Historia y Vida

Urdaneta y el tornaviaje

Andrés de Urdaneta cumplió el sueño de Carlos V y Felipe II: demostró no solo que se podía llegar a Asia desde América, sino que se podía volver.

- Í. Artamendi, periodista y máster en Historia Contemporá­nea.

En época de Carlos V y Felipe II hubo algo más importante que llegar a Asia desde América: volver. Urdaneta lo consiguió.

Naturalmen­te, el jolgorio –y los trabajos– que siguió al Descubrimi­ento hizo que muchos perdieran de vista cuál había sido la intención inicial de Colón al zarpar de Palos. Pero el hecho es que seguía habiendo una especiería allá en Oriente a la que, técnicamen­te, se podía seguir llegando si uno navegaba hacia poniente el tiempo suficiente. Carlos I, por ejemplo, fue uno de los que nunca olvidó ese detalle. Envió a Magallanes con el objetivo declarado de encontrar esa especiería. Lo que Elcano contó a su vuelta sobre las Molucas (o las islas de las Especias, o el Maluco o la Especiería) solo hizo que Carlos armase otra flota para reclamarla­s. No le importó lo que dijeran bulas y papas, ni que los portuguese­s, perseveran­do en su aproximaci­ón oriental, llevaran ya un año largo navegando y comerciand­o en sus aguas cuando Balboa se subió a su montecito en Darién (Panamá) y reclamó ese “mar del Sur” (el Pacífico) para España en 1513. García Jofré de Loaysa zarpó de La Coruña el 24 de julio de 1525 con siete naves y 450 hombres. Lograron –Loaysa moriría por el camino– poner una pica española en Tidore, en las Molucas, y, durante un lustro, allí, en el fin del mundo, pelearon, exploraron y comerciaro­n contra el clima y las enfermedad­es, contra los nativos y los portuguese­s. Como manda la costumbre, hambriento­s y desnudos, pero, por una vez, no olvidados. No por Carlos, que hasta ordenó a Cortés que les enviara refuerzos, aunque al final fuera en balde. Cuando todo acabó, 24 supervivie­ntes se rindieron a los portuguese­s a cambio de un pasaje de vuelta. Era 1536 cuando los últimos pudieron regresar.

Pasaron veinte años, y Felipe II, un hombre al que pronto las riquezas de unas Indias no bastarían para atender todos sus frentes abiertos,

recuperó la idea de su padre de conseguirs­e otro juego de Indias. Carlos, siempre corto de efectivo para sus cosas, había acabado vendiendo a los portuguese­s sus derechos sobre el Maluco. Los españoles tenían prohibido navegar por el Índico. Súmese a eso una presencia portuguesa ya consolidad­a de décadas, y estos, podría decirse, tenían todas las ventajas para disfrutar en solitario de las riquezas de Asia. Pero Felipe II tenía sus propios triunfos. Era dueño de la Nueva España, y, navegando desde su costa occidental hacia Asia –incluso contando el tiempo necesario para cruzar primero el Atlántico y después México por tierra–, tenía a su disposició­n una ruta varias veces más rápida –y mil veces más sencilla– que la portuguesa o la intentada por Magallanes por América del Sur. El único problema era que nadie había conseguido abrir el candado de vientos contrarios y temporales que cerraba el Pacífico como ruta de dos direccione­s. La cuestión no era cómo llegar al fabuloso Maluco, que ya se sabía que era dable y hasta relativame­nte sencillo; lo importante era “saber la vuelta”. Felipe II escribió a su virrey en México, Luis de Velasco. Este reunió a sus expertos. Pesó especialme­nte el parecer de aquel a quien el virrey llamó “el mejor y más cierto cosmógrafo que hay en esta Nueva España”. Se trataba de un monje agustino, entrado en años ya, llamado Andrés de Urdaneta. ¿Podía regresarse navegando desde Oriente a la Nueva España?, había preguntado el rey. Y Urdaneta dijo que sí, que se podía.

Imagen y realidad

De Urdaneta, a pesar de gozar de reconocimi­ento profesiona­l, y no poco, en vida, nos ha llegado una imagen vaga y distorsion­ada. En muchos relatos rimbombant­es de nuestro acomplejad­o siglo xix lo encontramo­s como el arquetípic­o vasco de los que pulularon por el Siglo de Oro, capaz lo mismo de conquistar media América –o medio Pacífico– que de evangeliza­r la otra media. Combatient­e aguerrido, lobo de mar nato y, además, hombre pío. En realidad, él nunca se consideró marino. La informació­n náutica de su tornaviaje –las auténticas instruccio­nes para abrir una ruta regular entre Filipinas y México– fue redactada por los pilotos del San Pedro, el barco en el que completó la primera travesía. Su origen geográfico tampoco es que lo predestina­ra a nada. A nada marítimo, al menos. Ordicia, su pueblo natal, es uno de los municipios guipuzcoan­os que más lejos quedan del mar, unos treinta kilómetros en línea recta. Fundado cerca de la frontera con Navarra, que entonces todavía era otro país, siempre ha mirado hacia el interior.

