Un jovencísimo Jasper Johns, que lo oyó de pasada, decidió aceptar el reto. “Qué escultura, dos latas de cerveza. Me pareció que encajaba perfectamente con lo que estaba haciendo, así que las hice... y Leo las vendió”. La anécdota ilustra a la perfección el relevo generacional que se gestaba en Estados Unidos a finales de los años cincuenta. Nueva York era el templo del arte, el Ex presionismo Abstracto, su evangelio, y De Kooning, Jackson Pollock o Mark Rothko se contaban entre sus profetas. El arte debía ser trascendente, profundo, críptico y, ante todo, intensamente personal. “Nuestra función como artistas es hacer que el espectador vea el mundo a nuestra manera, no a la suya”, reza un manifiesto del grupo, publicado en 1943 en el New York Times. Absortos en representar lo sublime con viscerales pinceladas, los expresionistas abstractos se quedaron perplejos ante la llegada del Pop Art, con sus latas de sopa, sus celebrities de papel cuché, sus cómics y su culto a lo banal. ¿El arte era, de pronto, una broma?
No exactamente. Al menos, no para Jasper Johns, que saltó a la fama gracias a su reproducción de una bandera estadounidense en tres pedazos de sábana. Más tarde vendrían otras enseñas y su famosa serie de dianas. Preguntado por su significado, el artista replicó que aspiraba a pintar “cosas que la mente ya conoce”. Lo que sabemos sobre su método de trabajo no es mucho más revelador: “Tomo un objeto.
Le hago algo. Le hago algo más”. La cuestión es ¿qué pasa cuando alguien decide reproducir en un cuadro un objeto bidimensional, como una diana o una bandera? El resultado son pinturas pensadas para colgar de las paredes de un museo que, al mismo tiempo, se confunden con los objetos que representan. Podríamos arrojar dardos a la diana o desfilar ante la bandera. ¿Dónde está la frontera entre un objeto reconocible y su representación? Esta es, ni más ni menos, la clase de pregunta que plantea toda la obra de Jasper Johns. Pintando aquello que “la mente ya conoce”, Johns convierte lo cotidiano en misterioso y hace que nos fijemos con atención en cosas que, por lo general, no miraríamos dos veces. No todo son dianas y banderas. Johns también nos insta a reflexionar sobre la naturaleza de los números y las letras. ¿Qué pasa si escribimos la palabra “azul” en letras de color rojo? Un cuadro que contiene cifras ¿es arte o es álgebra? Contemplarlo ¿nos obliga inconscientemente a contar? El artista consigue que nos cuestionemos incluso la propia naturaleza de una obra pictórica. Si rajo un lienzo pintado e introduzco dos esferas en la ranura, ¿estoy ante una pintura o ante una escultura? Pregúntenselo mientras contemplan Pintura con dos bolas. Si coloco una escoba sobre un cuadro aún fresco (Casa de locos) y la arrastro por el pigmento, ¿la convierto en un enorme pincel? La mano del pintor o sus herramientas ¿forman parte de la obra? Todo aquello que damos por sentado es una fuente de incertidumbre para Jasper Johns, que a sus 87 años sigue trabajando y exponiendo sin dar explicaciones. Si le piden respuestas filosóficas, se encoge de hombros: “Yo solamente hago las pinturas”.