- ENVUELTOS EN LA FICCIÓN
Franco se excusó en el comunismo para participar en la guerra junto al Reich pese a ser España un país neutral.
Cuando el general Franco envió la División Azul al frente ruso en 1941, se amparó en la ficción de que los soldados españoles solo iban a combatir el comunismo soviético. Era una acción, desde su punto de vista, perfectamente compatible con la neutralidad en el conflicto entre los aliados y las potencias fascistas. Según su teoría, existían en realidad dos contiendas. Una, en el frente oriental, en la que España intervenía. Otra, en Occidente, donde se mantenía la neutralidad más estricta.
Las raíces del famoso cuerpo de “voluntarios” se hallaban en uno de los rasgos más definitorios de la dictadura nacionalcatólica: la profunda animadversión hacia los “rojos”. Estos encarnaban todos los vicios posibles: el desorden, la inmoralidad, la falta de patriotismo. Constituían, en definitiva, la “Antiespaña”.
El alzamiento del 18 de julio de 1936 se había justificado como un movimiento
preventivo frente a una supuesta revolución comunista. En realidad, el Partido Comunista de España, en aquellos momentos, se hallaba en una situación de marginalidad. Otra cosa es que durante la guerra experimentara un fuerte crecimiento y ocupara posiciones de poder. El anticomunismo de los militares rebeldes se reforzó con la intervención de la URSS del lado de la República. Gracias al material bélico suministrado por Moscú, el gobierno pudo resistir a los sublevados. Pero la ayuda no fue gratuita: se pagó con las reservas de oro del Banco de España. La ayuda de Hitler y Mussolini a los “nacionales” resultó, en muchos sentidos, bastante más eficaz. La Alemania nazi era un aliado natural de Franco, mientras que la URSS de Stalin constituía el enemigo por excelencia. De ahí que la España nacional se incorporara, en marzo de 1939, al Pacto Antikomintern, un acuerdo por el que las naciones firmantes se comprometían a conjurar el peli
gro representado por la Internacional Comunista. Esta organización, que reunía a los partidos comunistas de distintos países, tenía como objetivo la eliminación del capitalismo.
La hoz y el martillo parecían, a primera vista, incompatibles con la esvástica. Por eso resultó tan sorprendente que Moscú y Berlín firmaran un pacto de no agresión en agosto de 1939. En España, donde solo habían pasado pocos meses desde la conclusión de la Guerra Civil, las instancias oficiales se sintieron desconcertadas. La prensa reaccionó con hostilidad ante lo que se entendía como un acuerdo contra natura.
El pacto, al estallar la Segunda Guerra Mundial, arrojó un resultado paradójico. Por un lado, el régimen franquista rechazaba que Polonia, un país católico, pasara en parte a manos de la URSS. Pero Madrid no se podía permitir el lujo de criticar demasiado abiertamente a los soviéticos, porque, en esos momentos, al menos oficialmente, estaban en buenos términos con los alemanes. Y todos recordaban que la contribución del Tercer Reich había sido decisiva para la victoria de los sublevados durante la Guerra Civil.
Lo que sí hizo Franco en una entrevista concedida al diario Arriba fue criticar a los polacos. Creía que debían haberse rendido a los nazis para conservar al menos una parte de su territorio, y estar así en condiciones de evitar la invasión de los soviéticos. La irrupción del Ejército Rojo suponía, a su juicio, una formidable amenaza para Europa. Occidente debía estar listo para unirse contra este peligro.
El precedente finlandés
Cuando la URSS invadió Finlandia, en noviembre de 1939, la prensa española se puso inmediatamente del lado de los escandinavos. Con su heroica resistencia, contribuían a frenar el comunismo de la misma forma que lo habían hecho los españoles durante la Guerra Civil. Según
Ramón Serrano Suñer, cuñado de Franco y en ese momento ministro de la Gobernación, estaban defendiendo la civilización frente a la “barbarie asiática”. Por ello, enseguida se organizaron colectas para prestarles apoyo material, pese a las dificultades económicas por las que atravesaba entonces España. Según el historiador polaco Bartosz Kaczorowski, solo en enero de 1940, la ayuda hispana ascendía a un valor de 800.000 marcos. Hubo quien se tomó el tema aún más en serio. Entre las juventudes falangistas se multiplicaron los voluntarios para ir a luchar junto a los finlandeses. El gobierno, finalmente, se negó a organizar ningún contingente. Por el pacto germanosoviético, ir en contra de los comunistas podía interpretarse como un acto de hostilidad contra el Tercer Reich.
Sin llegar a nada
Hitler procuraba atraerse a Franco a su bando. El dirigente hispano no tenía problemas ideológicos para intervenir en la contienda, pero deseaba beneficios. Reclamó a Berlín las posesiones francesas en el norte de África, Gibraltar y una importante cantidad de provisiones, pero los alemanes, que veían en España un estado satélite, no un aliado en igualdad de condiciones, no transigieron. Por ese camino, Berlín creía que iba a dar más de lo que podía recibir. Además, necesitaba tener a la Francia colaboracionista como aliada de cara a forzar a los ingleses a solicitar la paz. Para cumplir este objetivo, no podía ponerse en una situación de conflicto con el régimen de Vichy.
España planteaba sus demandas, Alemania también. El Führer pretendía instalar una base militar en las Canarias, por lo que reclamó la entrega de una de sus islas. A la vez pedía concesiones económicas, como una parte de los intereses mineros en el Marruecos hispano, en concepto de compensación por la ayuda germana durante la Guerra Civil.
La entrevista de los dos dictadores en la localidad francesa de Hendaya el 23 de octubre de 1940 no sirvió para concretar nada. Mediante un protocolo secreto, Franco se comprometió a entrar en la contienda, aunque sin fijar ninguna fecha. Todos sus equilibrios iban encaminados a intervenir en el conflicto cuando lo peor hubiera pasado, pero a tiempo de obtener ganancias sustanciales. Como el Reino Unido estaba en esos momentos asediado pero aún conservaba un inmenso poder, Madrid no se podía permitir desafiarlo así como así. Confiaba en que los nazis invadieran finalmente Inglaterra y consiguieran doblegarla, pero este proyecto se iría finalmente al traste, porque Londres resistió la acometida del Reich. Los acontecimientos iban a precipitarse, lejos de estas islas, en el mes de junio de 1941. ●
Franco se comprometió a entrar en la guerra, pero sin fijar fecha