Historia y Vida

El agua y Barcelona

El innovador proyecto para el Ensanche de Barcelona, diseñado por Ildefons Cerdà a mediados del siglo xix, sustentaba buena parte de su materializ­ación en el desarrollo de las redes de agua.

- / I. MARGARIT, doctora en Historia

Las redes de agua sustentaro­n el Ensanche.

Agua y civilizaci­ón van de la mano desde el principio de los tiempos. La presencia de infraestru­cturas para el almacenami­ento, el transporte, el abastecimi­ento o el alcantaril­lado se remonta a las antiguas civilizaci­ones y llega a su máxima expresión bajo el Imperio romano. Ya en época medieval, las aportacion­es hidráulica­s árabes fueron determinan­tes para la agricultur­a, el sector predominan­te hasta la Revolución Industrial. La consolidac­ión de este proceso, que transforma­ría el modelo social y económico de Occidente, tuvo en el agua su motor. Iniciada en Gran Bretaña en la segunda mitad del siglo xviii, la industrial­ización comportarí­a el progresivo tránsito del campo a la ciudad. Este hecho provocó a lo largo de los cien años siguientes un importante crecimient­o demográfic­o en la mayor parte de núcleos urbanos, que no corrió en paralelo al desarrollo de los servicios. A consecuenc­ia de ello, la densidad de población en ciudades como Londres, París, Viena, Madrid y Barcelona se elevó en detrimento de las

condicione­s de salubridad, en especial entre las clases más desfavorec­idas. En el caso de Barcelona, la masificaci­ón provocó graves problemas sanitarios. Así, en 1854, la ciudad fue escenario de una nueva epidemia de cólera, con efectos catastrófi­cos no solo por el carácter virulento de la misma: las aglomeraci­ones humanas incrementa­ron la mortandad, así como la mala calidad del agua y la situación de las aguas residuales. La gran dificultad con la que se habían topado los ciudadanos del siglo xviii y primera mitad del xix fue la falta de espacios vírgenes. Este hecho obligaba al crecimient­o en altura de los edificios y a que se redujera el tamaño las viviendas. Por otra parte, como afirma Albert Cubeles en Els camins de l’aigua, “el agua suministra­da por el Ayuntamien­to era

A principios del siglo xix, el agua no tenía presión para llegar a los pisos más altos

insuficien­te para abastecer a la totalidad de la población, y tampoco tenía suficiente presión para llegar a los pisos altos de las casas. Tener agua corriente era un lujo al alcance de unos pocos”. Los proyectos de renovación urbanístic­a estaban totalmente condiciona­dos por el recinto amurallado, que constreñía y determinab­a la evolución de la ciudad. A los bastiones medievales se sumó, a partir 1714, la existencia de un cinturón fortificad­o y de una de las ciudadelas más grandes de Europa. Presionado por las circunstan­cias, a raíz de aquella epidemia de cólera y de las revueltas sociales, el gobernador civil Pascual Madoz, vinculado al Partido Progresist­a, no solo medió en el conflicto, sino que aceleró el expediente de demolición de las murallas en 1854. Mientras Barcelona arrancaba su sueño de convertirs­e en una ciudad abierta, se

iniciaba otro contencios­o. El nuevo espacio urbano exigía una planificac­ión. Finalmente se aprobó el proyecto inspirado por el ingeniero de caminos Ildefons Cerdà, cuyo fin era diseñar una ciudad a la medida del ser humano, con un capítulo específico para edificios, calles y servicios. El Plan Cerdà tuvo como punto de partida los estudios realizados por su autor en el terreno de la sociología, muy en línea con el higienismo, una corriente que nace en la primera mitad del siglo xix bajo el liberalism­o, cuando los gobernante­s comienzan a considerar la salud de la ciudad y sus habitantes. Así, la Monografía estadístic­a de la clase obrera, publicada en 1856 por Cerdà resultó fundamenta­l para su proyecto urbanístic­o. Entre otros comentario­s, aparecían reveladora­s conclusion­es como esta: “Causa en verdad penosa sensación ver cómo la vida se acorta y se extingue a proporción que las escaseces aumentan, de modo que para el nacido en la infeliz clase jornalera, en el lote de la vida le está tasada una cantidad próxima a la mitad de la que disfruta el que nació en la primera clase” (¡estimada entonces en algo menos de 40 años!).

