En el foco
El estreno de Sergio y Serguéi nos permite rescatar la historia de Serguéi Krikaliov, un cosmonauta que orbitaba el planeta mientras se descomponía la URSS.
Dos estrenos cinematográficos nos permiten rescatar al cosmonauta Serguéi Krikaliov y al emperador Napoleón III.
El argumento de la película Sergio y Serguéi (ver p. 97), ambientada en 1991, plantea un paralelismo muy interesante: el de la incertidumbre de un soviético dando vueltas a la Tierra mientras su país se tambalea, por un lado, y, por otro, las dudas de un cubano en un régimen cuyo principal valedor, la URSS, puede dejar de existir. Ambos personajes compartirán sus reflexiones tras encontrarse a través de sus aparatos de radioaficionado.
El caso es que la cinta, coescrita por Ernesto y Marta Daranas, parte de una historia real, la del cosmonauta, un hombre que, en espera de ser devuelto a la Tierra, pasó en el espacio 312 días. En ese lapso, su ciudad natal dejó de llamarse Leningrado y se convirtió en San Petersburgo, y la superpotencia de la que provenía se quebró en quince naciones. Serguéi Krikaliov (1958) fue, de algún modo, el último soviético sobre la faz de la Tierra (en concreto, a unos trescientos veinte kilómetros de altura sobre la faz de la Tierra).
Una misión de cinco meses
Todo empezó el 18 de mayo de 1991, cuando Krikaliov y su compañero Anatoli Artsebarski despegaron desde el cosmódromo de Baikonur con destino a la Mir. Les acompañaba Helen Sharman, primera británica en el espacio. En la estación se sumaron a la tripulación a bordo. Sharman regresó a la Tierra con los dos miembros de esta tripulación al cabo de ocho días. Quedaron solos Krikaliov y Artsebarski en una misión prevista inicialmente para cinco meses. Mientras Krikaliov contemplaba la Tierra en sus ratos libres, en ella estaba sucediendo de todo. En verano, la política aperturista de Mijaíl Gorbachov, el líder de la URSS, animó a algunos estados de la unión a proclamar su independencia. Uno de ellos fue Kazajistán, donde se encontraba Baikonur. De pronto, el alquiler del cosmódromo se disparó. Moscú intentó llegar a un arreglo dando a un kazajo la plaza en la Mir que debía haber ocupado el relevo de Krikaliov. Este tendría que seguir a bordo hasta nueva orden, con los riesgos que ello podía suponer para su salud.
El 19 de agosto, con Gorbachov de vacaciones, tuvo lugar un intento de golpe de Estado en Moscú. Los comunistas acérrimos se rebelaban ante las reformas del presidente. No salió bien. La gente se precipitó a la calle en masa para manifestarse contra el golpe. Gorbachov recuperó el poder a los pocos días, pero el sistema estaba tocado. A lo largo de los meses siguientes, los estados fueron declarando su independencia uno tras otro.
El 2 de octubre, cuando se acercaba la fecha original de su regreso, llegaron tres nuevos astronautas a la Mir. Uno de ellos era Franz Viehböck, un austríaco. La venta de ese pasaje a Austria fue uno de los medios a los que recurrió la agencia Glavkosmos para reunir divisa occidental con que seguir financiando el programa espacial. Al menos, Franz llevó a la estación limones frescos. Al cabo de una semana, el austríaco, junto con Artsebarski y uno de los recién llegados, volvía a casa. Tanto Krikaliov como su nuevo compañero, el ucraniano Aleksandr Vólkov, eran conscientes de que Moscú se planteaba incluso vender la propia Mir. Existía una cápsula Soyuz que podían emplear para regresar a la Tierra como último recurso, pero eso no iba a pasar: abandonar la estación a su suerte podía representar su fin, y se negaban a aceptar esa posibilidad.
Un nuevo comienzo
La URSS desapareció el 25 de diciembre de 1991. Krikaliov seguía en órbita junto con Vólkov. En los meses siguientes, mientras Washington y Moscú negociaban sobre un sinfín de asuntos, un acuerdo se abría paso para sufragar con dólares las operaciones espaciales en curso de los exsoviéticos. Al fin, el 25 de marzo de 1992, Krikaliov era reemplazado y regresaba a la Tierra. Nadie había pasado tanto tiempo en el espacio hasta entonces.
Tras semanas de recuperación, el cosmonauta fue condecorado como Héroe de Rusia. ¿Cuál iba a ser el siguiente paso? De todo aquel desaguisado político nacería algo espectacular: la cooperación entre Estados Unidos y Rusia dio lugar a la Estación Espacial Internacional, que arrancaba en 1998. Krikaliov sería uno de los primeros en pisarla.