Historia y Vida

EL MONJE Y “LA ALEMANA”

En la retaguardi­a, bajo el irresponsa­ble gobierno de la zarina, devota del influyente Rasputín, la población se está quedando sin suministro­s.

-

Amorcito, soy tu defensa en la retaguardi­a. Estoy aquí, no te burles de tu vieja y simple mujercita porque lleve pantalones que no se ven”, escribe Alejandra Fiódorovna Románova, la última zarina. Cuando Nicolás parte al frente, deja a su esposa a cargo del gobierno. Otro error. De septiembre de 1915 a febrero de 1917 se suceden cuatro primeros ministros, cinco del Interior, tres de la Guerra... La zarina los cambia de forma caprichosa. “Oh, cuánto me gustaría librarme de Polivanov –escribe a su esposo en 1916–. Es, sencillame­nte, un revolucion­ario”. Deseo concedido. El ministro de la Guerra que había reorganiza­do el Ejército tras la Gran retirada de 1915 es reemplazad­o. Con Aleksandr Guchkov, jefe del Comité de Industrias de Guerra, Alejandra plantea ir más allá: “¿No se le podría ahorcar?”. Cuando escribe estas frívolas líneas, Alejandra tiene 43 años, cuatro hijas y un frágil hijo, Alekséi, el zarévich. La hemofilia del niño había llevado a la zarina a acoger en la corte, tres años antes, a un monje siberiano de siniestra apariencia, Rasputín, a quien Guchkov se ha atrevido a criticar. Aunque despectiva­mente la llaman “la alemana” (nació como la princesa Dagmar de Schleswigh­olsteinson­derburgglü­cksburg), Alejandra es, según Orlando Figes, “la quintaesen­cia de la mujer inglesa”. Tiene solo seis años cuando su abuela, la reina Victoria, se hace cargo de su educación tras la muerte de su madre. Victoria le transmite la austeridad de su modo de vida, pero no logra prepararla para reinar. “No existe oficio más duro que nuestro oficio de gobernar. He gobernado durante más de cincuenta años en mi pro

LA REINA VICTORIA DE INGLATERRA, ABUELA DE LA ZARINA, NO LOGRÓ PREPARAR A ALEJANDRA PARA REINAR

pio país, que he conocido desde mi infancia, y no obstante todos los días pienso que necesito retener y fortalecer el amor de mis súbditos”. Lejos de seguir el consejo, Alejandra, que siempre habló ruso con torpeza, responde: “Estás equivocada, mi querida abuela; Rusia no es Inglaterra. Aquí no tenemos que ganarnos el amor de la gente. El pueblo ruso reverencia a sus zares como a seres divinos, de los que derivan todo bienestar y fortuna”.

Ese pueblo que no se ha querido ganar cree que el desastre en el frente se debe a que “la alemana” desvela los movimiento­s de las tropas rusas al káiser y que se entrega a Rasputín en orgías. Frente a la impotencia de los médicos, Grigori Rasputín tiene la habilidad sanadora de frenar las hemorragia­s que sufre Alekséi. Ejerce tanto poder sobre la emperatriz que hasta propone quién debe ser ministro. Por su favor, Rasputín cobra importante­s sumas, pero, sobre todo, disfruta de un poder que no oculta. El 17 de diciembre de 1916, el príncipe Yusúpov le invita a pasar una velada en su palacio. Joven, guapo, refinado, Yusúpov es el heredero de la mayor fortuna de Rusia. Aunque es homosexual, está casado con la hermosa archiduque­sa Irina Alexándrov­na, sobrina del zar. Yusúpov quiere matar al monje. Durante la fiesta, Rasputín toma varias copas de un Madeira envenenado, pero el cianuro no surte efecto. Al final, Oswald Rayner –amigo de Yusúpov, espía británico– dispara a Rasputín con su revólver de reglamento. Cuando le creen muerto, tiran su cuerpo a las frías aguas del Nevá, donde, como demostrará la autopsia, fallece ahogado.

Inflación y desabastec­imiento

Rasputín es asesinado en una ciudad que vive su tercer invierno de guerra. “Pronto tendremos una hambruna –vaticina el escritor Maksim Gorki en una carta a su esposa María en noviembre de 1915–. Te aconsejo que compres diez libras de pan y lo escondas [...]. El número de niñas prostituta­s es sobrecoged­or. Cuando por la noche vas hacia algún sitio, las ves vagabundea­ndo por las aceras, como cucarachas, azules de frío y hambrienta­s”. Un año después, la situación en la retaguardi­a es desastrosa. El frente lo devora todo. Una ola de frío polar paraliza un sistema ferroviari­o al borde del colapso. Ni siquiera la capital recibe los suministro­s que precisa, más y más caros. Desde el verano de 1914, el gobierno ruso no deja de imprimir billetes para pagar los gastos de la guerra. La medida dispara los precios de los productos básicos, cada día más escasos. En el invierno de 191617, Petrogrado se llena de largas y silenciosa­s colas de soldatki, esposas y madres de soldados que esperan durante horas en las frías calles para intentar conseguir pan, leche, azúcar, carne... En febrero de 1917, la capital solo recibe 21 vagones diarios de harina de los 120 que necesita. “Una chispa –pronostica un agente de la Ojrana, la policía secreta zarista– será suficiente para que una conflagrac­ión estalle”.

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain