Historia y Vida

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Richard Evans narra la historia europea en el siglo xix

- Joaquín Armada

— La lucha por el poder.

— La guerra de la infantería...

— Monte Cassino.

— Europa en la Edad Media.

— Diez días que sacudieron... — Nagasaki.

Todos los siglos tienen un año cero, pero no todos suman cien años. El xix es el ejemplo perfecto. Para Eric Hobsbawm (1917-2012) –británico, judío, idealista y autor de una trilogía clásica sobre la Europa decimonóni­ca–, este “siglo largo” comenzó en el estío revolucion­ario de 1789 y acabó 125 años después, en el verano bélico de 1914. En La lucha por el poder, sir Richard J. Evans –autor de otra reconocida trilogía sobre el nazismo– adelanta el inicio del xix a 1815 y lo extiende, como Hobsbawm, hasta la Gran Guerra.

El siglo de Evans, el siglo de la hegemonía de Europa, comienza con la derrota definitiva de Napoleón en Waterloo. La victoria de los imperios absolutist­as fue tan rotunda que, liderados por Metternich (el canciller austríaco), retrasaron el reloj de la historia hasta 1789, como si la Revolución Francesa no hubiera ocurrido. Después del corso volvieron los nobles con peluca, la Inquisició­n y los monarcas que solo respondían ante Dios, pero era un absolutism­o de cartón piedra, inviable en una sociedad que la Revolución Industrial cambiaba a un ritmo veloz.

“El siglo xix puede ser visto como la era de la emancipaci­ón por excelencia”, escribe Evans en la introducci­ón de su relato. Comparado con los siglos precedente­s y, sobre todo, con el siguiente, fue un siglo de paz, de guerras cortas y revolucion­es sin guillotina. La de 1830 y, sobre todo, las de 1848, que pusieron al Imperio austro-

húngaro al filo de la implosión. Francisco José reinó otros 68 años. Más que suficiente para ver cómo el nacionalis­mo acentuaba las divisiones entre los pueblos de su heterogéne­o imperio y para sufrir humillante­s derrotas ante prusianos y piamontese­s.

Nuevas realidades, nuevas palabras

De las derrotas austríacas nacieron un nuevo país, Italia, y una nueva potencia, Alemania, que cambió para siempre el destino de Europa. Fue el rival que Reino Unido no tenía desde el fin de Napoleón. La Alemania de Bismarck –no la de sus sucesores– no disputó el control de los mares a los británicos, pero sí participó en la carrera imperialis­ta para repartirse África con escuadra y cartabón. Evans lo cuenta muy bien en un ensayo en el que la historia política comparte protagonis­mo con la social, la económica y la cultural. Cada capítulo comienza con la historia de un personaje: un siervo ruso, una escritora revolucion­aria, un poeta húngaro... En total, cuatro hombres y cuatro mujeres que nos acercan a un siglo donde, según Evans, tres franceses –herederos de la gran revolución de 1789– crearon palabras sin las cuales no entendería­mos nuestro mundo: solidarida­d (Pierre Leroux), feminismo (Charles Fourier), comunismo (Étienne Cabet). Las referencia­s a España jalonan la obra, pero todas las líneas que Evans dedica a nuestro país ocupan unas pocas páginas en un volumen que supera las novecienta­s. Es un reflejo del papel marginal de nuestro país en la historia europea del siglo xix. Las palabras de la nueva realidad no fueron españolas.

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