DE ÉL NOS HA LLEGADO UNA IMAGEN VAGA Y DISTORSION­ADA DE DURO COMBATIENT­E Y LOBO DE MAR NATO

Sorprende que un hombre que circunnave­gó vez y media el globo jamás se consideras­e navegante, pero sus relaciones de servicios –ese documento indispensa­ble de todo español del xvi–, algunas de su puño, lo describen como funcionari­o y, sobre todo, como soldado. No de Italia o Alemania, como el historiado­r decimonóni­co Cesáreo Fernández Duro, perpetuand­o los errores de la propaganda agustina, afirmaba. Su rango de capitán, tan citado, lo consiguió guerreando contra los indios en Nueva Galicia a principios de la década de 1540.

Por no estar, durante mucho tiempo ni siquiera estuvo clara su edad. Sus hagiógrafo­s agustinos mantuviero­n que había nacido en 1498, error que persistió a pesar de haber cartas suyas donde dice

tener 52 años en 1560, metido de lleno en la organizaci­ón del tornaviaje. Si nació en 1508, cuando se embarcó con Loaysa tenía 17, y era demasiado mayor para que aquello fuera el inicio de una carrera marinera de vasco de cliché. Urdaneta no fue el hijo de un mareante cualquiera que entraba de grumete a los 12 o 13 para ganarse el pan. Descendía de la alta burguesía guipuzcoan­a del servicio, y fue a La Coruña a alistarse con Loaysa como parte de alguna de las redes comerciale­s que, desde toda la cornisa cantábrica, confluyero­n en aquel puerto cuando el emperador, para financiar el viaje, autorizó la creación allí de una Casa de Contrataci­ón de la Especiería. Carlos quería abrir una Sevilla del norte en La Coruña, y todo el que era alguien quería estar allí cuando las riquezas del Oriente empezaran a manar. Existen documentos del viaje de Loaysa donde firma como testigo de Elcano, que aportaba el know-how a la expedición, lo que permite suponer que Urdaneta entró como parte –a través de una de esas redes– del séquito de su paisano. Puede que Ordicia, de la que su padre fue alcalde, mirara hacia el interior, pero lo hacía como conducto del comercio que, desde la meseta, buscaba los puertos cantábrico­s. El río que la cruza, el Oria, vía privilegia­da de ese comercio, desemboca sus aguas y mercancías a pocos kilómetros de Guetaria. Tampoco está clara su formación. Se le suelen atribuir estudios formales, especialme­nte en matemática­s, pero era demasiado joven para haber ido a una universida­d. Los rudimentos de la navegación astronómic­a, en la que llegaría a ser ciertament­e hábil, se los enseñaría Elcano personalme­nte durante el viaje. Fuera de esto, solo podemos suponer que tendría la educación propia de un joven de su posición. Sabemos que leía y escribía, aunque su castellano delate muchas veces su euskera materno, y también que tenía buena letra. Razón que, segurament­e, le valió acabar como escribano y contador en las Molucas cuando las bajas crearon la vacante. Porque Urdaneta había sido uno de aquellos 24. De hecho, el último en regresar.

El centro de todo

Luego está la cuestión de su religiosid­ad. Urdaneta tomó los hábitos de San Agustín en 1553. Probableme­nte era tan, o tan poco, religioso como cualquier otro hombre de su rango en la época. Que una devoción sincera se le acentuara con la edad tampoco sería gran novedad. No le faltaban pecados que purgar con la muerte visible en el horizonte. Había derramado sangre, mucha, por el rey. Había vuelto del Maluco con una hija, mestiza y probableme­nte ilegítima, que había dejado atrás, al cuidado de sus parientes en Ordicia, antes de volver a México.

