EN BUSCA DEL ESLABÓN PERDIDO
El holandés Eugène Dubois lo dejó todo para excavar en Indonesia. Buscaba un enlace entre el simio y el hombre. Encontró al hombre de Java.
En 1859, Charles Darwin lanzó una teoría científica tan revolucionaria que desbordó el ámbito académico y polarizó la sociedad. La publicación de El origen de las especies desencadenó un enconado debate entre creacionistas y evolucionistas. Sin embargo, el meollo de esta disputa, si había habido o no un “eslabón perdido” entre el hombre moderno y los otros primates, no pudo comenzar a aclararse con pruebas hasta una generación más tarde.
La forma biológica presuntamente de transición que aportó la primera evidencia salió a la luz por partes en 1891 y 1892. Fue cuando Eugène Dubois, un médico holandés apasionado por los fósiles, halló primero una muela, luego la tapa de un cráneo y después un fémur antiquísimos en Java, hoy Indonesia y en esas fechas una colonia neerlandesa. El trío de huesos había de convertirse, mal que pesase a los intérpretes literales del Génesis bíblico, en la primera demostración fehaciente de que el hombre no había surgido de pronto, sino a lo largo de un complejo proceso evolutivo que ha incluido ramas extintas. Tres años antes del trascendental libro de Darwin ya se había encontrado en Alemania, cerca de Düsseldorf, una calavera sospechosa. Sin embargo, este vestigio, hallado fortuitamente en el valle de Neanderthal, era más moderno; arcaico, pero visiblemente humanoide. Los restos de Dubois, en cambio, mucho más antiguos, remontaban con sus rasgos casi simiescos quizá al propio ancestro compartido por el Homo sapiens y, por ejemplo, los chimpancés con que la prensa de la época caricaturizaba a los darwinistas. ¿Era el hombre de Java ese vínculo de los homínidos con el tronco común de los primates? ¿Era el famoso eslabón perdido?
De Holanda a la aventura
Décadas antes de estos interrogantes, un niño vino al mundo en el extremo sur de los Países Bajos. Corría 1858 en la villa de Eijsden, fronteriza con Bélgica, y no lejos de allí se habían descubierto huesos de un gran saurio antediluviano. Esto pudo influir en que el pequeño Eugène se sintiera atraído desde temprano por la paleontología. También pesó que fuera hijo de un hombre de ciencias, el farmacéutico del pueblo, así como nacer y crecer en tiempos del hallazgo en Neanderthal y la publicación de Darwin. Es decir, en plena efervescencia de las ideas evolucionistas y una disciplina en formación, la paleoantropología.