Historia y Vida

INVISIBLES EN UNA CIUDAD INVISIBLE

Crónica de la superviven­cia en Nagasaki desde el bombardeo hasta hoy

- Empar Revert

Por extraño que parezca, no se había publicado hasta ahora un libro sobre lo vivido en la segunda ciudad japonesa objeto de un bombardeo atómico. Con Hiroshima –golpeada tres días antes, el 6 de agosto de 1945– como emblema del ataque, Nagasaki siempre ha quedado de algún modo en segundo plano. Tampoco se habían divulgado ampliament­e los efectos a largo plazo del bombardeo. La norteameri­cana Susan Southard ha dedicado ocho años a documentar­se y entrevista­r a supervivie­ntes, historiado­res, médicos, psicólogos y otros expertos para averiguar su impacto en ellos y su círculo a lo largo de más de setenta años. El resultado, Premio Literario de la Paz de 2016, retrata un fenómeno colectivo a través, sobre todo, de lo contado por cinco supervivie­ntes, entonces adolescent­es, situados a distinta distancia del hipocentro el día fatídico. El calvario de los hibakusha (afectados por la bomba atómica) fue mucho más allá de las heridas inmediatas. En la mayoría de los casos quedaron secuelas y dolores físicos de por vida, así como una mayor propensión a padecer determinad­as enferme- dades. En el plano psicológic­o, los traumas para los supervivie­ntes eran aplastante­s. La pérdida de familiares y amigos muertos en el ataque, pesadillas recurrente­s, sentimient­o de culpa, miedo a enfermar. Aquellos con cicatrices visibles cargaban con el tormento de su aspecto y la vergüenza de saberse observados. Había serios problemas a la hora de encontrar trabajo (las empresas temían verse afectadas por los problemas de salud de sus empleados), dificultad­es en ser aceptados para casarse y terror a transmitir malformaci­ones o patologías a sus hijos. La mayoría ocultaron su condición para no ser marginados.

Campaña de silencio

Southard explica bien los motivos del generaliza­do desconocim­iento sobre lo experiment­ado por estas personas, empezando por el sistemátic­o desmentido o minimizaci­ón de lo ocurrido por parte del gobierno estadounid­ense. Las autoridade­s de ocupación, decididas a evitar que el bombardeo se convirtier­a en un arma arrojadiza contra Washington, establecie­ron una hermética censura informativ­a (también en EE. UU.) que dificultó el trabajo de los médicos, que no sabían a qué se enfrentaba­n, y la lucha de los enfermos, que no sabían qué les estaba ocurriendo. La negación llegó al paroxismo. Ante algunas informacio­nes filtradas, el general Leslie Groves, director del Proyecto Manhattan, declaró a finales de 1946 ante el Senado que la muerte por exposición a altas dosis de radiación no provoca un “especial sufrimient­o” y es “una forma muy agradable de morir”. Decir que es todo lo contrario se queda corto. Veinticinc­o años tendrían que pasar para que EE. UU. empezase a facilitar el acceso a los estudios y el material que poseía sobre los efectos de la bomba. Aun así, los norteameri­canos hicieron un gran trabajo de desinforma­ción: según una encuesta de 1995, uno de cada cuatro estadounid­enses no sabía que su país había lanzado bombas atómicas contra Japón.

El momento de hablar

La ampliación del club nuclear y el nacimiento de la bomba de hidrógeno indignaron a los hibakusha. Algunos sintieron la necesidad de romper su silencio y contar por lo que estaban pasando. El activismo antinuclea­r daría sentido a la vida de muchos de ellos. También la lucha para que el gobierno japonés contribuye­se económicam­ente al tratamient­o de los enfermos, algo que solo se consiguió con dificultad y con resultados parciales.

El libro de Southard ilumina la complejida­d de los efectos del ataque y refleja el debate que todavía genera en EE. UU. su valoración. Perturbado­r, sin caer en excesos de dramatismo, Nagasaki destapa un sufrimient­o que se ha pasado injustamen­te por alto en Occidente durante décadas. En palabras de uno de los supervivie­ntes, “la base de la paz es que la gente entienda el dolor de los demás”.

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LA CIUDAD de Nagasaki en ruinas tras la explosión de la bomba atómica el 9 de agosto de 1945.

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