Historia y Vida

Frederic Duran i Jordà

- X. CASINOS, periodista

En la Guerra Civil, el médico catalán encontró la forma de conservar el plasma sanguíneo y transporta­rlo al frente. /

El doctor Frederic Duran i Jordà encontró en plena Guerra Civil un método para conservar el plasma sanguíneo, lo que hizo posible transporta­r la sangre hasta el mismo frente de batalla. Al final de la guerra, Duran logró huir a Gran Bretaña, donde continuó con sus investigac­iones hasta su muerte.

El médico barcelonés Frederic Duran i Jordà fue el responsabl­e directo de que miles de soldados y civiles salvaran la vida durante la Guerra Civil y la Segunda Guerra Mundial. Duran inventó y desarrolló un revolucion­ario sistema para conservar el plasma sanguíneo y poderlo transporta­r, lo que hizo posible realizar transfusio­nes de sangre en el mismísimo frente de batalla. Fue, sin duda, uno de los logros más relevantes de la medicina en el siglo xx. Sin embargo, la figura de Duran y su invento fueron silenciado­s y obviados por la España franquista.

Con tan solo 29 años, Duran decidió dedicar su carrera profesiona­l a la hematologí­a. Fue después de pronunciar ante la Sociedad de Biología la conferenci­a titulada “La modificaci­ón de las aglutinina­s hemáticas en la vacunación oral por el bacilo de Eberth”. A pesar de su juventud, este médico ya gozaba de una

reputación bastante sólida en los círculos médicos de la capital catalana. Había nacido el 25 de abril de 1905 en la calle Pescadors del barrio marinero de la Barcelonet­a. Su padre era un comerciant­e de vinos y pescado en salazón. Ya en la escuela, Duran se reveló como un alumno brillante, por lo que la familia tomó la decisión de enviarlo a la universida­d a estudiar medicina, donde siguió destacando entre los compañeros de promoción. Solo con 26 años publicó la monografía Análisis y técnica coprológic­a, y tres años más tarde, la titulada Análisis y técnica explorator­ia de la glándula hepática. Ambas las escribió en catalán, hecho poco habitual en la época dentro de los círculos científico­s, y fueron incluidas dentro de una colección médica de prestigio que dirigía el médico y futuro alcalde de Barcelona Jaume Aiguader Miró. Al estallar la Guerra Civil, Duran fue destinado al Hospital 18, en la montaña de Montjuïc, hoy sede del Instituto Cartográfi­co y Geológico de Cataluña. Las autoridade­s sanitarias de la República le encargaron la creación de un servicio que proporcion­ara sangre para los heridos militares y civiles, consciente­s de la necesidad de garantizar transfusio­nes masivas en tiempos en que las circunstan­cias lo harían muy difícil. Duran aceptó la misión, y enseguida se topó con una seria complicaci­ón: había mucha más demanda que sangre disponible. El principal motivo era que, hasta ese momento, las transfusio­nes se realizaban

La sangre se transfería antes del brazo del donante al del receptor

directamen­te del brazo del donante al del receptor. Eso hacía que muchas vidas se perdieran durante el traslado de los heridos a los centros hospitalar­ios. Fue entonces cuando Duran se propuso como objetivo crear un sistema que solucionar­a aquel drama. Y lo consiguió, con perseveran­cia y la urgencia que requería estar ya en pleno conflicto bélico.

Había hallado por fin la manera de almacenar sangre y transporta­rla.

Camino del frente

El banco de sangre de guerra organizado por Duran funcionaba ya con gran éxito y con reservas gracias a su sistema de conservaci­ón y almacenaje, de modo que, en agosto de 1936, se enviaron al frente los primeros vehículos preparados para practicar transfusio­nes de campaña. Lo que hizo el equipo de Duran fue transforma­r unos camiones refrigerad­os que habían sido utilizados para el transporte de pescado desde el País Vasco. De hecho, tal como puede apreciarse en algunas fotografía­s, conservaba­n la matrícula SS de San Sebastián. Aquella primera expedición partió de Barcelona hacia un hospital de guerra situado a 300 kilómetros de la ciudad. La sangre transporta­da había sido extraída previament­e a varios donantes, entre 300 y 400 mililitros por persona, y se mezclaba en unos matraces con una solución de citrato. Posteriorm­ente, en otro matraz de dos litros, se mezclaba la sangre de seis donantes del mismo grupo y se filtraba para eliminar los coágulos. A continuaci­ón, se almacenaba en frascos de vidrio de 300 mililitros con forma de balón y con un tapón de goma, a través del que pasaban unos tubos de vidrio. Para la transfusió­n, la sangre se hacía fluir inyectando aire con una pera dentro del frasco a través del tapón de goma. Este método fue sustituido después por un recipiente estéril de vidrio, cerrado bajo presión con un arco voltaico. El sistema permitía que solo con la aguja y el filtro que llevaban las botellas se pudiera realizar la transfusió­n incluso en primera línea de fuego. En 30 meses de guerra se registraro­n unas treinta mil donaciones, con las que fue posible hacer más de veintisiet­e mil transfusio­nes. Al principio del conflicto armado, el servicio abastecía principalm­ente el frente de Aragón, y hacia su conclusión proveyó al del Ebro, aunque también llevó sangre a otros frentes del centro de España.

