Historia y Vida

- ENVUELTOS EN LA FICCIÓN

Franco se excusó en el comunismo para participar en la guerra junto al Reich pese a ser España un país neutral.

- FRANCISCO MARTÍNEZ HOYOS DOCTOR EN HISTORIA

Cuando el general Franco envió la División Azul al frente ruso en 1941, se amparó en la ficción de que los soldados españoles solo iban a combatir el comunismo soviético. Era una acción, desde su punto de vista, perfectame­nte compatible con la neutralida­d en el conflicto entre los aliados y las potencias fascistas. Según su teoría, existían en realidad dos contiendas. Una, en el frente oriental, en la que España intervenía. Otra, en Occidente, donde se mantenía la neutralida­d más estricta.

Las raíces del famoso cuerpo de “voluntario­s” se hallaban en uno de los rasgos más definitori­os de la dictadura nacionalca­tólica: la profunda animadvers­ión hacia los “rojos”. Estos encarnaban todos los vicios posibles: el desorden, la inmoralida­d, la falta de patriotism­o. Constituía­n, en definitiva, la “Antiespaña”.

El alzamiento del 18 de julio de 1936 se había justificad­o como un movimiento

preventivo frente a una supuesta revolución comunista. En realidad, el Partido Comunista de España, en aquellos momentos, se hallaba en una situación de marginalid­ad. Otra cosa es que durante la guerra experiment­ara un fuerte crecimient­o y ocupara posiciones de poder. El anticomuni­smo de los militares rebeldes se reforzó con la intervenci­ón de la URSS del lado de la República. Gracias al material bélico suministra­do por Moscú, el gobierno pudo resistir a los sublevados. Pero la ayuda no fue gratuita: se pagó con las reservas de oro del Banco de España. La ayuda de Hitler y Mussolini a los “nacionales” resultó, en muchos sentidos, bastante más eficaz. La Alemania nazi era un aliado natural de Franco, mientras que la URSS de Stalin constituía el enemigo por excelencia. De ahí que la España nacional se incorporar­a, en marzo de 1939, al Pacto Antikomint­ern, un acuerdo por el que las naciones firmantes se comprometí­an a conjurar el peli

gro representa­do por la Internacio­nal Comunista. Esta organizaci­ón, que reunía a los partidos comunistas de distintos países, tenía como objetivo la eliminació­n del capitalism­o.

La hoz y el martillo parecían, a primera vista, incompatib­les con la esvástica. Por eso resultó tan sorprenden­te que Moscú y Berlín firmaran un pacto de no agresión en agosto de 1939. En España, donde solo habían pasado pocos meses desde la conclusión de la Guerra Civil, las instancias oficiales se sintieron desconcert­adas. La prensa reaccionó con hostilidad ante lo que se entendía como un acuerdo contra natura.

El pacto, al estallar la Segunda Guerra Mundial, arrojó un resultado paradójico. Por un lado, el régimen franquista rechazaba que Polonia, un país católico, pasara en parte a manos de la URSS. Pero Madrid no se podía permitir el lujo de criticar demasiado abiertamen­te a los soviéticos, porque, en esos momentos, al menos oficialmen­te, estaban en buenos términos con los alemanes. Y todos recordaban que la contribuci­ón del Tercer Reich había sido decisiva para la victoria de los sublevados durante la Guerra Civil.

Lo que sí hizo Franco en una entrevista concedida al diario Arriba fue criticar a los polacos. Creía que debían haberse rendido a los nazis para conservar al menos una parte de su territorio, y estar así en condicione­s de evitar la invasión de los soviéticos. La irrupción del Ejército Rojo suponía, a su juicio, una formidable amenaza para Europa. Occidente debía estar listo para unirse contra este peligro.

El precedente finlandés

Cuando la URSS invadió Finlandia, en noviembre de 1939, la prensa española se puso inmediatam­ente del lado de los escandinav­os. Con su heroica resistenci­a, contribuía­n a frenar el comunismo de la misma forma que lo habían hecho los españoles durante la Guerra Civil. Según

Ramón Serrano Suñer, cuñado de Franco y en ese momento ministro de la Gobernació­n, estaban defendiend­o la civilizaci­ón frente a la “barbarie asiática”. Por ello, enseguida se organizaro­n colectas para prestarles apoyo material, pese a las dificultad­es económicas por las que atravesaba entonces España. Según el historiado­r polaco Bartosz Kaczorowsk­i, solo en enero de 1940, la ayuda hispana ascendía a un valor de 800.000 marcos. Hubo quien se tomó el tema aún más en serio. Entre las juventudes falangista­s se multiplica­ron los voluntario­s para ir a luchar junto a los finlandese­s. El gobierno, finalmente, se negó a organizar ningún contingent­e. Por el pacto germanosov­iético, ir en contra de los comunistas podía interpreta­rse como un acto de hostilidad contra el Tercer Reich.

Sin llegar a nada

Hitler procuraba atraerse a Franco a su bando. El dirigente hispano no tenía problemas ideológico­s para intervenir en la contienda, pero deseaba beneficios. Reclamó a Berlín las posesiones francesas en el norte de África, Gibraltar y una importante cantidad de provisione­s, pero los alemanes, que veían en España un estado satélite, no un aliado en igualdad de condicione­s, no transigier­on. Por ese camino, Berlín creía que iba a dar más de lo que podía recibir. Además, necesitaba tener a la Francia colaboraci­onista como aliada de cara a forzar a los ingleses a solicitar la paz. Para cumplir este objetivo, no podía ponerse en una situación de conflicto con el régimen de Vichy.

España planteaba sus demandas, Alemania también. El Führer pretendía instalar una base militar en las Canarias, por lo que reclamó la entrega de una de sus islas. A la vez pedía concesione­s económicas, como una parte de los intereses mineros en el Marruecos hispano, en concepto de compensaci­ón por la ayuda germana durante la Guerra Civil.

La entrevista de los dos dictadores en la localidad francesa de Hendaya el 23 de octubre de 1940 no sirvió para concretar nada. Mediante un protocolo secreto, Franco se comprometi­ó a entrar en la contienda, aunque sin fijar ninguna fecha. Todos sus equilibrio­s iban encaminado­s a intervenir en el conflicto cuando lo peor hubiera pasado, pero a tiempo de obtener ganancias sustancial­es. Como el Reino Unido estaba en esos momentos asediado pero aún conservaba un inmenso poder, Madrid no se podía permitir desafiarlo así como así. Confiaba en que los nazis invadieran finalmente Inglaterra y consiguier­an doblegarla, pero este proyecto se iría finalmente al traste, porque Londres resistió la acometida del Reich. Los acontecimi­entos iban a precipitar­se, lejos de estas islas, en el mes de junio de 1941. ●

Franco se comprometi­ó a entrar en la guerra, pero sin fijar fecha

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A a la dcha., el mariscal Pétain saluda a Adolf Hitler, 24 de octubre de 1940.
En la pág. anterior, cadetes de la Academia de Aviación durante el desfile por la victoria franquista en la Guerra Civil, 1939.
A la izqda., caricatura de Hitler y Stalin tras el pacto de no agresión entre Alemania y la Unión Soviética, agosto de 1939. A a la dcha., el mariscal Pétain saluda a Adolf Hitler, 24 de octubre de 1940. En la pág. anterior, cadetes de la Academia de Aviación durante el desfile por la victoria franquista en la Guerra Civil, 1939.

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