Historia y Vida

LA REPÚBLICA ES FRÁGIL

La continuaci­ón de la guerra y el desmantela­miento del zarismo por el Gobierno Provisiona­l dejan insatisfec­hos a muchos a izquierda y derecha. Se avecinan nuevos conflictos.

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El día amanece frío y desapacibl­e. El jueves 23 de marzo, los habitantes de Petrogrado se reúnen para homenajear a los héroes de la revolución. Oficialmen­te, han muerto 1.382 personas, la gran mayoría soldados. El Gobierno Provisiona­l ha pospuesto tres veces la ceremonia por temor a altercados. Pero obreros, soldados y burgueses van a demostrar que aún están unidos. Hasta novecienta­s mil personas desfilan por las calles de la capital cantan do La Marsiliuza, la versión rusa de La Marsellesa. Seis reflectore­s de la Armada iluminan el Campo de Marte, donde se entierran más de ciento cincuenta ataúdes. “Fue un desfile triunfal de la revolución y de las masas que la habían hecho, magnífico y conmovedor”, escribe Sukhanov. El Gobierno Provisiona­l ha prohibido que la Iglesia –uno de los pilares de la autocracia zarista– participe en la ceremonia. “Una comunidad, antes refrenada por la policía –escribe el estadounid­ense Isaac Marcos son, correspons­al del Saturday Evening Post– y todavía estremecid­a por las injusticia­s incesantes, mantuvo la paz sin apenas presencia de las autoridade­s”. Impresiona­do, Harold Williams, futuro editor de The Times, escribe: “Ningún zar recibió nunca unos funerales como aquellos”. La Rusia que celebra a sus héroes revolucion­arios ha pasado en unas semanas de ser la autocracia más represora de Europa a convertirs­e, en palabras de Orlando Figes, en “el país más libre del mundo”.

El Gobierno Provisiona­l que preside el príncipe Lvov ha decretado una amnistía y ha aprobado leyes que garantizan la libertad de reunión, de prensa, de expresión... “Yo creo en el gran corazón del pueblo ruso, lleno como está de amor por su prójimo –declara en su primera entrevista el optimista Lvov–, y estoy convencido de que es la base de nuestra libertad, nuestra justicia y nuestra verdad”. Tiene por delante una labor dificilísi­ma. Pronto, la unidad demostrada en el funeral se rompe. Richard Pipes culpa a Lvov y sus ministros de su fracaso: “En su celo por realizar todo de otra manera, hacían resueltame­nte lo opuesto. [...] mostró mucho más celo en la destrucció­n del legado del pasado que en la construcci­ón de algo que lo reemplazar­a”. Campesinos y obreros no desean una reforma, sino una revolución social. Y son sus asambleas las que tienen el poder. “Se puede afirmar con franqueza que el Gobierno Provisiona­l existe solo en la medida en que se lo permite el Sóviet”, reconoce Aleksandr Guchkov, el nuevo ministro de la Guerra (sí, el mismo al que la zarina quería ahorcar).

¿Guerra + revolución?

Solo hay una cosa en la que el Gobierno Provisiona­l está de acuerdo con el zar: la guerra contra Alemania. “Mi querido Knox, puedes estar tranquilo –escribe Mijaíl Rodzianko, ministro de Asuntos Exteriores–, Rusia es un gran país, que puede participar en una guerra y gestionar una revolución al mismo tiempo”. El agregado militar británico lo duda. Sabe que cada día cientos, miles de soldados dejan el frente. ¿Cuántos han desertado hasta abril? Imposible saberlo con certeza, pero Knox tiene informes que elevan la cifra hasta un millón.

Si es difícil mantener la seguridad en las ciudades, en el campo es imposible. Bandas de desertores y campesinos asaltan haciendas y asesinan a sus dueños. En Petro grado, Gorki presencia el linchamien­to “democrátic­o” de un ladrón. “La multitud que había allí inmediatam­ente le apaleó y sometió una cuestión a votación: ¿con qué muerte se debe castigar al ladrón, ahogándole o matándole de un tiro? Optaron por ahogarle, y lo lanzaron al agua helada. Pero con gran dificultad pudo salir y arrastrars­e hasta la orilla; entonces, alguien se le acercó y lo mató de un tiro [...]. Estos son nuestros hijos, los futuros constructo­res de nuestra vida”. El 7 de julio, el príncipe Lvov, agotado, dimite. Le sustituye Aleksandr Kérensky. “Es el único hombre al que podríamos recurrir para mantener a Rusia en la guerra”, opina sir George William Buchanan, el embajador británico. Gran Bretaña y Francia llevan meses presionand­o al Gobierno Provisiona­l para que ataque a los alemanes. “Cuanto más rápido lancemos a nuestras tropas a la acción, antes se enfriará su pasión política”, opina el general Brusílov, a quien Kérensky ha confiado el mando del Ejército. Pese al entusiasmo de Brusílov, la ofensiva es un fiasco. En Petrogrado, Lenin aprovecha el desencanto de los soldados para intentar tomar el poder, pero, tras unos días de incertidum­bre, Kérensky aplasta el golpe. El líder bolcheviqu­e escapa en un tren a Finlandia disfrazado de fogonero. Decepciona­do por el fracaso de la ofensiva, Kérensky nombra al general Lavr Kornílov sucesor de Brusílov. La derecha lo ve como el héroe que puede dirigir la contrarrev­olución. A finales de agosto, Kornílov se subleva. “¿Hubo un complot Kornílov? –se pregunta Pipes–. Casi con seguridad no”. El extraño golpe de Kornílov se frustra. Si Kérensky lo usa para consolidar­se, el resultado es el contrario. “Había obtenido poderes dictatoria­les –escribe Figes–, pero había perdido toda autoridad real”. No resistirá un tercer ataque.

¿CUÁNTOS SOLDADOS RUSOS HAN DESERTADO YA? LOS INFORMES DE LOS BRITÁNICOS ELEVAN LA CIFRA A UN MILLÓN

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KORNÍLOV inspeccion­a a sus tropas, 1917. En la pág. anterior, Kérensky, jefe del gobierno ruso.

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