EL GOLPE BOLCHEVIQUE
La forma y el fondo del asalto al poder por parte de Lenin ya prefiguran el autoritarismo que se impondrá en el país de inmediato.
Ala reunión solo han acudido 12 de los 21 miembros del Comité Central del partido bolchevique. Suficientes para Lenin, que ha regresado de Finlandia convencido de que, esta vez sí, tomarán el poder. Para no ser reconocido en el camino a esta cumbre clandestina y decisiva, cubre su calva con una peluca. Para Kolontái, tiene el aspecto de “un pastor luterano”. Esta noche del 10 de octubre de 1917, en la casa de una maestra –Galina Flakserman, veterana bolchevique y esposa de Sukhanov–, diez de los dirigentes bolcheviques votan a favor de la insurrección armada. Solo Lev Kámenev y Grigori Zinóviev se oponen. El 18, una semana antes del golpe, Kámenev escribe en el periódico de Gorki: “En el momento presente, la instigación a una sublevación armada e independientemente del congreso de los sóviets sería un paso intolerable e incluso fatal para el proletariado y la revolución”. “¡Traidor!”, le llama Lenin tras leer estas líneas, que avisan a Kérensky del golpe. Pero el presidente prefiere ignorar el peligro. “No se hizo ningún preparativo militar serio –escribe Pipes– para prevenir un golpe que todo el mundo sabía inminente”.
Es más, Kérensky sobrestima tanto a los bolcheviques que decide transferir el núcleo de la guarnición de Petrogrado al frente. Los soldados, que no tienen ningún deseo de combatir, se ponen bajo la autoridad del Comité Revolucionario Militar (CMR). Liderado por Trotski, el CMR tiene la misión oficial de impedir una contrarrevolución. En realidad, es el instrumento que los bolcheviques emplean para su golpe. La noche del 24 de octubre, unidades bolcheviques toman los centros estratégicos de la ciudad. “Un regimiento va a apoderarse de la central de teléfonos, otro ocupará la Agencia de Telégrafos y otro se hará cargo del Banco del Estado –cuenta eufórico un bolchevique al perio dista estadounidense John Reed–. La Guardia Roja está en pie de guerra”. La mañana del 25, Kérensky está aislado en el palacio de Invierno. Huye de la ciudad precipitadamente en un vehículo requisado a la embajada estadounidense. En el palacio se quedan sus ministros, protegidos por una heterogénea e improvisada guarnición de cosacos, soldados, cadetes y mujeres del llamado Batallón de la Muerte. Apenas tienen munición y víveres. La mayoría desertará antes de que llegue la noche.
Cambio inadvertido
Y, sin embargo, lejos de la épica revuelta popular que Eisenstein creará en la pantalla, los bolcheviques tardan casi todo el día en tomar el palacio. Jacques Sadoul se cruza con varios controles en su camino hacia allí, donde tenía una cita con Kérensky. “Interrogado por un camarada –anota el capitán francés–, uno de los soldados contesta que ha sido el comité de su regi miento quien lo ha colocado ahí, pero no puede precisar si está atacando o defendiendo al Gobierno Provisional”. Descoordinado, el asalto no comienza hasta la noche. En el Smolny –antiguo instituto femenino convertido en cuartel general bolchevique–, Lenin recorre la habitación 36 “como un león en la jaula. Necesitaba el palacio de Invierno a cualquier precio: estaba dispuesto a fusilarnos”, recordará el revolucionario Nikolái Podvoiski.
A las diez menos veinte de la noche, el crucero Aurora lanza una salva. Inmediatamente, los cañones de la fortaleza de San Pedro y San Pablo comienzan a disparar. Su puntería es escasa, pero pasadas las dos de la madrugada los bolcheviques detienen a los ministros. Los combates se han limitado a los alrededores del palacio. Indiferentes al golpe, tranvías y taxis circulan por las avenidas y calles más céntricas llevando a sus pasajeros a cines, restaurantes y teatros. “Dos o tres horas después –escribe Sukhanov–, la capital despertó sin darse cuenta de quiénes eran ahora sus gobernantes”.
No ha salido como Lenin quería, pero la toma del palacio de Invierno concluye antes de que el Comité de Sóviets finalice. Solo 300 de los 670 delegados son bolcheviques. Eseristas y mencheviques son mayoría, pero, con ingenuidad, abandonan el congreso para protestar por el golpe. Es un suicidio político. Trotski no tiene piedad. “Miserables derrotados, vuestro papel ha concluido; marchaos adonde debéis iros: al sumidero de la historia”. En Moscú, la resistencia es mucho más fuerte. Los hombres de Lenin tardan diez días en tomar la ciudad. Con Moscú bajo su control, Lenin puede afirmar que Rusia
DIEZ DIRIGENTES BOLCHEVIQUES VOTAN A FAVOR DE LA INSURRECCIÓN ARMADA; SOLO DOS SE OPONEN
está bajo la autoridad del “Consejo de Comisarios del Pueblo”. Le encanta el nombre que ha elegido Trotski para sus ministros. “¡Huele a revolución!”. En realidad, huele a dictadura. Lenin ilegaliza el Partido Kadete (una formación de ideología liberal) y encarcela a sus líderes, a los que califica como “el estado mayor de la burguesía”. Cuando, en noviembre, las elecciones a la Asamblea Constituyente dan la victoria a los social-revolucionarios, Lenin no renuncia al poder. Clausurará la Asamblea el mismo día de su apertura. La breve etapa de libertad de Rusia ha terminado. “Sobrevivimos a la autocracia de los Romanov –escribe Gorki a su esposa–; quizá sobreviviremos a la de Uliánov”. La guerra civil está a punto de empezar.