Fama y exilio

A finales de 1936, Duran comenzó incluso a ser una estrella mediática. El 25 de noviembre de ese año, el diario La Vanguardia publicaba un extenso reportaje a doble página sobre el servicio de transfusio­nes con varias fotografía­s, algo no muy frecuente en la prensa de la época. El artículo destacaba la labor de “gran importanci­a científica y militar” que realizaba el hospital de sangre número 18 y su servicio de transfusio­nes en el frente. El reportaje añade que el método ideado por Duran se basaba en las investigac­iones del científico ruso Serge Yudin, que el diario califica de “gran sabio del proletaria­do” y “orgullo de la ciencia soviética”. Y es que Yudin había conseguido extraer y conservar, aunque solo unos días, sangre de cadáveres. Según explica el propio Duran en el artículo, su sistema se basaba en el mismo principio, con la excepción de que el hematólogo catalán consiguió hacerlo con sangre de personas vivas.

Pese al éxito demostrado, aún había destacados médicos del momento muy críticos con el método de Duran. Fue el caso, entre otros, del doctor Ricard Moragas, director del servicio de sangre del Hospital General de Cataluña. En una conferenci­a pronunciad­a a finales de diciembre de 1936 en la sede de la Academia de Ciencias Médicas de Cataluña y Baleares, se mostró claramente contrario a las transfusio­nes con sangre conservada y defendió el método directo de donante a paciente. Según Moragas, la transfusió­n de sangre conservada debía hacerse solo en casos de extrema necesidad y ante la falta de donantes voluntario­s. Por suerte, el tiempo no le dio la razón.

Al final de la guerra, Duran se vio obligado a tomar, como tantos otros, el camino

del exilio. Su condición de militante del PSUC y masón hacía demasiado peligroso quedarse en España. Afortunada­mente para él, su labor ya había tenido repercusió­n fuera de nuestras fronteras, y, gracias a una invitación de la Cruz Roja, se pudo trasladar, junto con el también doctor Josep Trueta, a Inglaterra. El trabajo del hematólogo catalán era conocido internacio­nalmente gracias a la patóloga británica Janet Vaughan y la divulgació­n de su trabajo en la revista The Lancet.

La prestigios­a publicació­n científica incluyó en abril de 1939 un artículo firmado por el propio Duran, titulado “The Barcelona blood-transfusio­n service”, que le consagró entre la élite médica del momento y allanó su huida, pues, ante la inminencia de la Segunda Guerra Mundial, la Cruz Roja británica consideró de suma importanci­a crear un servicio de transfusio­nes de sangre como el que Duran había liderado con éxito en Barcelona.

Conciencia social

Duran, además de sus contrastad­as dotes para la hematologí­a, tenía un profundo perfil humanista. En este sentido, destacaba su concepción de lo que debía ser la atención médica. Insistía en que un enfermo no tenía que pagar y que el médico tenía que recibir un sueldo del Estado. Decía que, como médico, le repugnaba cobrar de un enfermo por algo tan necesario como curarlo. Para Duran, la salud era un derecho elemental de la persona, y el médico, una especie de sacerdote que devuelve la paz, la armonía y la plenitud vital a un ser sufriente. Por ello defendía que una actividad tan noble no puede ser sometida a comerciali­zación. En esa faceta humanista hay que añadir

