“18 DE MAIG A LA VILLA”
¿Cómo se vivió el mayo del 68 en España?
En París, los manifestantes trataban de derribar el capitalismo; en Praga, los checos intentaban sustituir el anquilosado comunismo por el amable socialismo de rostro humano; en México D. F., los estudiantes aspiraban a abrir la “dictadura perfecta” de la que habló Vargas Llosa y conducirla hacia las libertades que ya tenían los soixante-huitards franceses. Mientras tanto, los rebeldes españoles, agazapados para no ser reprimidos, buscaban desesperadamente las libertades políticas y el estado de bienestar del que disfrutaban sus vecinos europeos. Todo un bucle. Era 1968. Apenas seis años antes, el gobierno de Franco se había dirigido por primera vez al recién creado Mercado Común Europeo solicitando “la apertura de negociaciones con el objeto de examinar la posible vinculación de España en la Comunidad Económica Europea (CEE) en la forma más conveniente para los recíprocos intereses”. Gélida respuesta. En Europa no querían fascistas. Solo ocho años después, en junio de 1970 –un lustro antes de la muerte del dictador–, se firma el Acuerdo Preferencial entre España y la CEE. En París, que es una sinécdoque de todo el sesenta y ocho, los estudiantes por fin habían conseguido arrastrar a las calles y a la ocupación de las fábricas a los obreros, casi llevando del ronzal a las centrales sindicales y al Partido Comunista, que veían en aquellos universitarios la representación del izquierdismo como enfermedad infantil del comunismo. Ambas fuerzas consiguieron que en mayo de aquel año, cerradas ya las universidades
y algunos liceos, tuviera lugar la mayor huelga general en la historia de Francia y, tal vez, de Europa entera.
En España hubo una pequeña emulación en forma de reducidas huelgas y, sobre todo, de manifestaciones universitarias, inmediatamente sofocadas con brutalidad por las fuerzas de orden público, los tristemente célebres “grises”. A través de momentáneos “saltos” (cortes de tráfico en las calles para llamar la atención), encierros y concentraciones (las más de las veces bajo un pretexto cultural), las universidades se movían. Ya llevaban un tiempo haciéndolo: tres años antes habían sido expulsados de sus cátedras Enrique Tierno Galván, José Luis López Aranguren y Agustín García Calvo por solidaridad con los estudiantes rebeldes. Y en 1966 tuvo lugar la “capuchinada”, un encierro estudiantil en el convento de los capuchinos de Sarrià, en Barcelona, al que se adhirió un numeroso grupo de intelectuales, lo que significó la atención en la prensa internacional. Justo en aquellos días en los que los obreros y los estudiantes parisinos caminaban juntos detrás de las pancartas, el cantautor Raimon dio su mítico recital (en catalán) en la abarrotada Facultad de Económicas de Madrid, que fue un canto contra la asfixia política. De ese recital salió su extraordinaria canción 18 de maig a la Villa, que resume el espíritu sesentayochista de Madrid: “I la ciutat era jove / aquell 18 de maig. / Sí, la ciutat era jove / aquell 18 de maig / que no oblidaré mai. / Per unes quantes hores / ens vàrem sentir lliures...”. Por cierto, ese mismo año fue aquel en el que Serrat no quiso ir a Eurovisión al no autorizársele a cantar en catalán.
Se habían relajado un poco los criterios de la censura a raíz de la aprobación de la ley de Prensa de 1966, conocida como “ley Fraga”. Los españoles apenas sabían lo que estaba ocurriendo en sus campus universitarios y en algunas fábricas, pero eran abundantemente informados (aunque con toda la parafernalia de la subversión “masónico-comunista”) de lo que acontecía fuera. Una revista hoy olvidada, Índice, dirigida por un antiguo falangista, Juan Fernández Figueroa, proporcionó una extraordinaria difusión a los acontecimientos de París, Praga y México. Se había relajado la censura, pero ni mucho menos terminado. El diario Madrid, uno de los más críticos dentro del sistema, publicó un artículo de su director Rafael Calvo Serer, conocido prohombre del Opus Dei, titulado “Retirarse a tiempo. No al general De Gaulle”, en el que hacía una analogía entre el presidente francés y Franco: “Se ha encontrado, anciano y queriendo mantenerse en el Gobierno, con una crisis que puede acabar con él sin haber abordado a tiempo ni la organización del partido que pueda continuar su obra, ni la preparación adecuada de su posible sucesor [...] el problema de la sucesión de De Gaulle y del régimen de la V República, también con estas características está planteado en España”. El diario Madrid fue suspendido durante dos meses por la publicación de ese artículo. La oposición democrática al franquismo contaba con la complicidad de algunos corresponsales extranjeros, que filtraban a sus medios de comunicación las revueltas en universidades y centros de trabajo, debilitando la imagen de un régimen inamovible. Las movilizaciones, minoritarias pero crecientes, ya no cejarían. Aquel año mágico fue testigo de los primeros atentados de la banda ETA, que entonces bebía de la ideología antiimperialista y guerrillera, tan en boga en los grupos de inspiración marxista de todo el mundo. Un comando etarra acabó con la vida del inspector jefe de la policía de San Sebastián, conocido torturador. Un año después de aquello, el gobierno franquista tuvo que establecer un estado de excepción de dos meses ante las protestas por la muerte, en circunstancias más que dudosas (se dijo que se había tirado por una ventana), del estudiante Enrique Ruano. España estaba entonces en su estado previo al espíritu del 68. Buscaba las libertades y la protección social que ya habían conseguido los europeos. Llevaba al menos dos décadas de retraso.