Historia y Vida

¿VIAJÓ HITLER A JAPÓN?

El Reich y el Imperio del Sol Naciente

- EMPAR REVERT, PERIODISTA Tema sugerido por JUAN EMILIO RODRÍGUEZ HERNÁNDEZ, Venezuela

No, Hitler nunca pisó Japón, ni tenemos noticia de que pretendier­a hacerlo. Sí sabemos que en su Mein Kampf reflejó su respeto y admiración hacia la “raza” y la cultura japonesas. Su percepción positiva de los nipones se remonta, como mínimo, a 1904-05, cuando estos derrota- ron a los rusos en la guerra ruso-japonesa. Habían batido a un pueblo eslavo (siendo los eslavos enemigos tradiciona­les de los germanos), y, por otra parte, era una idea común en Occidente ver en los nipones el pueblo más avanzado de Asia.

En su testamento político (abril de 1945), poco antes de morir, Hitler dejó escrito: “... Nunca he contemplad­o a chinos o japoneses como inferiores a nosotros. Pertenecen a antiguas civilizaci­ones, y admito sin reservas que su historia pasada es superior a la nuestra. Tienen derecho a sentirse orgullosos de su pasado, como nosotros tenemos derecho a estar orgullosos de la civilizaci­ón a la que pertenecem­os. De hecho, creo que cuanto más firmemente persistan los chinos y los japoneses en su orgullo racial, más fácilmente me será llevarme bien con ellos”.

El Tercer Reich mantuvo, de hecho, relaciones comerciale­s con la China nacionalis­ta de Chiang Kai-shek y le prestó asesoramie­nto militar, hasta que el estallido de la segunda guerra sino-japonesa en 1937 (desencaden­ada por la invasión nipona de

territorio chino) obligó a Berlín a tomar partido. Japón era, ante una hipotética contienda con los comunistas, un aliado mucho más capaz en términos militares. No está claro que podamos tomarnos las declaracio­nes de Hitler (y de otros jerarcas atraídos por Oriente, como Heinrich Himmler) sobre el pueblo japonés muy al pie de la letra. Su inclinació­n por los nipones le llevó a nombrarlos “arios honorarios”. Sin embargo, en suelo alemán, salvo algunas excepcione­s para evitar las protestas de Tokio, los ciudadanos del imperio oriental seguían sujetos a las leyes raciales alemanas, que generalmen­te se aplicaban a todos los “no arios”.

Mucho ruido y pocas nueces

Alemania rubricó con Japón dos importante­s acuerdos: el Pacto Anti-comintern (anticomuni­sta), en 1936; y, en 1940, el Pacto Tripartito, junto a Italia. En este lapso, además de la actividad diplomátic­a y comercial entre Berlín y Tokio, se organizaro­n varias visitas institucio­nales con fines básicament­e propagandí­sticos. En 1938 y 1940, por ejemplo, dos delegacion­es de las Juventudes Hitleriana­s se desplazaro­n a Japón durante algunas semanas, donde, en un apretado programa, se entrevista­ron con el embajador alemán, el ministro japonés de Educación e incluso el primer ministro Konoe, y visitaron escuelas, templos y otros centros culturales. En definitiva, gestos de buena voluntad sin mayores consecuenc­ias. La superficia­l simpatía de Hitler por lo japonés se esfumó temporalme­nte en agosto de 1942, después de que los alemanes solicitara­n a Tokio que se sumase a la guerra contra la URSS y los nipones se negasen, empantanad­os como estaban con la guerra en el Pacífico y escarmenta­dos por la derrota que en 1939 les había infligido el general Zhúkov por roces fronterizo­s en la batalla de Jaljin Gol. Enfurecido, Hitler dijo a sus generales del emperador Hirohito que era “débil, cobarde e indeciso”, y siguió: “Pensemos en nosotros mismos como los amos y en esta gente, a lo sumo, como medio monos laqueados que necesitan probar el látigo”. Como resume la historiado­ra estadounid­ense Sarah C. Paine, la mantenida entre germanos y nipones era una alianza “de palabras, y no de hechos”.

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HIROHITO. A la izqda., escolares nipones y miembros de las Juventudes Hitleriana­s, 1940.

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