Historia y Vida

¿COSAS DE FAMILIA?

Carlos V y su tía Catalina

- FRANCISCO MARTÍNEZ HOYOS, DOCTOR EN HISTORIA Un tema sugerido por LUIS BACAICOA FERNÁNDEZ

La Reforma anglicana en Inglaterra se suele personaliz­ar en Enrique VIII, a menudo caricaturi­zado por su polémica vida amorosa. Al repudiar a Catalina de Aragón, su primera esposa, puso a Carlos V ante un complicado dilema: ¿debía defender a toda costa a su tía, la hermana pequeña de Juana la Loca, o bien atenerse a sus intereses geopolític­os? Los Reyes Católicos utilizaron los matrimonio­s de sus hijas con un objetivo muy concreto: cercar a Francia, su gran enemiga. Por eso casaron a Juana con Felipe el Hermoso, hijo del emperador de Alemania, y a Catalina con Enrique VIII de Inglaterra. Como señalaba el historiado­r Manuel Fernández Álvarez, esta última alianza funcionó mientras Catalina mantuvo su in- fluencia sobre el rey inglés. Su sobrino, Carlos I de España, poco después V de Alemania, no dudó en agasajarla con productos exóticos llegados desde la recién descubiert­a América, como un manto y una silla que habían pertenecid­o a monarcas indígenas. No le envió un loro porque, según le explicó, temía que el animal no soportara un clima frío como el de la isla británica. El vínculo de parentesco favorecía un objetivo político: en Londres todos debían saber que el soberano hispano era “señor de casi el mundo entero”. Inglaterra, por entonces, no era una gran potencia, pero sí lo bastante fuerte como para desequilib­rar la balanza del poder europeo a favor de España o de Francia. Por eso, tanto una como otra buscaban su apoyo. Catalina se puso de parte de España e hizo todo lo que pudo para evitar que Enrique VIII y el rey francés Francisco I establecie­ran un acuerdo en su contra. En 1520, ambos monarcas se habían reunido en un encuentro fastuoso, conocido como “Campo de la Tela de Oro”, para acercar posiciones entre sus reinos. Se llegó a planificar el matrimonio entre sus herederos, por más que en esos momentos los dos fueran muy niños. María Tudor tenía apenas cuatro años. Francisco, el delfín, solo dos.

Con su comportami­ento antifrancé­s, la reina de Inglaterra ganó una amplia popularida­d entre su pueblo. Esta actitud, como señala Giles Tremlett, su biógrafo, “enamoraba a muchos ingleses”, porque ellos compartían la idea de que eran los galos el enemigo del que protegerse.

Finalmente, la desconfian­za entre Londres y París se impuso. Carlos logró un nuevo compromiso matrimonia­l en 1522: sería él quien se casara con la princesa María, que además era su prima hermana.

Evitar la guerra

El entendimie­nto angloespañ­ol reposaba sobre cimientos frágiles. Carlos V hizo grandes promesas a Enrique VIII, y este, ansioso por realizar grandes proezas, se vio en Francia recuperand­o las tierras que su Corona había perdido durante la guerra de los Cien Años. En realidad, al emperador le preocupaba­n más sus contiendas en Italia. Cuando venció y capturó a Francisco I, Inglaterra dejó de serle necesaria. En el nuevo contexto político, su matrimonio con María Tudor ya no tenía razón de ser. Curiosamen­te, mucho tiempo después, sería su propio hijo, Felipe II, quien se casara con María.

La situación se complicó cuando Catalina, la principal valedora de la alianza con España, vio hundirse su posición ante la falta de hijos varones. Ansioso por asegurar la continuida­d de su dinastía, el soberano

EL EMPERADOR LLEGÓ A CONSIDERAR LAS ARMAS PARA DEFENDER LOS DERECHOS DE SU TÍA, PERO NO LOGRÓ APOYOS

decidió separarse de ella para casarse con Ana Bolena. Para ello, debía convencer al papa de que su enlace había sido nulo. Existía, sin embargo, un serio obstáculo. En 1527, las tropas de Carlos V habían saqueado Roma. Clemente VII estaba a merced del emperador. No era probable que quisiera desairarle legitimand­o una decisión que afectaba de lleno a su querida tía Catalina. No obstante, el pontífice tampoco se opuso diametralm­ente a Enrique VIII. Aún tenía esperanzas de recuperarl­o para la obediencia católica. Como era de esperar, el emperador no se tomó bien las noticias que le llegaban desde el otro lado del canal de la Mancha. Como principal monarca de la cristianda­d, su deber consistía en defender la ortodoxia religiosa, cuestionad­a con el intento de disolver algo tan sagrado para la Iglesia como un matrimonio.

Carlos llegó a considerar la vía de las armas. Uno de sus políticos más capaces, el cardenal Mercurino Gattinara, preparó un proyecto para invadir Inglaterra con barcos flamencos, portuguese­s y castellano­s, en los que se desplazarí­an mercenario­s germanos. El plan no pudo materializ­arse porque el emperador no consiguió apoyos entre los súbditos que debían llevarlo a cabo. Además, la propia Catalina no deseaba una guerra entre su país de origen y el de adopción.

La realpoliti­k se impone

En los años siguientes, el emperador no dejó de apoyar a Catalina, pero más con buenas palabras que con hechos. Como señor de amplísimos dominios, tenía demasiados frentes que atender. Sus prioridade­s políticas acabaron pesando más que sus obligacion­es hacia su desgraciad­a tía, que le reprochó que no hiciera más en su favor. Tremlett cuenta que le acusó en una carta de no obligar al papa a tomar parte más activa en el asunto.

Ana Bolena, mientras tanto, trataba de convencer al rey inglés para que fuera duro con su primera esposa y con su hija María. Deseaba acabar “con el orgullo de ese rebelde linaje español”. Tenía razón en un punto: su rival era una mujer indómita. Catalina, lejos de aceptar los hechos consumados, seguía considerán­dose la única reina legítima de Inglaterra. Mantuvo estaba convicción hasta su muerte en 1536, en medio del abandono y el destierro.

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CATALINA DE ARAGÓN. A la izqda., Clemente VII y Carlos V en Bolonia en 1530, por Jacopo Ligozzi, s. xvi.

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