EN EL FILO DE LA ESPADA
Golpes de Estado en la historia de Venezuela
La historia de América Latina, a partir de su independencia a principios de siglo xix, ha sido inseparable de la figura del dictador, con nombres tan conocidos como el general Pinochet en Chile, Leónidas Trujillo en la República Dominicana o los Somoza en Nicaragua. Teóricos como el peruano Francisco García Calderón o el venezolano Laureano Vallenilla Lanz jus tificaron el recurso a un hombre fuerte como única forma de garantizar el orden social y el crecimiento económico. En su conocido libro Cesarismo democrático, Vallenilla afirmó que la estabilidad nacional no debía confiarse a las leyes, sino a un caudillo prestigioso y temible. Este tipo de líder acostumbraba a proceder del ejército, una institución que adquirió en las diversas repúblicas del continente un poder excesivo durante las guerras que condujeron a la emancipación de España. Venezuela no fue una excepción. Hugo Chávez (arriba) ha sido el último jefe de Estado en pertenecer a las filas castrenses, dentro de una tradición que se remonta a las primeras décadas de vida independiente. Fue entonces cuando generales como José Antonio Páez o José Tadeo Monagas ocuparon el poder. En dos siglos de historia se sucedieron 28 presidentes militares, en dictaduras o democracias, y 23 civiles, aunque, de estos últimos, cuatro estuvieron de facto a las órdenes de un militar. Ningún civil gobernó más de tres años seguidos antes de 1915. Ese año ocupó la presidencia Victorino Márquez Bustillos, que se mantuvo en el cargo hasta 1922. Lo hizo, sin embargo, sometido a la tutela del general Juan Vicente Gómez. Así, a través de un hombre de paja, “el gomecismo” intentaba ofrecer una imagen democráti
ca. La realidad era que el poder estaba en manos de un dictador paternalista, en el sentido de que se veía a sí mismo como “padre” de los venezolanos.
¿Hacia la democracia?
Con el derrocamiento de Rómulo Gallegos en 1948, la “república liberal democrática” deja paso a la “república liberal autocrática”. Se inicia en ese momento un decenio de gobierno militar protagonizado por Marcos Pérez Jiménez. El suyo fue un régimen caracterizado por el nacionalismo y la simbología patriótica, a partir de una interpretación conservadora del pensamiento de Simón Bolívar, el mítico prócer de la independencia. Los partidos políticos, mientras tanto, sufrían persecución y una campaña sistemática de desprestigio. Al producirse la caída de Pérez Jiménez a manos de un sector de las Fuerzas Armadas, estas se hallaban muy divididas. Los partidarios del exdictador conformaban una facción ultraconservadora. Había que contar también con un sector democrático, afín al Partido de Acción Democrática. Un tercer grupo defendía un nacionalismo progresista, mientras que un cuarto se decantaba por la revolución en un sentido comunista. En 1961, un nuevo texto constitucional establecía que las Fuerzas Armadas debían ser “una institución apolítica y no beligerante, organizada por el Estado para asegurar la defensa nacional”. Para un militar, el acatamiento a la ley debía estar por encima de cualquier otra obligación. En las tres décadas siguientes, la democracia funcionó con más o menos éxito. Venezuela se convirtió en una de las ex cepciones latinoamericanas, junto a Colombia y Costa Rica, al auge de los gobiernos castrenses. Pero los militares, aunque no ostentaban el poder, vieron reconocida un área de influencia propia y un conjunto de inmunidades.
El retorno de los militares
El sistema, carcomido por la corrupción, sufrió una fuerte sacudida con la crisis económica y el progresivo incremento de la tasa de pobreza. El descontento por las medidas neoliberales del gobierno condujo al Caracazo, los importantes disturbios de la capital venezolana, brutalmente reprimidos. Tres años después, en febrero de 1992, el teniente coronel Hugo Chávez se encontró entre los protagonistas de un golpe contra el gobierno de Carlos Andrés Pérez. Fracasada la intentona, escogió rendirse ante las cámaras de televisión. Pocos meses más tarde, otro golpe fallido debilitaba aún más al presidente Pérez, que acabó destituido por corrupción. Chávez, encarcelado, vio cómo su popularidad no dejaba de crecer. Fue puesto en libertad a los dos años y fundó el Movimiento Quinta República, con el que venció en las elecciones de 1998. Enseguida hizo aprobar una nueva Constitución, en la que se eliminaba la idea de sometimiento del Ejército a la autoridad civil. Las Fuerzas Armadas pasaban a ostentar una considerable autonomía, al tiempo que ejercían una fuerte influencia social. Muchos oficiales, tanto activos como retirados, ocuparían cargos públicos que se acostumbraban a destinar a civiles. Controlaban así ámbitos esenciales de la administración. El régimen se enfrentó, en 2002, a un golpe fallido que puso en la presidencia, por muy breve tiempo, al presidente de la patronal, Pedro Carmona Estanga. Gracias a la resistencia de sus partidarios y las protestas internacionales, Chávez recuperó el poder. Su gobierno acusó a los medios de comunicación privados de estar envueltos en la trama conspirativa.
Tras la muerte del polémico y carismático líder, Nicolás Maduro se convirtió en el nuevo presidente. Su trayectoria ha sido también controvertida. El país sufre escasez de productos básicos y una profunda división de la sociedad entre defensores y enemigos del gobierno. El futuro, en cualquier caso, se presenta incierto.