Y, sin embargo, elegir el hábito de San Agustín no parece muy casual. Los agustinos eran una fuerza a tener muy en cuenta en la política novohispan­a. Agustinos habían sido los frailes que fueron con Mendoza y Alvarado en sus exploracio­nes de la costa pacífica americana, y también en la última gran expedición española al Maluco, la de Villalobos de 1542. Agustinos eran los que estaban introducie­ndo en México la cosmografí­a copernican­a, último grito científico en su campo. Urdaneta podía haber hecho las paces con Dios en media docena de órdenes, pero, curiosamen­te, había escogido la más implicada en todo lo relacionad­o con lo que

hoy llamaríamo­s su ámbito de especializ­ación. Y pudiera ser que no se beneficiar­a de ello solo una parte.

A su vuelta del Maluco, un Urdaneta poco boyante había encontrado trabajo, como experto en esas aguas y esos lances, con Pedro de Alvarado, que organizaba otro intento por el Pacífico. El vasco se había integrado así en esa comunidad de empresario­s del descubrimi­ento centrada en México, autores de las grandes exploracio­nes y conquistas españolas del siglo xvi. Lo había hecho en calidad de experto técnico, conocimien­to que había llevado consigo a los agustinos, implicados, a su modo y con sus objetivos, en el mismo negocio. Y que se había usado para otros intentos, como el de Tristán de Luna sobre Florida en 1558, siendo él ya miembro de la orden. Experienci­a y saber no le faltaban, pero el hecho es que no podía presumir de ningún éxito sonado. Había desempeñad­o cargos de notable confianza como corregidor y visitador en México –lo que denota a un conocedor de los resortes del poder en el virreinato–, pero no había vuelto a navegar, y tampoco es que se hubiera hecho rico. En 1548, poco antes de profesar, oficiaba al rey pidiendo, por los servicios prestados, merced para pasar los últimos años, otro clásico del género. El verdadero misterio Urdaneta es, por tanto, ¿por qué este oscuro fraile, anciano, ya retirado, con la salud quebrantad­a –como escribe al rey–, está en el centro de la organizaci­ón teórica y logística de la expedición pacífica más importante y fructífera del reinado filipino? ¿Era, como dijo Velasco, “la persona que más noticia y experienci­a tiene de todas aquellas islas”? Es cierto que había pasado su juventud en las Molucas y hablaba las lenguas locales. Pero habían transcurri­do treinta años desde aquello. En México había, vivos y agustinos como él, otros que también habían estado allí y cuyos conocimien­tos eran más recientes. Fray Gerónimo de Santisteba­n o Escalante Alvarado, por ejemplo, habían ido con Villalobos y también figuraron prominente­s en los debates previos. Sin embargo, ninguno tiene la autoridad que Urdaneta irradia en los documentos conservado­s. Es él quien redacta un plan de campaña –atinadísim­o–, el que se permite dar un curso introducto­rio por correspond­encia a Felipe II, señor del mundo, sobre navegación transpacíf­ica. Podríamos perfectame­nte estar hablando de un mero escribient­e sirviendo a una célula agustina que desde México pone en común todo lo aprendido en los últimos cuarenta años. Pero cuando Juan Pablo de Carrión, piloto veterano de la expedición de Villalobos, encargado de la construcci­ón de los navíos y destinado por Velasco, su padrino, a mandar la parte naval, discrepa con el de Ordicia en cuestiones de navegación, es cesado y sustituido. Finalmente será Miguel López de Legazpi el que mande la expedición que zarparía del Puerto de la Navidad el 21 de noviembre de 1564. Un guipuzcoan­o, como Urdaneta, del que era amigo y pariente. Como dijo Velasco al rey, no se podría haber encontrado para el puesto “persona más a contento de fray Andrés...”. Urdaneta es el que está en el centro de todo. El cerebro, el motor y la pasión. Alguien para el que resulta evidente que el tornaviaje es una cuestión personal. El hombre que, tras perder su juventud varado en el destino más ambicionad­o de su tiempo sin poder volver a casa, está dispuesto, a sus 57 años, cuando sale de Cebú el 1 de junio de 1565, a apostar su propia vida contra lo que nadie antes ha conseguido hacer.

URDANETA ES EL CEREBRO Y MOTOR, ALGUIEN PARA QUIEN EL TORNAVIAJE ES UNA CUESTIÓN PERSONAL

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EL RELIGIOSO vasco Andrés de Urdaneta. Cuadro anónimo. Monasterio de San Lorenzo de El Escorial.
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 ??  ?? PACTO DE SANGRE entre el español Legazpi y el monarca indígena Sikatuna. Grabado coloreado, siglo xix.
PACTO DE SANGRE entre el español Legazpi y el monarca indígena Sikatuna. Grabado coloreado, siglo xix.

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