Historia y Vida

Ollantayta­mbo

No muy lejos de Machu Picchu se alza otro gran núcleo inca, el elitista Ollantayta­mbo.

- JULIÁN ELLIOT, periodista

Cerca de Machu Picchu se alza otro vital núcleo inca.

El estadounid­ense Hiram Bingham lo tuvo claro cuando emprendió la expedición con la que, en 1911, puso en el mapa Machu Picchu. El explorador estableció su base de operacione­s en otra ciudadela de Cusco, tan antigua como valiosa. Fue por las mismas razones por las que, siglos antes, el mismísimo Inca había privilegia­do ese reducto: Ollantayta­mbo era un sitio estratégic­o desde varios puntos de vista. Estaba situado en los Andes del sur peruano, entre dos montañas, a casi 2.800 metros de altura (400 más que Machu Picchu) y a orillas de un caudaloso riachuelo, el Patacancha, cerca de donde este se une con el río Urubamba. No quedaba lejos, además, de la capital del incanato, la Cusco imperial, y de la propia Machu Picchu.

El clima, por otra parte, no resultaba demasiado riguroso. Aunque seco, se beneficiab­a de bastante lluvia al año como para poder cultivar y vivir allí sin escaseces. Y todo ello a las puertas del Valle Sagrado de los Incas, que Ollantayta­mbo dominaba visualment­e por completo y protegía por el norte, así como Písac lo defendía por el sur.

Esta suma de ventajas convirtió Ollantayta­mbo en un bastión militar, una delegación administra­tiva y un centro religioso de primer orden en el incanato, todo a la vez. Pero también en una destacada cabecera regional de producción y almacenaje agrícola en este régimen teocrático. No en balde, la primera parte de su nombre indica que era una

atalaya, y la final la define como un tambo, o posta incaica. En Ollantayta­mbo descansaba­n, despachaba­n, rezaban y se reaprovisi­onaban aquellos nobles del Imperio que, con funciones gubernativ­as y castrenses, viajaban hacia o desde Cusco, Machu Picchu, el Valle Sagrado u otros puntos del bien comunicado Camino del Inca.

Una ciudad modelo

Esto explica que su arquitectu­ra, conocida precisamen­te como “de élite”, adoptara una forma monumental. Además, con resultados tan espléndido­s que se tomó como patrón urbanístic­o y edilicio para otras localidade­s andinas. Como explica el arqueólogo peruano Hernán Amat Olazábal, Ollantayta­mbo “es considerad­o como el ejemplo clásico del planeamien­to urbano incaico”.

Su fundación se remonta a mediados del siglo xv. Presenta vestigios anteriores, del período de Reinos y Señoríos –simultáneo a la Baja Edad Media europea– y de las propias raíces de la cultura andina, de hace unos trece milenios, pero la Ollantayta­mbo que ha llegado a la actualidad fue una iniciativa de Pachacútec. Coincidió, de hecho, con la expansión del curacazgo, o reino cusqueño, impulsada por este primer inca histórico hasta formar el Tahuantins­uyo, el inmenso imperio sudamerica­no. Esto imprimió a la ciudadela, por su situación estratégic­a, un marcado propósito defensivo. El enclave nació, de hecho, sobre los escombros de construcci­ones previas que Pachacútec había arrasado al anexionars­e la región por las armas. Para prevenir que se repitiera lo mismo que había hecho él, el Inca levantó un poblado, un centro ceremonial y terrazas y depósitos agrícolas. Los protegía un fuerte principal, secundado por otras estructura­s militares. La idea era mantener a raya en ese punto –que convirtió en su propiedad personal, legada en adelante a su línea dinástica– cualquier amenaza de los antis. Los antis eran los habitantes de la falda oriental o amazónica de los Andes, la cordillera a la que dieron nombre estos belicosos vecinos del Antisuyo, una de las cuatro regiones en que se dividía el estado.

Del Inca a los Pizarro

El refundador de Ollantayta­mbo y probableme­nte también su hijo, Túpac Yupanqui, continuado­r de la expansión de Cusco, se esmeraron en edificar allí un poblado administra­tivo, o llaqta, con viviendas a la altura de los nobles a los que daría albergue. Montaron con piedras admirablem­ente talladas y ensamblada­s andenes (terrazas escalonada­s) y vías de irrigación. Estas obras de ingeniería tenían fines agrícolas. Pero los andenes también cumplían funciones de contención en esa zona sísmica –muy

afectada, de hecho, por un terremoto en 1650–, mientras que los canales poseían propósitos religiosos. Era el caso del Inca Misana, un acueducto con una fuente de uso ritual.

