Historia y Vida

LA VOZ DE LOS NATIVOS AMERICANOS

- Carlos Joric

Te Ata Fisher fue una artista amerindia que divulgó la cultura de los nativos americanos en una época, los años treinta, dominada por los prejuicios raciales. El estreno de la película Mi nombre es Te Ata nos permite acercarnos a su figura.

EL 22 DE ABRIL DE 1933, Franklin D. Roosevelt ofreció su primera cena oficial después de ser elegido presidente de Estados Unidos. Tras el banquete, su esposa Eleanor presentó una actuación musical que calificó como “deliciosa”. A continuaci­ón, una mujer de rasgos amerindios comenzó a danzar y a contar historias de su tribu mientras tocaba música tradiciona­l. La delicada belleza y elegancia de la representa­ción, que nada tenía que ver con el habitual “número indio” de los espectácul­os populares del Salvaje Oeste, dejaron a la audiencia cautivada. ¿Quién era esa mujer que había llevado el menospreci­ado folclore de los nativos americanos hasta la mismísima Casa Blanca? MARY FRANCES THOMPSON había nacido en 1895 en Territorio Indio, en la actual Oklahoma. Era hija de una notable familia chickasaw, tribu originaria del sudeste de Estados Unidos (correspond­iente a Misisipi, Alabama y Tennessee) que en 1832 tuvo que trasladars­e a su actual ubicación como consecuenc­ia de la aprobación de la Indian Removal Act (1830), la ley que obligaba a las tribus del este del río Misisipi a mudarse hacia el oeste. MARY, QUE ERA SOBRINA de Douglas H. Johnston, el jefe de la tribu, recibió una educación muy completa para una mujer, no digamos para una de su raza. Durante sus estudios conoció a otras dos mujeres que influirían en su formación como artista: Muriel H. Wright, profesora de Historia experta en la cultura de los nativos americanos, que la animó a profundiza­r en el estudio del folclore de su tribu; y Fran- ces Dinsmore Davis, profesora de Arte Dramático del Oklahoma College for Women, que se convertirí­a en su mentora. TRAS COMPLETAR SUS estudios en 1919, comenzó a trabajar como actriz en una compañía de teatro. Con ella recorrió todo el país, hasta que decidió instalarse en Nueva York para cumplir su sueño de actuar en Broadway. A pesar de las dificultad­es por las barreras raciales de la época, lo logró. Sin embargo, no estaba satisfecha. Thompson sentía que necesitaba encontrar su propia voz como artista. Tomó una decisión: volvió a su tierra, adoptó el nombre de origen maorí Te Ata (“portadora de la mañana”) y se centró en desarrolla­r sus propios espectácul­os, basados en la cultura tradiciona­l de su pueblo. SUS REPRESENTA­CIONES, en las que mezclaba música, danza, canciones y narracione­s de cuentos, fueron un éxito. Durante más de sesenta años, la longeva artista (vivió hasta 1995) llevó sus montajes por todo el mundo, convirtién­dose en una embajadora de la cultura nativa americana. Entre sus amigos y admiradore­s se encontraba­n Einstein, Henry Ford, Thomas Edison, el gran atleta Jim Thorpe (también de origen indio) o la mencionada Eleanor Roosevelt, una de sus más fieles y activas seguidoras.

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ARRIBA y a la izqda., fotogramas de Mi nombre es Te Ata. En la imagen superior izqda., Te Ata Fisher.

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