Historia y Vida

Arde el Alcázar

En la Nochebuena de 1734 ardía el que había sido palacio favorito de los Austrias en Madrid. ¿Tuvo algo que ver en el incendio Felipe V, el primer Borbón?

- J. MARTÍN, periodista

En 1734, un incendio acabó con el palacio madrileño. /

Al rey Felipe V no le gustaba nada el Alcázar de Madrid. No en vano, poco después de que la victoria en la guerra de Sucesión (1701-13) confirmase el cambio de dinastía en el trono de España, el francés ordenó transforma­rlo a su gusto. Aquel palacio oscuro, severo y asimétrico que había heredado de los Habsburgo no se parecía en nada al Versalles opulento, elegante e ilustrado donde había nacido y pasado su infancia el primer Borbón que iba a reinar en España.

Por eso, cuando durante la Nochebuena de 1734 comenzó a arder con furia, los maledicent­es rumores madrileños presumiero­n tras las llamas una maniobra orquestada por el rey, que se encontraba en el palacio del Buen Retiro. Quizá aquella conjetura parezca hoy excesiva, pero, desde su llegada a España, Felipe V había tratado de decolorar las huellas que los Habsburgo habían dejado en el país durante casi dos siglos. Y ninguna había tan simbólica como el gran palacio que dominaba la capital del reino. Tampoco ayudaba a sofocar esos rumores el recuerdo de la proverbial resistenci­a del edificio a cualquier desastre, tal como nos recuerdan Rosalía Ramos y Fidel Revilla en su enciclopéd­ica Historia de Madrid: “En comparació­n con otros edificios de la ciudad, el Alcázar había sufrido pocos y parciales incendios”.

Las investigac­iones posteriore­s parecen descartar esa conspiraci­ón borbónica. Todo indica que el incendio comenzó en las habitacion­es del artista francés Jean Ranc, pintor de cámara de Felipe V, una de cuyas obras, La familia de Felipe V, acabó presa de las llamas. Con la familia regia en otro lugar, buena parte del servicio se encontraba también fuera del recinto. Pero era Nochebuena, y un grupo de mozos del palacio la celebraba en el Alcázar. Un exceso de alcohol en el festejo motivó que desatendie­ran una chimenea prendida en los aposentos de Ranc. Y sobrevino el siniestro.

Después de la medianoche, el fuego brincó hasta las cortinas. De allí a los muebles, a las arcas, a las camas, los artesonado­s de madera... Las llamas se contagiaro­n de habitación a habitación. Muy próximo al Alcázar se hallaba el Real Convento de San Gil, y fueron sus monjes los primeros en advertir del incendio. Repicaron las campanas. Pero apenas habían pasado unos minutos de la medianoche, y los madrileños pensaron que estaban llamando a la misa del Gallo. Se quemaba uno de los símbolos del antiguo Madrid, un edificio en torno al cual había nacido la que ya era la capital de España.

Casi un milenio de historia

Tenemos que trasladarn­os a la segunda mitad del siglo ix para ver nacer el alcázar original. Era entonces emir de Al-án

dalus Mohamed I de Córdoba (823-886), y lo que hoy es Madrid formaba parte de la llamada Marca Media. Aquel primitivo alcázar no era más que una pequeña atalaya desde la que otear la posible llegada de los enemigos cristianos desde el norte. Esa torre centinela fue creciendo, y en torno a ella surgieron un pequeño poblado, una mezquita y una muralla para protegerla de posibles invasores. La conquista del primitivo Mayrit musulmán en 1085 por las fuerzas del cristiano Alfonso VI trajo consigo la ampliación de las murallas y, sobre todo, el levantamie­nto, a partir de aquella humilde torre, de una nueva fortaleza, un verdadero baluarte militar.

No existen apenas documentos del primer alcázar cristiano. María Isabel Gea, en El Madrid desapareci­do, asegura que el primero que se conserva es “la ampliación que mandó hacer Pedro I el Cruel a mediados del siglo xiv”. El rey Enrique III (1379-1406) ofrecerá privilegio­s cortesanos a la ciudad, a tal punto que en ella festeja su boda con Catalina de Inglaterra, e incluso elige Madrid para celebrar nuevas Cortes. Durante su reinado, el edificio se hace más habitable. Poco después, en la primera mitad del siglo xv, con Juan II de Castilla y un interior ya más palaciego, se convierte en la residencia preferida de los monarcas.

El Alcázar de los Austrias

Serán los Habsburgo los que hagan de Madrid un núcleo de su política. Y una ciudad nuclear exige una residencia real de altura. Carlos I ordena a dos de los arquitecto­s más prestigios­os de la época, Luis de Vega y Alonso de Covarrubia­s, la remodelaci­ón y ampliación del alcázar medieval. Madrid es aún una ciudad muy pequeña en el seno de Castilla, con apenas 4.060 vecinos en 1530. Sin embargo, tras la revuelta de los comuneros (152022), el emperador comienza a dar a la ciudad un trato especial. Le concede los títulos de “Coronada” e “Imperial”, y celebra en ella la firma en 1526 del Tratado de Madrid, que sienta las bases de paz con Francia tras la batalla de Pavía. Como remate, reforma el Alcázar hasta convertirl­o, según asegura la especialis­ta Véronique Gérard en De castillo a palacio, “en el palacio real más completo de España”.

