Historia y Vida

ARQUEOLOGÍ­A

¿Qué fue del tesoro del Vita?

- CARLOS CARABAÑA, PERIODISTA

Corría 2010, y el equipo de arqueologí­a subacuátic­a del Instituto Nacional de Antropolog­ía e Historia de México iba a realizar una exploració­n en las lagunas del Nevado de Toluca. Aunque el enfoque de la expedición estaba en las culturas prehispáni­cas, como la inmensa mayoría de la arqueologí­a que se realiza en el país, Roberto Junco Sánchez, el organizado­r, quería comprobar otra historia. La del tesoro del Vita, el barco cargado de oro y joyas que el gobierno de la Segunda República, tras perder la Guerra Civil española, había llevado a México y cuyos restos, según la rumorologí­a y hallazgos previos de buzos deportivos, descansarí­an en los lechos de estas lagunas. “Nuestro equipo hizo transectos con un detector de metales, yendo de lado a lado en línea durante 50 metros, con lo que consigues una cobertura total del área, un bloque entero, y apareció un reloj, su carátula [esfera], con los números y alguna marca en la parte de atrás”, cuenta Junco Sánchez ante una cerveza en la plaza Río de Janeiro del barrio de La Roma, presidida por una reproducci­ón a escala real del David de Miguel Ángel. “Todo ese material nos lleva a pensar que se estaban desha ciendo de los restos tras extraer lo valioso, y que tiene que haber sido una actividad ilegal u oculta, porque, si lo puedes tirar a la basura de al lado de casa, para qué te tomas la molestia de ir hasta allá”. El Nevado de Toluca está a unos cien kilómetros al suroeste de la Ciudad de México, y aún hoy, con un sistema de carreteras mucho mejor que hace ochenta años, se tarda más de tres horas en llegar a las lagunas. Son dos masas de agua potable, la del Sol y la de Luna, de unos 17 y 12 metros de profundida­d, respectiva­mente, situadas a 4.300 de altura. Tras la invención del regulador de buceo por Jacques Cousteau

y Émile Gagnan en 1943, su relativa cercanía a la capital del país y esa altitud las convirtier­on en un campo de pruebas perfecto para el buceo de altura. Por la menor presión, los gases respirable­s se diluyen de forma diferente en la sangre, y es necesario otro tipo de paradas que las que requiere el buceo a nivel del mar. “Estas lagunas son de las más altas del mundo, y cuando comienzan a hacer ahí pruebas muy pioneras, empiezan a encontrar un montón de vestigios –explica Junco Sánchez–, sobre todo prehispáni­cos, pero también maquinaria de relojes de bolsillo, carátulas y unas cajitas en las que se lee ‘Monte de Piedad de Madrid’, que se pueden ver en el Museo de Rescates Subacuátic­os de Quintana Roo”. Aunque el centro está cerrado desde enero de 2018, un responsabl­e confirma al teléfono la existencia de estas piezas.

La travesía del Vita

El camino de estos restos hacia su cementerio acuático en México comienza en la Guerra Civil española. A lo largo de los años de enfrentami­ento, el gobierno republican­o reunió una serie de recursos que, según se acercaba el final de la lucha y se evidenciab­a que la ganaría el bando franquista, trasladó a Francia. En este caso, el conjunto eran joyas de depósitos privados del Banco de España y del Monte de Piedad de Madrid, monedas de oro, reliquias de la catedral de Toledo, un relicario con uno de los supuestos clavos de Cristo y una valiosa edición del Quijote.

“Todo este tesoro estaba guardado en unas minas de sal en Gerona, y lo fueron sacando de forma irregular en una avioneta a Francia. Estaban evacuando Cataluña, el ejército se había derrumbado, no sabemos si no pudieron realizar un inventario o no quisieron para que el franquismo no lo pudiese reclamar”, explica Aurelio Velázquez, doctor en Historia por la Universida­d de Salamanca, investigad­or de Historia Contemporá­nea en la UNED y autor de Empresas y finanzas del exilio. “Desde Francia deciden enviarlo a un lugar más seguro, y este es México, donde contaban con el apoyo del presidente Lázaro Cárdenas”. En el puerto francés de Le Havre, en febrero de 1939, con nocturnida­d, secretismo y prisa, distribuid­os en entre 110 y 174 maletas, según la fuente –Velázquez estima 151 maletas, basándose en el inventario de las ventas–, se cargaron estos bultos en el Vita, un yate de recreo de 62 metros de eslora, y se puso rumbo a Veracruz, el mismo lugar donde Hernán Cortes tocó México por primera vez. La Alemania nazi, su Blitzkrieg y la Segunda Guerra Mundial ya se veían en el horizonte, y Francia no era el lugar más seguro.

“El 22 de marzo de 1939 atracaba en el puerto de Veracruz el yate Vita, aunque finalmente fue desviado hasta el puerto de Tampico en ausencia del Dr. Puche, comisionad­o por Negrín para receptar el cargamento. Indalecio Prieto, quien había arribado a México tan solo unas semanas antes, vació la carga con autorizaci­ón del gobierno mexicano para trasladarl­a después a la ciudad de México”, escribía el periodista mexicano profranqui­sta Alfonso Junco Voigt, que mantuvo variadas polémicas con Prieto, en su libro El gran teatro del

mundo. “A partir de ese momento, el líder socialista Prieto ejercería el control de dichos bienes por medio de un organismo de nueva creación [...] su fundación fue un ejercicio de clara oposición a Negrín [...] Prieto se convertirí­a en el ‘embajador oficioso’ de la España del exilio en México”.

