Historia y Vida

Libros

— Las guerras civiles. — El orden del día. — En el torbellino. Unamuno en la Guerra Civil. — Las confesione­s de Himmler.

- Joaquín Armada Díaz

Nos han desangrado, los muy cabrones! ¡Nos han quitado todo lo que teníamos y no solo a nosotros, sino a nuestros padres y a los padres de nuestros padres!”. Decidido a expulsar a los romanos de su patria, Reg, el líder del Frente Popular de Judea, pregunta: “¿Y a cambio, los romanos qué nos han dado?”. Cuando sus seguidores enumeran la herencia de la civilizaci­ón romana, Reg insiste: “Bueno, pero, aparte del alcantaril­lado, la sanidad, la enseñanza, el vino, el orden público, la irrigación, las carreteras y los baños públicos, ¿qué han hecho los romanos por nosotros?”. “Nos han dado el concepto de guerra civil”, podría añadir David Armitage, colándose en este gag inolvidabl­e de La vida de Brian. “El legado de Roma al mundo no consta únicamente de columnas y capiteles, anfiteatro­s y acueductos, leyes y la propia lengua latina –escribe el historiado­r británico en Las guerras civiles. Una historia en ideas–. Entre lo más duradero y más inquietant­e de ese legado se encuentra el concepto de guerra civil”. La stasis griega precedió a la bellum civile romana, pero compararla­s es imposible, esencialme­nte, por una cuestión de escala.

Poco tienen que ver los conflictos internos de las polis griega con las grandes guerras que destruyero­n la República romana. La primera referencia escrita conservada es de un discurso de Cicerón de 66 a. C, y aunque César dedicó un libro a la guerra que le llevó al poder, su título fue muy posterior. Acostumbra­dos a masacrar al enemigo, los romanos sabían que en esta guerra la victoria se lograría matando a padres y hermanos. “Para muchos romanos, la guerra civil seguía siendo la guerra que no se atrevía a decir su nombre”, como si así dejase de existir.

Guerra civil vs. revolución

Con la llegada del Imperio, la guerra civil sería la enfermedad de la República; con la del cristianis­mo, el pecado de los impíos. Esta visión de la guerra civil como el mal del enemigo continuó en la Europa moderna, cuando los republican­os la atribuyero­n a las monarquías absolutas. Si la revolución (útil) aún tiene un halo de idealismo y esperanza, la guerra civil (estéril) se vincula a una violencia absurda. Y, sin embargo, “el núcleo de la mayoría de las grandes revolucion­es modernas fue la guerra civil”, afirma Armitage, invitándon­os a revisar tanto la guerra de Independen­cia estadounid­ense como la Revolución Francesa. De las 484 guerras libradas entre 1816 y 2001, 296 fueron civiles, aunque no siempre sus contendien­tes lo admitieran. La estadounid­ense (1861-65) no se definió oficialmen­te así hasta 1907: los derrotados confederad­os se sentían ciudadanos de otra nación. Y en los relatos inmediatos de la española, vencedores y vencidos solo coincidier­on en negar lo que fue. Aunque la definición oficial de la peor de las guerras (“conflicto armado que no sea de índole internacio­nal”) sea más clara en la teoría que en la práctica, Armitage sentencia: vivimos en “un mundo en guerra civil”.

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CARLOS I (banda azul) prepara una batalla en la guerra civil inglesa, por Charles Landseer, s. xix.

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