Mucho más que una batalla
EL PAPEL DE RUSIA EN LA TERCERA COALICIÓN
El 2 de diciembre de 1805, cerca de la población morava de Slavkov u Brna, tuvo lugar la batalla de Austerlitz. En ella, Napoleón derrotó a los ejércitos de los emperadores de Austria y Rusia, que estaban presentes. Por eso se la conoce también como “la batalla de los tres emperadores”.
Desde aquel día se la ha considerado una de las mayores victorias del Gran Corso y la más fehaciente prueba de su genio militar. Fue una victoria magistral, en la que los mandos aliados fueron siempre por detrás del pensamiento táctico de Bonaparte. Este encauzó al enemigo hasta su supuestamente débil ala derecha, que a la hora de la verdad distaba mucho de serlo.
El estudio del que hablamos aquí llega de la mano del que muchos consideran el mejor estudioso ruso sobre las campañas napoleónicas, Oleg Sokolov, y en modo alguno decepciona. Claro y bien escrito, su descripción de la batalla resulta excelente, y más aún si tenemos en cuenta los estupendos apéndices que la acompañan.
El producto de una antipatía
Sin embargo, el gran combate y sus aledaños apenas ocupan una tercera parte de la minuciosa obra de Sokolov. ¿Por qué? Porque, para nuestro autor, la batalla de Austerlitz no puede ser entendida sin analizar previamente las relaciones franco-rusas en aquellos años y el papel del zar Alejandro I en la Tercera Coalición. Este y no otro, sería el cuerpo del pastel, en el que Austerlitz representaría la guinda. Una guinda que, aunque sabrosa, no sería sino eso: el culmen de una enjundiosa y magnífica obra. Amparándose en la poco utilizada documentación de los Archivos Nacionales rusos y en una relectura de los autores contemporáneos, Sokolov muestra cómo la llegada al poder de Alejandro I dio al traste con los esfuerzos de su padre, Pablo I, por aproximarse a la Francia posrevolucionaria, en especial porque no había contencioso alguno entre ambas naciones. Pero la gran novedad de este trabajo es la exposición de las verdaderas razones del cambio operado. Para Sokolov, no se trató de un cálculo político para beneficiar a Rusia, ni de la existencia de litigios insuperables entre ambas potencias, ni siquiera del repetidamente esgrimido rapto y fusilamiento del conde de Enghien por los agentes de Bonaparte. Pues, “... el zar sabía que Francia no solo no amenazaba Rusia, sino que buscaba una alianza con ella, pero Alejandro actuaba como si se hallara en vísperas de una guerra inevitable. La única explicación a tal conducta solo podía ser una enemistad personal hacia Napoleón Bonaparte”. Un hombre al que no conocía personalmente.
Y así, sin cesar, fue urdiendo una trama que únicamente beneficiaba a Inglaterra: la Tercera Coalición. Poco más se podía esperar de un complejo y cambiante personaje que “decía una cosa, pensaba otra y hacía una tercera”.
CAMBIANTE EL ZAR ALEJANDRO I DECÍA UNA COSA Y HACÍA OTRA