Historia y Vida

LOS ÓSCAR, PRIMERA EDICIÓN

Un acto privado de 15 minutos

- EMPAR REVERT, PERIODISTA Tema sugerido por JUAN MANUEL CAÑAS ROMERAL, Madrid

No es broma: a Hollywood no se le pasó por la cabeza filmar para el gran público la primera entrega de premios de su sector (en casa del herrero...). Y ya quisieran muchos que las galas actuales duraran los quince rápidos minutos con que se ventilaron las entregas de las estatuilla­s el 16 de mayo de 1929 (se cumplen este mes 89 años).

Lo cierto es que hacía tres meses que los nombres de los ganadores habían apare- cido publicados en el Los Angeles Times, y, claro, así es difícil mantener el suspense mucho tiempo, no digamos las cerca de cuatro horas que ocupan los Óscar hoy. Ni siquiera las emisoras de radio considerar­on interesant­e cubrir un acto sin sorpresas. El escenario fue el hotel Hollywood Roosevelt, a pocos metros del actual, el Dolby Theatre. En una sala con rasgos de Neogótico español, uno de esos estilos revival que tanto gustaban a los ricachones de la costa oeste americana, se apiñaron 270 invitados. A diferencia de las galas actuales, con los asistentes sentados en un patio de butacas, en aquella se cenó en torno a grandes mesas con mantel.

¿De qué se habló en las mesas? Del desdén de la academia por El maquinista de La Ge neral (1926), la genial comedia de Buster Keaton, que había pinchado entre crítica y público y que tardaría años en revaloriza­rse. De los trapos de Janet Gaynor, premio a la mejor actriz, que se presentó con lo primero que encontró. Y también de la omisión del cine sonoro entre los premiados. ¿Debería haber figurado en el palmarés la gran sensación que había inaugurado el invento, El cantor de jazz (1927)? El conductor, Douglas Fairbanks (uno de los fundadores de la academia y, también, junto con su esposa del momento, Mary Pickford, uno de los inversores del Hollywood Roosevelt), dio paso a los premiados de las 12 categorías (actualment­e son 24). Entre ellas, Mejor Película (Alas, 1927) y Mejor Actor (el alemán Emil Jannings, más tarde entregado al cine del Tercer Reich). Hubo también un premio especial –al que optaba El cantor de jazz– que fue a parar a El circo (1928), de Chaplin, obra maestra por derecho propio.

Al año siguiente, la academia demostró mayor sentido del marketing. Los nombres de los ganadores solo se revelaron al público en el transcurso de la gala, que se retransmit­ió por radio en directo. La bola de nieve empezaba a rodar.

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