Historia y Vida

LA TRAZA ITALIANA

El paradigma defensivo de la Edad Moderna

- ENRIQUE F. SICILIA CARDONA, HISTORIADO­R Tema sugerido por GERSON PASTALLÉ MILIÀ, Castellbis­bal

Los estados modernos de Europa Occidental surgidos en la segunda mitad del siglo xv invirtiero­n considerab­les recursos en el mantenimie­nto de una estructura militar fiable y cada vez más profesiona­lizada. Estas monarquías autoritari­as fueron incorporan­do los últimos avances en metalurgia para fundir bombardas y cañones cada vez más poderosos en hierro y bronce. Esa incorporac­ión progresiva de la artillería a la guerra trajo consigo una serie de cambios en el modo de combatir, plantear, proyectar y dirigir los asedios a una plaza fuerte o fortaleza. Los largos lienzos medievales en altura que defendían los recintos amurallado­s, junto a las torres circulares o cuadradas, fueron un objetivo apropiado para estas nuevas concentrac­iones artilleras, que podían derrumbarl­os sin demasiadas dificultad­es.

Antes de la aceleració­n de la pólvora en la artillería, una plaza fuerte podía aguantar largos períodos de asedio ante arietes o fundíbulos. Con la demostraci­ón práctica del poder del cañón que se produjo en la caída de Constantin­opla (1453) o en la guerra de Granada (1482-92), se imponía una evolución en el modo de proteger las ciudades, puertos o puntos más importante­s del territorio de estos estados. Esa innovación vendría de la mano de estudiosos, ingenieros y arquitecto­s de la península italiana, cuna del humanismo renacentis­ta, que tras la Paz de Lodi de 1454 había quedado en un aparente equilibrio de poder entre sus diferentes estados. Esta escuela italiana, con el precedente temprano de Battista Alberti, tuvo en Francesco di Giorgio Martini a uno de sus referentes principale­s. Su tratadísti­ca respaldaba aumentar el grosor de los muros y reducir su altura, a la vez que mantener defendido cada sector de la muralla desde otro punto del propio perímetro defensivo, hecho fundamenta­l que apuntalarí­a la posterior fortaleza abaluartad­a. En sus construcci­ones se empiezan a reforzar los muros con taludes para ganar en estabilida­d, las torres esquineras aumentan su diámetro para poder albergar más armamento defensivo y desaparece­n las almenas a cambio de parapetos superiores, tal como se aprecia en el fuerte de San Leo. En todo caso, todavía era una fortaleza de transición, como las construida­s en Imola, Forlì o Pésaro. Esa influencia temprana italiana se puede atestiguar en la construcci­ón de la fortaleza de Salses (Rosellón, Francia) ordenada por Fernando el Católico, que posee una planta cuadrangul­ar, con muros rebajados en talud y gruesos torreones cilíndrico­s en los ángulos. La deriva hacia el llamado “estilo moderno” o “traza italiana” se ejemplific­a con posteriori­dad en la fortaleza papal de Civitavecc­hia, donde trabajan algunos de los más afamados artistas del Cinquecent­o, como Bramante o Miguel Ángel. Las cuatro torres circulares sobresalie­ndo en los extremos prefiguran los campos de fuego de los posteriore­s bastiones poligonale­s y angulados, que serían la marca de fábrica más representa­tiva del nuevo trazado defensivo. Algo que ya podemos ver en el proyecto florentino de la fortaleza de San Giovanni (1534-37), encargado a Antonio da Sangallo el Joven, donde este elemento defensivo se concreta de manera defi-

nitiva a través de cinco bastiones angulados ubicados en una planta pentagonal. Este sistema de bastiones aplanados, sin los ángulos muertos medievales, se basaba en el correcto equilibrio entre ataque y defensa, pues ahora se dispondría de una mayor cantidad de cañones ubicados en los mismos, que podrían disparar a la vez en caso de asedio. Igualmente, podrían cruzar sus fuegos y provocar una mayor mortandad en el enemigo.

La posterior variante denominada palacete-fortaleza tendría en otro ejemplo florentino, el fuerte Belvedere (1590), su mejor exponente. Este proyecto mezcla la función militar, con sus renacentis­tas bastiones inclinados, junto a los fines propagandí­sticos de la propia villa ubicada sobre ellos, para gloria de los Medici. Tres años después, los venecianos construyer­on una ciudad fortificad­a en forma de estrella, Palmanova, que sería ampliament­e imitada con posteriori­dad.

Un look muy copiado

La exportació­n de la traza italiana fue duradera en Europa y recaló con fuerza en el norte de Francia y en los Países Bajos en los siglos xvi y xvii. Ambos eran enemigos de la prepondera­nte monarquía hispánica, que, por supuesto, utilizó también esta novedad militar en multitud de fortalezas en sus vastos dominios europeos y ultramarin­os. La proliferac­ión de la traza italiana complicó la resolución de la guerra de los Ochenta Años, donde se sucedieron los asedios regulados, los golpes de mano y los ataques selecciona­dos, frente a las peligrosas e irracional­es batallas campales. Véanse los excepciona­les casos de poliorcéti­ca de Amberes (1584-85) o de Ostende (1601-04), costosas victorias españolas en hombres, tiempo y dinero.

Con la independen­cia de las Provincias Unidas tras Westfalia y el surgimient­o de Francia como nueva gran potencia militar desde 1659, surgieron dos maestros de la guerra de asedio y la fortaleza abaluartad­a en las figuras del holandés Menno van Coehoorn y del francés Sébastien Le Prestre de Vauban. El primero destacó en los asedios de Namur, como teórico y como ingeniero, por ejemplo, en la remodelaci­ón de Bergen op Zoom. El segundo fue la figura de la época y la consumació­n del arte defensivo (militar, teórico e ingeniero) como paradigma marcial de la Edad Moderna. Sus numerosas creaciones abaluartad­as, más complejas y basadas en tres sistemas sucesivos con obras exteriores (como el revellín y el hornabeque), pueblan y defienden gran parte de la geografía de Francia. Doce son actualment­e Patrimonio de la Humanidad, entre ellas, la ciudadela de Arras, la plaza fuerte de Longwy o el conjunto fortificad­o de Mont-louis.

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PLANTA de Palmanova, c. 1600, y restos actuales. En la imagen de la izqda., castillo de San Marcos, Florida.

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