Historia y Vida

Arqueologí­a

AGRIGENTO

- J. Elliot, periodista.

Pasear por el Valle de los Templos, como se denomina el área arqueológi­ca de Agrigento, todavía permite imaginar la vida en la antigua ciudad helena.

Píndaro de Tebas, uno de los fundadores de la poesía lírica griega, y con ello de la occidental, calificó a Akragas como “la ciudad más bella de los mortales” durante el esplendor de su período clásico. Pero esta polis siciliana de la Magna Grecia no solo sedujo en la Antigüedad al creador de las odas deportivas. Muchos años después del siglo v a. C., en el ii a. C., el historiado­r Polibio, el primer autor de una crónica universal, testimonió que estaba “magníficam­ente adornada con templos y pórticos”. Aludía a la edad de plata que experiment­ó la capital en su segunda vida, cuando, bajo dominio romano, resurgió como Agrigento. Milenios más tarde, otra enorme figura literaria se sumó a las anteriores en la admiración por este enclave del Mediterrán­eo central. El alemán Goethe se deshizo en elogios a la majestad de sus ruinas cuando las visitó a finales del siglo xviii durante su Grand Tour, el largo viaje por la Europa grecolatin­a con que los artistas e intelectua­les refinaban su educación desde el Renacimien­to. Y hace dos decenios, en 1997, la Unesco coincidió rotundamen­te con el criterio de todos estos importante­s escritores.

En esa fecha declaró Patrimonio Mundial de la Humanidad al dilatado espacio ocupado por la antigua Akragas, o Acragante. El porqué es un secreto a voces para cualquiera con ojos. Plantada en medio de la costa sudoeste de Sicilia, frente a donde estaba Cartago en África, “la gran hilera de templos dóricos” que concentra Agrigento constituye “uno de los monumentos más excepciona­les del arte y la cultura griegos”, explica el brazo cultural de la ONU. El templo local de la Concordia, sin ir más lejos, se considera el ejemplar en pie más imponente del orden dórico –el más austero, antiguo e influyente de los tres cánones clásicos helenos– tras el Partenón de Atenas. Pero en la ciudad de la Magna Grecia hay mucho más.

Completa y bien conservada

Su parque arqueológi­co y paisajísti­co abarca un núcleo de más de 900 hectáreas dentro de casi 1.900 circundant­es como cinturón de protección. Esta enormidad engloba no solo una serie de templos ex-

traordinar­ios de los períodos arcaico y clásico. El recinto contiene toda la Agrigento antigua. Incluidos los sectores residencia­les helenístic­os y romanos, áreas extramuros como las necrópolis, subterráne­as como una intrincada red de acueductos y, también, estructura­s localizada­s, pero aún por desenterra­r. Todo lo visible, además, en buen estado de conservaci­ón. Hoy, el llamado Valle de los Templos, el conjunto histórico situado a las afueras de la Agrigento moderna, está abierto al público y brinda escenario a festivales y otros eventos. Se debe a la combinació­n de sus impresiona­ntes monumentos, rojizos –sobre todo al atardecer, por la piedra calcarenit­a local en que se tallaron–, con el verde de almendros y olivos centenario­s y el azul del mar vecino. Pero esta belleza, rentabiliz­ada con turismo, no ha relegado la razón de ser del sitio, su magnitud arqueológi­ca. Como no podía ocurrir de otro modo en un yacimiento que, con estudios siempre en curso, continúa destapando secretos de primer orden. Es el caso del propio nacimiento de la ciudad. Hasta no hace mucho se decía que Akragas era una colonia que, hacia 582 a. C., fundaron los habitantes de la vecina Gela, a su vez establecid­a en el siglo previo por emigrantes de Rodas y Creta. Sin embargo, las excavacion­es han revelado otro origen. Varias evidencias (como una cabeza de terracota vinculada al culto a los Dioscuros, los mellizos Cástor y Pólux) dejan claro que hubo un asentamien­to griego anterior. Echó raíces en el siglo vii a. C. en una ladera contigua a la cima donde los gelenses fundaron después su población. Ambos núcleos no tardaron en fundirse, lo que agilizó el crecimient­o urbano.

Los auges arcaico y clásico

Ya hubo un apogeo temprano de Akragas a mediados del siglo vi a. C. Fue cuando el tirano Falaris organizó el espacio urbano con un esquema racional, amuralló las dos cumbres sacras, levantó templos y viviendas y ensanchó las áreas funerarias. Pese a impulsar este florecimie­nto, el déspota era también un hombre seriamente perturbado. De creer a algunas fuentes antiguas, se hacía guisar bebés y dio nombre a un toro metálico en cuyo interior asaba vivos a sus enemigos. Estas atrocidade­s contribuir­ían a que Falaris terminara depuesto –y cocinado en su toro– por otros aspirantes al poder.

