Orientalismo
El British Museum, en colaboración con el Museo de Arte Islámico de Malasia, revisita el orientalismo.
¿Cómo ha inspirado Oriente el arte occidental?
El misterio de lo lejano empieza a desvanecerse en esta era nuestra de comercio global, redes sociales y vuelos baratos. Aun así, todavía viajamos con el anhelo de sorprendernos y maravillarnos. Un plato que nunca habíamos degustado; un idioma que jamás había acariciado nuestros oídos; fauna, flora, edificios, ropajes o costumbres distintos a los de casa: ese sigue siendo el reclamo de Oriente para Occidente. Desde los siglos xv y xvi, los mapas ya no necesitan decorar con sirenas y monstruos sus confines. Venecia importa sedas y especias, el papa Borgia cierra tratos con el sultán Bayaceto II. Aunque el trazo de América, África y Extremo Oriente continuará siendo impreciso durante siglos, Europa irá descubriendo lentamente sus tesoros. El mundo islámico, en particular, hará soñar a las élites europeas durante mucho más de mil y una noches, en especial a partir del Romanticismo. Azulejos y esmaltes se cuelan en las viviendas victorianas. Lord Frederic Leighton se monta en casa su propia versión de la Alhambra, mezclando arabescos y columnas helenísticas sin complejos. Turbantes, babuchas y gasas se incorporan a la moda femenina. Cuadros con zocos y odaliscas se venden como churros. Philippe-joseph Brocard, vidriero belga, fabrica imitaciones perfectas de jarrones sirios. Mozart y Beethoven componen “marchas turcas”, inspiradas en las bandas militares otomanas. Rossini y Verdi estrenan sus respectivos Otelos; Rimski-kórsakov su Sherezade. El Orient Express pone Estambul al alcance de los parisinos. Queda lejos el tiempo de las cruzadas, y a medida que el colonialismo va extendiendo sus tentáculos por el sur y el este del Mediterráneo, la cultura árabe pasa a encarnar valores que la Europa de la Revolución Industrial ya empieza a echar de menos: tradición, artesanía, lentitud, sensualidad, honor, sincero fervor religioso. Resulta asombrosa la sensibilidad con la que un pintor como Frederick Arthur
Bridgman (1847-1928), nacido en Alabama, captó un momento de recogimiento espiritual islámico en El rezo. Este óleo forma parte de la exposición “Inspired by the East: how the Islamic world influenced Western art”, que puede visitarse en el British Museum de Londres hasta el próximo 26 de enero. La luz baña el rostro y las manos del devoto protagonista en un elegante claroscuro. Su calzado está cuidadosamente recogido. La alfombra y la lámpara reproducen piezas auténticas de artesanía norteafricana. La escena irradia dignidad, no mera curiosidad o condescendencia. El pintor, que pasó dos años en Argel y Egipto, se irritaba ante la actitud irrespetuosa de otros viajeros: “Un oficial francés calzado con botas altas me mostró en una ocasión una mezquita, deambulando por el lugar como si le perteneciera, y me dijo que me dejara puestos los zapatos”, se indigna en las páginas de Inviernos en Argelia, el libro de viajes que publicó con sus experiencias.
No todos los contemporáneos de Bridgman concedían tanta importancia al rigor. Sin ir más lejos, su maestro, Jean-léon Gérôme, se tomaba tremendas libertades con el vestuario, el atrezo o las referencias geográficas. Ninguna de ellas le impidió cosechar gran éxito con sus incongruentes representaciones de la vida religiosa árabe. Como en el Hollywood de hoy, el efectismo era más importante que la verdad. Después de todo, ¿quién iba a molestarse en cotejar nimios detalles? Los coleccionistas querían viajar sin moverse de casa, no graduarse en antropología. La literatura inspiró a muchos artistas tanto o más que la realidad. Delacroix viajó a Marruecos y Argelia en 1832, pero, aunque después alardearía de haber visitado un harén, no está nada claro que tal episodio aconteciera realmente. Un harén no era un nido de lujuria constante, sino simplemente la zona de una vivienda reservada en exclusiva a las mujeres, un espacio íntimo donde difícilmente habría sido bien recibido un invitado masculino ajeno a la familia, menos aún un extranjero. Para pintar su obra maestra Mujeres de Argel, ambientada en un gineceo, Delacroix se basó en bocetos
La ambientación era a menudo un pretexto para pintar desnudos
tomados durante el viaje, probablemente en burdeles. Más tarde, a falta de modelos árabes en París, reclutó a mujeres judías que posaron en su estudio para la versión final. En cuanto a Ingres, jamás se desplazó más allá de Italia, pero leyó con gran atención los relatos de viajes de lady Mary Montagu (16891762), quien sí logró acceder a un harén (gracias a su condición femenina) y sí compartió baños turcos con mujeres durante su larga estancia en Constantinopla. A partir de ahí, Ingres simplemente dejó volar su imaginación. La gran odalisca le debe más a la Madame Récamier de Jacques-louis David y a la Venus de Urbino de Tiziano que a ningún relato sobre delicias turcas. En cuanto a las seductoras protagonistas de su celebradísimo El baño turco, la mayoría son pálidas y rubias. Ni el sultán más opulento y caprichoso habría tomado como concubinas a tantas nórdicas.
A menudo, la ambientación oriental no era más que un pretexto para mostrar desnudos en actitudes provocativas. Pintar un pícnic nudista en el Bois de Boulogne era un escándalo. Que se lo cuenten a Manet, que se puso a casi todo París en contra en 1863, con Almuerzo sobre la hierba. Un año antes, nadie se había inmutado con las caricias lésbicas de las esclavas sexuales ideadas por Ingres. Eso eran cosas de países lejanos con pintorescas costumbres. En los cuadros mitológicos todo tenía cabida también: desnudos, sátiros, raptos, zoofilia. Lo exótico, como lo mitológico, escapaba a las normas del decoro porque estaba más cerca de la fantasía que del costumbrismo. Oriente era una excusa para soñar con libertad. El orientalismo ha sido duramente criticado por su mirada altiva y paternalista, netamente occidental. A su manera, no obstante, sirvió para abrir mentalidades e incorporar novedades artísticas a través del pastiche. Y fue un camino de ida y vuelta. La fotografía, sin ir más lejos, llegó a Asia para quedarse. ●