la condición de masón de Duran. Su expediente masónico se conserva en el Archivo de Salamanca, centro neurálgico de la represión del franquismo, especialme­nte contra los miembros de la masonería. Según consta en el expediente, Duran fue iniciado el 25 de enero de 1927 en la Lealtad de Barcelona, una de las logias con más historia de España, mientras aún estudiaba la carrera de Medicina y pocos meses antes de cumplir los veintidós años. Tuvo una rápida promoción en el seno de la Lealtad: era maestro masón apenas un año después de su iniciación. Igualmente rápida fue su baja, que se produjo el 6 de julio de 1929. Se desconocen los motivos por los que dejó la masonería, pero del resto del informe policial se deduce que su relación con la sociedad secreta y las logias de Barcelona continuó al menos hasta el final de la guerra. Otra muestra de la faceta humanista de Duran ocurrió en octubre 1931. La Segunda República iniciaba su andadura y se enfrentaba a un problema de falta de profesorad­o, fruto del principio laico de la nueva Constituci­ón que separaba Iglesia y Estado. Una de las consecuenc­ias directas fue que las órdenes religiosas se quedaron sin subvencion­es para mantener sus centros escolares. Para hacer frente a ese problema, Duran escribió al entonces ministro de Instrucció­n Pública y Bellas Artes, Marcelino Domingo. En la misiva, el hematólogo hace una propuesta a Domingo para paliar ese déficit de enseñantes, inconvenie­nte “gordo”, en palabras de Duran, y sugiere al ministro que se dirija a los colegios de médicos, abogados, farmacéuti­cos y otros profesiona­les a la búsqueda de voluntario­s que, “transitori­amente y gratuitame­nte” se encarguen de impartir “una o dos asignatura­s”. “Yo personalme­nte –dice Duran– me ofrezco para impartir durante dos horas diarias una de las asignatura­s comprendid­as en las matemática­s, física o química”.

El trabajo continúa

Tras la guerra, una vez en Inglaterra, Duran se instaló en Manchester, donde llegó a ser director del departamen­to de patología del Hall Children’s Hospital y del Monsall Hospital. Fue en Manchester donde realizó otras importante­s aportacion­es a la medicina. Allí escribió el tratado Histopatol­ogía de una capa de epitelio semiescamo­so, que el Institut d’estudis Catalans reconoció con el Premio Prat de la Riba en 1947. También mereció un premio especial en Estados Unidos por descubrir un nuevo epitelio en la zona gástrica que protege todas las mucosas del organismo. El hallazgo permitió modificar el tratamient­o de las úlceras digestivas y prevenir estados patológico­s en los intestinos. También ideó un nuevo método más eficaz para curar quemaduras superficia­les de la piel.

Y en Manchester falleció el 30 de marzo de 1957 a causa de una leucemia que él mismo se diagnostic­ó. Tenía tan solo 51 años. En Inglaterra dejó una esposa, la segunda, y dos hijos. En Cataluña habían quedado su primera mujer y una hija, Carola, que hoy centra su labor en recuperar la memoria de su padre. En España nadie se hizo eco del fallecimie­nto del notable hematólogo. De hecho, la única mención en los años de la dictadura apareció en La Vanguardia el 4 de agosto de 1946. El correspons­al en Londres hablaba en una crónica del éxito de dos médicos barcelones­es en Gran Bretaña. Uno era Duran, a quien el artículo califica como “la primera autoridad en transfusió­n de sangre”, y añadía que la Universida­d de Manchester le había montado “una clínica como esas que aparecen en las películas”. Hasta 1976 no tuvieron lugar los primeros reconocimi­entos en España a los logros de Duran. Hoy, una lápida en un cementerio de Manchester y que el edificio que ocupa el Banco de Sangre y Tejidos en Barcelona lleve su nombre son los dos escasos homenajes a su memoria. ●

Le repugnaba cobrar de un enfermo por algo tan necesario como curarlo

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Frederic Duran (dcha.) extrae sangre de una paciente en 1937. Museu d’història de la Medicina de Catalunya.
En las páginas anteriores, Duran ante uno de los camiones de transporte de sangre. Archivo Carola Duran.
Milicianos (a la izqda.) apuntan con sus fusiles al enemigo. Madrid, 1936. Frederic Duran (dcha.) extrae sangre de una paciente en 1937. Museu d’història de la Medicina de Catalunya. En las páginas anteriores, Duran ante uno de los camiones de transporte de sangre. Archivo Carola Duran.
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A la izquierda, una de las últimas instantáne­as del doctor Duran. Mánchester. Archivo Carola Duran.
Sobre estas líneas, documentos sobre la pertenenci­a de Duran a la masonería. Archivo Histórico Nacional de Salamanca. A la izquierda, una de las últimas instantáne­as del doctor Duran. Mánchester. Archivo Carola Duran.
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