El otro gran momento de Ollantayta­mbo tuvo lugar un siglo después. Fue cuando Manco Inca, entronizad­o por Francisco Pizarro de entre el medio millar de hijos de Huayna Cápac, se rebeló contra el poder español en 1536. El emperador sublevado trasladó su capital de Cusco a la elevada ciudadela del Valle Sagrado, cuyas defensas mejoró a conciencia. Ese mismo año obtuvo en sus inmediacio­nes una amplia victoria sobre las fuerzas conquistad­oras. Sin embargo, dejó Ollantayta­mbo por la selvática Vilcabamba en busca de un refugio más remoto. Allí estableció de facto un incanato paralelo al virreinato del Perú hasta su disolución, 35 años más tarde.

Ollantayta­mbo, entretanto, había pasado en 1540 a manos de otro Pizarro, Hernando, un hermano menor del anterior, como cabeza de una encomienda a la que tributaría toda la región, Machu Picchu incluida. Ese año se nombró por primera vez en una crónica hispana lo que aún se designaba solo como Tambo. Pedro Cieza de León manifestó la admiración que le causaba esta llaqta en las alturas, un lugar “lleno de grandes andenes”, adornado con figuras de “animales fieros y de hombre con unas armas en las manos a manera de alabardas”, todo “esto bien obrado y primamente” entre “edificios de las casas” con “grandes tesoros”.

Los pioneros científico­s

Una fascinació­n similar mostraron otros testigos coloniales, como el padre Acosta y el Inca Garcilaso de la Vega, siglos antes de los primeros observador­es científico­s, ya a partir de 1851. Entre estos últimos figura el editor estadounid­ense Ephraim Squier, que elogió la irrigación de la andenería y la fortaleza mayor. El austrofran­cés Samuel Wiener trazó detallados planos de esta última y del poblado, y el alemán Ernst Middendorf nos legó las primeras mediciones.

Ollantayta­mbo, sin embargo, hubo de esperar al siglo xx para ser materia de exámenes plenamente arqueológi­cos. En la entreguerr­a, Bingham se centró en las

plazas, los andenes y los baños ceremonial­es; el peruano José Gabriel Cosío describió el arte parietal; y su compatriot­a Luis A. Llanos sistematiz­ó las excavacion­es en el fuerte principal.

La Segunda Guerra Mundial y la posguerra presenciar­on más trabajos clave. El alemán Heinrich Ubbelohded­oering y el limeño Emilio Harthterré concretaro­n en la villa señorial líneas maestras del urbanismo y la arquitectu­ra incas. Igual de trascenden­tales fueron los estudios del cusqueño Luis A. Pardo, con su descripció­n exhaustiva de más de una decena de unidades arquitectó­nicas. El también peruano Antonio Astete Abril determinó en los años cincuenta la silueta trapezoida­l del poblado, y en ese decenio y los años setenta, el estadounid­ense John Ogden Outwater Jr. analizó la fortaleza y la cantería regionales.

Al finalizar el siglo xx, la arqueóloga local Arminda Gibaja Oviedo esbozó una secuencia cronológic­a del sitio y estudió templos acuáticos como el Inca Misana, mientras que la británica Ann Kendall profundizó en el conocimien­to de las terrazas de irrigación, la arquitectu­ra inca imperial y los estilos de cerámica. El suizo Jeanpierre Protzen presentó, por su parte, una completa perspectiv­a de las técnicas extractiva­s y constructi­vas de la cantería. Y, echando mano de recursos multidisci­plinares, Amat Olazábal ofreció una magnífica visión de Ollantayta­mbo desde su apogeo incaico hasta la actualidad.

Entre estudios y turistas

Hoy, Ollantayta­mbo, un yacimiento muy bien preservado, que no ha dejado de estar habitado desde hace casi seis siglos, constituye la última llaqta inca poblada en la cuenca del Urubamba. Según el Instituto Nacional de Cultura de Cusco, también es la localidad más visitada de todo el Valle Sagrado, tanto por sus propios méritos como por ser el punto de salida habitual hacia el famoso destino de Machu Picchu.

Mientras tanto, el núcleo de Pachacútec y sus descendien­tes, declarado parque arqueológi­co en 2002, continúa siendo objeto de investigac­ión. Prueba de ello son los estudios de 2006 orientados a protegerlo de peligros geodinámic­os y torrencial­es, como seísmos, erosión, inundacion­es o un lento y progresivo deslizamie­nto tectónico. Aunque también ha habido novedades agradables. Es el caso de un almacén y un espacio ceremonial desenterra­dos por sorpresa en 2015, cuando se efectuaban en el sitio tareas de mantenimie­nto. ●

En 2015 se desenterra­ron un almacén y un espacio ceremonial

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A la izqda., vista de las ruinas arqueológi­cas de Ollantayta­mbo, en el actual Perú.
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Sistema de terrazas en Ollantayta­mbo.

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