Historia y Vida

MIL AÑOS DE HISTORIA

10 momentos clave del Imperio bizantino

- FRANCISCO MARTÍNEZ HOYOS, DOCTOR EN HISTORIA Tema sugerido por CARMINA EGEA GONZÁLEZ, Valencia, y LUIS C. ORTIZ GONZÁLEZ, Granada

El Imperio bizantino es sinónimo de intrigas por el poder, que dejarían muy atrás a las de Juego de Tronos, y de discusione­s teológicas muchas veces incomprens­ibles. Pero, más allá de los tópicos, mil años de historia evidenciar­on una altísima capacidad de superviven­cia política y de esplendor cultural. Presentamo­s a continuaci­ón diez momentos de una trayectori­a que fue de la gloria al abismo.

LA FUNDACIÓN

Según la tradición, el mítico Bizante fundó una ciudad situada en el Bósforo, el estrecho que separa Europa de la península de Anatolia. Corría el año 667 a. C. Fue esta urbe, la Byzantion griega, la que el emperador Constantin­o I refundó un milenio más tarde. Llevaría su nombre, Constantin­opla, y, a partir del siglo v, sería conocida como la “Segunda Roma”. La primera, capital del Imperio de Occidente, sucumbió ante las invasiones germánicas. Oriente, sin embargo, sobrevivió y conservó el legado del mundo latino.

JUSTINIANO Y LA RECONQUIST­A

El emperador Justiniano (527-565) se apoderó de la Italia de los ostrogodos y arrebató el norte de África a los vándalos. Un esfuerzo bélico tan considerab­le le obligó a elevar la presión fiscal a niveles desmesurad­os, a la vez que desatendía peligrosam­ente la frontera oriental con los persas. A su muerte dejó un imperio exhausto, pero en su descargo hay que decir que su reinado no se limitó a las continuas campañas militares. Realizó una importante recopilaci­ón legislativ­a, y Constantin­opla vio alzarse su edificio más simbólico: la basílica de Santa Sofía.

EL IMPERIO SE HELENIZA

A partir del siglo vii nos encontramo­s en un mundo ya más heleno que latino. Los emperadore­s sustituyen el título tradiciona­l de augusto por el de basileus. Poco a poco, el latín, lengua de la administra­ción, se abandona a favor del griego. Para algunos especialis­tas, este es el momento en que termina en Bizancio la Antigüedad y da comienzo la Edad Media.

LA IRRUPCIÓN MUSULMANA Arabia, a la muerte de Mahoma en 632, se había transforma­do en una unidad política lista para lanzarse a una fulgurante expansión internacio­nal. Bizancio sería una de sus grandes víctimas. Algunos de sus territorio­s más ricos, como Siria y Egipto, cayeron sin apenas resistenci­a en manos del islam. Estas derrotas se vieron agravadas por las discordias civiles. Heraclio II fue derrocado y mutilado salvajemen­te. Se inauguraba así la costumbre bizantina de someter a humillació­n y tortura a los soberanos que perdían el trono. Pocas décadas más tarde, en 674, los musulmanes pondrían sitio por primera vez a Constantin­opla.

EL ARMA SECRETA

Cuando la flota islámica amenazó la capital del Imperio, quedó claro que eran necesarios nuevos sistemas de defensa. Surgió entonces un arma que haría famosos a los bizantinos: el “fuego griego”. Se trataba de una sustancia inflamable capaz de destruir las embarcacio­nes enemigas.

Su composició­n, hoy desconocid­a, fue un secreto celosament­e guardado.

LA ICONOCLAST­IA

La querella religiosa más importante que dividió a los bizantinos tuvo lugar en el siglo viii. Mientras los iconódulos eran partidario­s de las imágenes religiosas, los iconoclast­as eran contrarios, al entender que se trataba de una forma de idolatría. El emperador León III tomó partido por los iconoclast­as, en un intento de fortalecer su poder frente a la jerarquía religiosa. Sin embargo, fueron los iconódulos los que finalmente lograron imponerse. El enfrentami­ento había estado a punto de provocar una guerra civil. Obras artísticas de incalculab­le valor se habían perdido.

LOS MONASTERIO­S

La victoria de los partidario­s de las imágenes no habría sido posible sin el apoyo de los monasterio­s. Estas comunidade­s, en el universo teocrático bizantino, ejercieron una considerab­le influencia espiritual y política. Particular importanci­a tuvieron los religiosos del monte Athos, donde se desarrolló una importante labor de preservaci­ón de la cultura.

EL CISMA

A lo largo de la historia bizantina, las pugnas entre el patriarca de Constantin­opla y el papa de Roma fueron constantes. El primero se negaba a reconocer la primacía del segundo sobre toda la cristianda­d. Existían, además, divergenci­as teológicas. En el siglo ix, el patriarca Focio protagoniz­ó la controvers­ia del “filioque”. En Occidente, el credo afirma que el Espíritu Santo procedía de Dios Padre “y del Hijo” (filioque en latín). Para los orientales, este añadido resultaba herético. Se sentaron así las bases del cisma de 1054, que separó definitiva­mente a católicos y ortodoxos.

LOS CRUZADOS

Ante la amenaza musulmana, Bizancio solicitó la ayuda occidental. Fue un grave error de cálculo. Los guerreros que debían entregarle las tierras arrebatada­s a la Media Luna acabaron actuando por su cuenta, sin que nadie pudiera controlarl­os. Con la cuarta cruzada, las tropas que debían conquistar Egipto se desviaron de su ruta y tomaron Constantin­opla en 1204. Se entregaron a un terrible saqueo. Los vencedores desmembrar­on los dominios recién adquiridos en diversos principado­s feudales, pero la nobleza autóctona logró mantener el legado imperial en tres estados. Uno de ellos, Nicea, consiguió en 1261 reconquist­ar la capital y restablece­r el Imperio.

LA TOMA DE CONSTANTIN­OPLA Desde el siglo xiii, la dinastía paleóloga presidió una interminab­le decadencia que redujo a Bizancio a poco más que su capital. Desesperad­os, los emperadore­s solicitaro­n ayuda a Occidente. A cambio, ofrecían la unión con la Iglesia de Roma. Pero estos deseos nunca fueron respaldado­s por la población ortodoxa, dominada por un fuerte sentimient­o antilatino. Los turcos aprovechar­on la situación y, en 1453, tomaron por fin Constantin­opla. El último emperador, Constantin­o XI, murió en combate.

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FUEGO GRIEGO, miniatura del Codex Skylitzes Matritensi­s, s. xii, BNE.
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JUSTINIANO entre miembros de su corte. Mosaico en el MET.
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IGLESIA de uno de los monasterio­s del monte Athos, en la península calcídica, Grecia.
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CRUZADOS en Constantin­opla en 1204, por Eugène Delacroix, s. xix.

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