Procesando el tesoro

El barco levanta sospechas en Veracruz, ya que nunca entra en puerto para no pa sar aduanas, y genera titulares en la prensa mexicana, que sospecha que llega con el tesoro. El capitán, que había formado parte de la guardia personal de Prieto –recién aterrizado en México–, le llama para pedirle ayuda, ante el temor de que las autoridade­s mexicanas confisquen la carga. “Prieto habla directamen­te con Cárdenas, y es tan convincent­e, no sabemos qué hace, que este permite el desembarco y hasta fleta un tren del Ejército para llevar lo a la Ciudad de México, luego se desentiend­e y deja que los españoles hagan lo que quieran”, cuenta Velázquez. De acuerdo con las actas de ese “organismo de nueva creación” de Prieto y los suyos, como las joyas no se podían vender en su estado original (podrían ser reclamadas por sus dueños), se compró una casa en la avenida Michoacán, número 64, en el barrio de La Roma, donde se instaló un taller de desguace. Las labores fueron secretas, y se compraron diez fusiles por seguridad, según el Archivo Histórico de la Fundación Indalecio Prieto. Cuenta en sus memorias el escritor exiliado Virgilio Botella que los trabajador­es tenían que llevar una bata blanca sin bolsillos y abotonada por detrás y llenarse de cera las uñas para evitar que sustrajese­n polvo de oro. La casa de Prieto, en el 103 de la calle Nuevo León, compartía esquina con el taller.

Según los registros de venta, el oro, la plata y las monedas fueron vendidos al Banco Central de México a un precio ventajoso para esta institució­n; las piedras preciosas, a los joyeros internacio­nales Isidoro Lipschutz y Victor Urbach; el platino y otros

materiales, al joyero mexicano Ángel Mijares; y el barco, finalmente, al gobierno de Estados Unidos. Según sus cuentas, se obtuvieron en torno a 8,5 millones de pesos mexicanos y unos 5,6 millones de dólares. Un dólar entonces valía alrededor de 5 pesos. Negrín había estimado el valor de la carga en 40 millones de dólares. “Es evidente que lo venden en condicione­s desfavorab­les, sin mirar opciones, en un mercado saturado y con los precios por los suelos”, argumenta Velázquez. El Vita y su tesoro, como el “oro de Moscú”, sirvieron durante décadas de arma arrojadiza entre la dictadura de Franco, el exilio organizado por Negrín y el de Prieto. Los franquista­s decían que era un expolio de las riquezas nacionales. Para los partidario­s de Negrín, Prieto había aprovechad­o su relación personal con Cárdenas para hacerse cargo del tesoro y usarlo en sus objetivos políticos, que básicament­e eran sustituirl­e como cabeza de la República en el exilio.

Error de cálculo

Pero el taller de la calle Michoacán 64 generaba restos, “cadáveres”. Las partes no valiosas, la maquinaria, las cajas que contenían los objetos confiados al Monte de Piedad de Madrid... ¿Qué hacer con esas pruebas de desguace de unas joyas que habían salido de España sin registro, habían entrado en México sin pasar aduanas y se habían vendido sin pagar impuestos? “Si te pones a pensar que esto ocurrió en los años cuarenta, el Nevado de Toluca era una opción, ya que nadie pensaba en esa época que diez años después Cousteau iba a revolucion­ar el mundo del buceo”, razona el buzo arqueólogo Junco Sánchez. “Es un lugar cercano a la Ciudad de México, pero de difícil acceso, y se pensaba que sus lagunas eran profundísi­mas y que se conectaban con el mar, con aguas heladas”. Opinión que comparte Velázquez, quien describe el Nevado de aquellos tiempos como “un gran lugar para tirar algo y que nadie lo encuentre”. “Todo ese material, el hecho de que sean envoltorio­s, maquinaria­s, un relicario..., nos lleva a pensar que se estaban deshaciend­o de los restos tras extraer lo valioso. También tiene que haber sido una actividad ilegal, y lo tiraron cerca de la orilla”, indi ca Junco Sánchez. “Hemos corroborad­o de manera arqueológi­ca esas historias de buzos, ya que encontramo­s materiales muy similares a los que ellos cuentan, aunque no podemos asegurar que sean del Vita”, admite. Su esperanza es encontrar una esfera de reloj con el número de serie, poder ir a Suiza con esta informació­n y seguir su camino desde la joyería, pasando por el Monte de Piedad, hasta su tumba en la laguna del Sol. Hasta entonces, la bruma seguirá envolviend­o el tesoro del Vita.

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 ??  ?? RELICARIO y esferas de reloj hallados en las lagunas. A la dcha., campaña del INAH de 2010.
RELICARIO y esferas de reloj hallados en las lagunas. A la dcha., campaña del INAH de 2010.
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 ??  ?? UN BUZO del INAH con un detector de metales en el Nevado de Toluca (izqda.), 2010.
UN BUZO del INAH con un detector de metales en el Nevado de Toluca (izqda.), 2010.
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