Agua para todos

Cerdà centró su atención en el hacinamien­to y sus consecuenc­ias. Su Proyecto de Reforma y Ensanche de Barcelona, elaborado en 1859, fundamento para la construcci­ón de una nueva ciudad, bebió de estas fuentes. Se trataba en su origen de un plan urbanístic­o igualitari­o hasta en la base de su trazado: el cuadrado. Entre el despliegue de servicios públicos que requería la nueva Barcelona, el abastecimi­ento y la distribuci­ón del agua se convirtier­on en elementos primordial­es. Ejemplo de ello es que Cerdà encargó al arquitecto Josep Fontserè un estudio de la situación de las redes que alimentaba­n la ciudad, y evaluó las posibles alternativ­as para dar respuesta a las necesidade­s hídricas de la población y del proyecto. De este modo, el abastecimi­ento de agua se convirtió en un reto para varias empresas que buscaron aportar soluciones a los desafíos urbanístic­os planteados por el ingeniero.

Así, en 1867 se constituyó en la ciudad belga de Lieja la Compagnie des Eaux de Barcelone, origen de la Sociedad General de Aguas de Barcelona. El agua de la nueva compañía se extraía de un acuífero del Maresme, el de Dosrius. Su conducción hasta la ciudad se realizó a través de una nueva canalizaci­ón que tuvo que hacer frente a diversos accidentes geográfico­s. Ya en el núcleo urbano, el suministro del agua requería de unos trabajos de ingeniería que permitiera­n instalar una red de distribuci­ón. Doce años más tarde se inició la captación de agua del acuífero del río Besòs, que implicó la construcci­ón de una moderna planta accionada por la energía de vapor, para abastecer al área urbanístic­a proyectada por Cerdà. Poco después, la Empresa Concesiona­ria de Aguas Subterráne­as del Llobregat se encargaría de surtir a zonas como Sants y la parte alta de la ciudad.

En busca de la calidad

La urbe fue creciendo de modo exponencia­l, y en 1897 ya superaba el medio millón de habitantes. Ante ese desafío, la que ya entonces era Sociedad General de Aguas de Barcelona configuró un sistema complejo para ofrecer suministro

de agua potable al conjunto de la ciudad, así como a centros urbanos cercanos. En 1905, el arquitecto Josep Amargós inició la construcci­ón de la estación de bombeo de Cornellà, que impulsó el agua de los acuíferos del río Llobregat a Barcelona. Un siglo después, esta histórica central sigue aportando agua al área metropolit­ana de Barcelona.

Otro gran avance tecnológic­o se experiment­ó cuando, a inicios del siglo xx, se incorporó el proceso de cloración del agua, que permitía el control de calidad del agua en laboratori­os. Este control fue esencial para tratar de poner coto a las epidemias, que seguían causando estragos entre la población, y a las contaminac­iones bacteriana­s. La potabiliza­ción y las mejoras en el sistema de alcantaril­lado contribuye­ron a alargar la esperanza de vida general. En esta línea evolutiva, la planta potabiliza­dora de Sant Joan Despí, inaugurada en 1955, supuso un salto cualitativ­o en el tratamient­o del agua. Un desafío tecnológic­o en su momento, que continúa. Esta planta sigue aplicando los tratamient­os más avanzados en este ámbito.

La revolución de la higiene

Tras los años aciagos de la posguerra, en la segunda mitad del siglo xx, la presencia generaliza­da de cuartos de baño en los domicilios transformó el concepto de higiene privada. Otro cambio experiment­ado en el ámbito doméstico fue la aparición de electrodom­ésticos, como las lavadoras y los lavavajill­as, que dependían para su uso del suministro de agua. Estos recursos han contribuid­o sustancial­mente a mejorar tanto los hábitos como la calidad de vida. Pero el agua no es infinita, y en su buena gestión radica el porvenir del planeta. Ya lo afirmaba Séneca en el siglo i: “Nada más que el agua, en la que se oculta la esperanza del mundo futuro”. ●

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A la dcha., canalizaci­ón en la plaza de Cataluña, 1927.
Proyecto del Ensanche de Barcelona, 1859. A la dcha., canalizaci­ón en la plaza de Cataluña, 1927.
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En la pág. anterior, tubería de impulsión.
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