LA EMBAJADA CHINA EN ESPAÑA
El imperativo de proteger a los culis en las colonias
La embajada de China en España se abrió en 1875. Pero los intereses de Pekín por los asuntos españoles en esos momentos no radicaban en Madrid, sino en Cuba, una de sus últimas colonias. Los primeros contactos oficiales se remontan a 1868, cuando, en el marco de la “misión Burlingame”, promovida por un exministro estadounidense, una delegación chi- na visitó varios lugares de Europa y América. Una de las paradas fue Cuba, donde el grupo permaneció una semana para analizar la situación de los culis chinos en las plantaciones de azúcar.
Los hacendados de la isla no se hicieron ilusiones sobre cuál iba a ser el informe que la delegación presentaría al emperador Tongzhi en cuanto a la situación de sus súbditos. Los culis, trabajadores no cualificados, eran hombres libres (en los documentos de la época aparecen como “colonos asiáticos”), pero en la práctica vivían en un régimen de semiesclavitud.
Si bien la esclavitud se había abolido en la España peninsular en 1837, las colonias
de Cuba y Puerto Rico seguían exentas. Sin embargo, las presiones en todo el mundo para poner fin a la compraventa de seres humanos arreciaban. A mediados de siglo, en Cuba ya empezaron a emplearse, junto con los esclavos negros, culis chinos en plantaciones de algodón, ingenios azucareros, minas y ferrocarriles. El recurso a trabajadores asiáticos lo habían implementado en primer lugar los plantadores británicos para sustituir a bajo precio la mano de obra esclava (en el Imperio británico, la trata se había abolido en 1807).
El caso de los culis en Cuba no difería de los de otras partes del globo. Miles de ciudadanos chinos firmaron en su país contratos totalmente engañosos, que les ligaban durante varios años (de dos a cinco; a veces hasta ocho) a un trabajo extremo y de cuyo magro sueldo se les descontarían cantidades desorbitadas en concepto de gastos de viaje y manutención. Otros muchos ni siquiera firmaron voluntariamente, sino que fueron víctimas de secuestros y ventas ilegales. Las condiciones de transporte eran tales (en los barcos reaprovechados de los negreros) que el 15% de los destinados a la isla caribeña en aquella época murieron antes de llegar. Se calcula que el 75% de los que sí arribaron a puerto (unos 150.000 hasta 1874) perdieron la vida antes de finalizar sus contratos. Cuando empezaron a acumularse las noticias de malos tratos en lugares como Cuba y Perú (otro importante núcleo de “chinería”, a causa del negocio de recolección del guano), el gobierno Qing decidió enviar representaciones a los países involucrados. La misión de 1868 recaló en España antes de su regreso a Pekín para hablar de la situación de los culis con Francisco Serrano, regente tras la revolución que había llevado al exilio a Isabel II. Pese a las buenas intenciones declaradas, poco cambió, y en 1874 viajó a Cuba un segundo grupo, liderado por el alto funcionario Chen Lanbin (181695). Chen, que gozaba de la confianza de la dinastía, era un admirador de la ciencia y la técnica occidentales, pero estaba genuinamente preocupado por el trato que Occidente daba a sus compatriotas. Un año después, tras los nuevos informes remitidos, el gobierno Qing le designó embajador en EE. UU., Perú y España. Su principal misión consistiría en poner freno a las deplorables contrataciones de culis. No ejerció sus funciones desde la sede madrileña (situada entonces en la calle de Ayala) hasta 1879. Sin embargo, solo dos años después de su nombramiento logró materializar un convenio entre China y España. Firmado en noviembre de 1877, suspendía en Cuba los abusivos contratos de “colonos asiáticos” sin impedir la inmigración libre, y autorizaba la apertura de consulados chinos en La Habana y Matanzas. La isla no vería abolida la esclavitud hasta la década siguiente.