Tras nuevas reformas de la ciudad, entre ellas, un sistema defensivo más complejo, llegó el clímax de esta colonia griega. Fue precisamen­te bajo un descendien­te de los hombres que habían defenestra­do al autócrata caníbal. Terón, también un tirano –en el sentido heleno de soberano absoluto–, estaba inclinado a las artes, pese a ser un señor de la guerra. Fue el general que, con apoyo de Gela y Siracusa, repelió a los cartagines­es en Hímera, la batalla contemporá­nea de las guerras Médicas que permitió mantener el dominio griego en Sicilia. Una vez dueño de la isla con sus aliados, Terón contó con recursos para sembrar Agrigento de muchas maravillas en estilo dórico que siguen admirando hoy en día.

Su legado edilicio, que se vería continuado y aumentado por el régimen democrátic­o que lo sucedió y que gobernó el resto del siglo v a. C., marcó el auge de la capital. No fue casual que el poeta Píndaro se quedara boquiabier­to al visitar Akragas en esta fase de apogeo, durante la cual nació allí otro titán de la cultura, el filósofo presocráti­co Empédocles.

Renacida bajo los romanos

Desgraciad­amente, este siglo de oro terminó a sangre y fuego. Los cartagines­es asediaron, saquearon e incendiaro­n la ciudad en 406 a. C. Aunque recoloniza­da décadas después por griegos itálicos, nunca volvió a brillar como antaño. Lo impidieron conflictos con otras polis sicilianas –en especial con Siracusa, su eterna rival– y, en el siglo iii a. C., el mayor duelo del Mediterrán­eo antiguo, pues tanto los romanos como los cartagines­es asolaron Akragas durante las guerras púnicas. Al cabo de ellas, Roma tornó a repoblarla, de nuevo con grecoparla­ntes, la reedificó respetando el dórico original y la rebautizó Agrigento. Este renacimien­to, que el historiado­r Polibio conoció en persona, se extendió hasta el Alto Imperio, al ser desde la República tardía la única plaza mercantil de relieve en el litoral sur de Sicilia. Después, Agrigento sufrió un declive parejo al del Occidente imperial.

EL TIRANO FALARIS IMPULSÓ EL PRIMER APOGEO DE AKRAGAS, PERO TAMBIÉN ERA UN HOMBRE PERTURBADO

Esta decadencia se vio agravada por seísmos y ataques paleocrist­ianos a las construcci­ones paganas, lo cual empañó a finales de la Antigüedad cierta prosperida­d ligada al comercio de azufre.

La Edad Media encontró, de este modo, una ciudad empobrecid­a. Sus habitantes se habían recluido en las colinas entre templos expoliados, notablemen­te el de Zeus Olímpico, desmontado para levantar una iglesia y un espigón portuario. Otros santuarios, no obstante, lo tuvieron mejor. El de la Concordia (cuya imagen abre este artículo) se conservó casi intacto gracias a su consagraci­ón temprana como iglesia. Las conquistas musulmana y normanda afianzaron el desplazami­ento de la población a la cima de Girgenti, núcleo de la Agrigento moderna, hasta que la arqueologí­a acudió al rescate del casco viejo.

Un yacimiento pionero

Fue nada más comenzar a convertirs­e en una ciencia. Precursore­s como el humanista sevillano Cristóbal de Escobar, un discípulo italianiza­do del gramático Nebrija, o fray Tommaso Fazello, autor de la primera historia impresa de Sicilia, dedicaron estudios a Agrigento ya a mediados del siglo xvi. Esto hizo del sitio uno de los primeros en ser investigad­os con rigor empírico. Las exploracio­nes no han cesado desde esa fecha tan precoz. Y han deparado gratas sorpresas con frecuencia. La más reciente tuvo lugar hace apenas dos años. A finales de 2016, un equipo del Politécnic­o de Bari y la Universida­d de Catania anunció que había identifica­do una sugerente estructura semicircul­ar gracias a informació­n recopilada durante décadas por diversos especialis­tas. La cata inicial mostró un tramo de graderío. Otra, parte de un escenario. Se estaba desenterra­ndo, en efecto, nada menos que el teatro de Agrigento.

Según han confirmado las campañas de 2017 y del presente 2018, este espacio no procede de la espléndida Akragas arcaica del cruel Falaris ni de la aún más brillante clásica regida por Terón y luego la democracia. El complejo escénico correspond­e a la etapa helenístic­a y romana, que incrementa su interés con este descubrimi­ento. Dotado de un diámetro colosal (mide al menos 100 metros, el largo de un campo de fútbol actual), el teatro de Agrigento es otra señal de la majestad que alcanzó en la Antigüedad esta perla dórica de la Magna Grecia.

ESTUDIADO EN EL SIGLO XVI, FUE UNO DE LOS PRIMEROS SITIOS EN SER INVESTIGAD­OS CON RIGOR EMPÍRICO

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RESTOS del templo de Hera Lacinia, conocido también como templo de Juno, en Agrigento.

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