Conquistador en el banquillo
UNA VISIÓN COMPLETA Y POCO COMPLACIENTE DE FRANCISCO PIZARRO
En la controversia sobre la supremacía de las armas o las letras, la victoria aquí parece ser para las segundas. Francisco Pizarro conquistó, con menos hombres, un Imperio inca más extenso y rico que los dominios aztecas de los que se apoderó Hernán Cortés. Este último, sin embargo, ha acaparado los titulares de la posteridad. Entre otros motivos, porque se preocupó de dar su visión de los hechos en sus Cartas de relación. Contó, además, con la ayuda de capacitados cronistas, como López de Gómara. Pizarro, en cambio, no dejó ningún escrito, y sus victorias fueron puestas en negro sobre blanco por autores de segunda fila.
Al contrario que muchos de sus predecesores, el americanista Esteban Mira Caballos no trata de ensalzar a uno para desmerecer a otro. Quienes le siguen saben que es un conocedor enciclopédico de los archivos del siglo xvi. Esta es una de las cualidades que demuestra en su libro más reciente, una completa biografía de Pizarro. La exhaustividad en las fuentes, sean crónicas o los más diversos manuscritos, es uno de los rasgos más atractivos de esta investigación. Porque, aunque parezca asombroso, los especialistas todavía no habían agotado la documentación.
Colisión entre imperios
El estudio de Mira Caballos tiene por subtítulo “Una nueva visión de la conquista del Perú”. Se aparta, en efecto, de muchos tópicos al uso. Como el del héroe genial. No en vano, todos los guerreros castellanos en las Indias se parecían. Existían una especie de protocolos de actuación que se aplicaban en situaciones similares. Como, por ejemplo, el de apresar al monarca indígena. Así se hizo en México con Moctezuma y en Perú con Atahualpa. Nuestro historiador parte de una premisa moral: la anexión de las Indias fue una tremenda injusticia. Unos eran los invasores; otros, los invadidos. Sin más. No obstante, su relato incorpora múltiples matices que enriquecen nuestra visión de un escenario de altísima complejidad. Aunque no simpatiza con los conquistadores, señala, en contra de cierta historiografía radical, que la suya no fue una voluntad de exterminio: de nada servían unos territorios vacíos, sin nadie que los trabajara. Tampoco encontramos aquí una idealización de los nativos. Los incas oprimían a otros pueblos, que aprovecharon la llegada de los europeos para rebelarse. Otro asunto es si apoyar a Pizarro les resultó rentable. Para nuestro biógrafo, solo consiguieron pasar del fuego a las brasas.