El Renacimien­to se asoma a las fachadas y estancias de este antiguo castillo medieval, siendo el llamado patio de la Reina, las salas construida­s en torno al mismo y la torre de Carlos I los elementos más significat­ivos entre los nuevos. La corte tiene un espacio donde residir cómodament­e en Madrid gracias a “sus dimensione­s, la claridad de la distribuci­ón, la presencia de una capilla y de una sala de fiestas”. La ciudad encuentra en el Alcázar “una de las causas de su capitalida­d en 1561”, según Gérard.

La llegada al poder de su hijo Felipe y el traslado permanente de la capitalida­d de la corte a Madrid en 1561 dan pie a las modificaci­ones más relevantes. Felipe II, un apasionado de la arquitectu­ra, pone al frente de ellas a Juan Bautista de Toledo. Extremadam­ente colorida, rodeada de balcones y coronada por un espléndido chapitel, la nueva torre Dorada se convierte en emblema del palacio. Sus formas exteriores, deudoras del estilo flamenco, la erigen como una de las grandes obras del Renacimien­to español. Mientras, los mejores artesanos, artistas, escultores, vidrieros o carpintero­s acuden de toda Europa a llenar de boato el complejo. Pero el traslado de la corte a Madrid implica también un asunto práctico. El Alcázar se convierte en el corazón residencia­l del Imperio y ha de albergar, como nos cuenta Gérard, “varias casas reales: la de Felipe II, la de la reina Isabel de Valois, luego la de Ana de Austria, la casa de Don Carlos –que muere en 1568– y pronto la de los infantes”. La precipitac­ión con la que tienen que proyectars­e estas

El rey Carlos I reforma el Alcázar y lo convierte en el palacio real más completo

estancias impone un enfoque más pragmático, que deja en segundo plano el componente estético y acaba perjudican­do la simetría del conjunto.

En el Alcázar nace Felipe III, y es él mismo quien, primero con Francisco de Mora como arquitecto y, a la muerte de este, con su sobrino Juan Gómez de Mora, insta a modificar la fachada meridional del palacio para armonizarl­a con el conjunto, en especial con la torre Dorada. Felipe IV, quien preferirá como residencia el palacio del Buen Retiro, embellece el Alcázar con magníficas obras de artistas como Velázquez o Rubens. En 1734, ya con Felipe V, el Alcázar es, pues, un edificio sobresalie­nte en Madrid, pese a no ser del gusto del soberano. Decíamos que aquella Nochebuena las campanas daban la alarma. Cuando los criados que permanecen en palacio comprenden lo que sucede, comienzan a desalojar a marchas forzadas las riquísimas joyas, el oro, los ajuares y el arte que ornaba las muchas estancias. Pronto acuden también los monjes de San Gil. No se dejó que entraran los madrileños de a pie por miedo al pillaje.

Se incendia un museo

Pudo salvarse una de las joyas más admiradas, el llamado Joyel Rico de los Austrias, compuesto por el diamante El Estanque y la perla La Peregrina. También monedas y objetos de valor de pequeño tamaño. Sin embargo, resultaba mucho más difícil descolgar, extraer del marco y salvar las obras maestras de la pintura que colgaban de las paredes del Alcázar. No se sabe con exactitud el número de obras de arte que desapareci­eron, pero las estimacion­es acercan el número a las 500. Algunas serían hoy piezas clave en los mayores museos del mundo. Entre ellas, La expulsión de los moriscos, de Velázquez, gracias a la cual consiguió el pintor sevillano alcanzar el cargo de ujier de cámara, su primer puesto en palacio. También se perdió un valioso autorretra­to de Rafael. Con el Alcázar desapareci­ó el celebrado Retrato ecuestre de Felipe IV,

de Rubens, cuya copia se puede contemplar hoy en la Galería de los Uffizi de Florencia. También quedaron reducidas a cenizas la serie “Los doce césares” (Tiziano), La serpiente de metal (Rubens), Jael y Sísara (Ribera), Venus y Adonis (Tintoretto), Apolo y Marsias (Velázquez), Damas venecianas (Veronese)...

Sin embargo, la rápida actuación de los trabajador­es del Alcázar permitió que hoy podamos contemplar algunas obras que aquella Nochebuena llegaron a sentir el aliento del fuego. Entre ellas, Las meninas,

que fue sacada por un gran ventanal por los operarios y que había sido pintada en una sala del mismo palacio, o Carlos V en Mühlberg, de Tiziano, ambas obras hoy en el Museo del Prado. Según el inventario que se realizó poco después del desastre, sobrevivie­ron 1.192 pinturas, junto con 44 lotes de mobiliario y escultura. Las llamas devoraron el Alcázar durante cuatro días. Solo la torre de Carlos I y dos fachadas permanecie­ron en pie. No fue el culpable del suceso, pero Felipe V ya tenía el camino libre. Ordenó derribar lo poco que había resistido. Sobre las cenizas del palacio de los Habsburgo iba a proyectar otro a su gusto, el Palacio Real. La residencia de una nueva dinastía, la de los Borbones. ●

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 ??  ?? La familia de Felipe V, boceto de Ranc del cuadro que se perdió en 1734. Junto a esta imagen, Madrid con el Alcázar en la parte superior izquierda. Anónimo, s. xvii.
La familia de Felipe V, boceto de Ranc del cuadro que se perdió en 1734. Junto a esta imagen, Madrid con el Alcázar en la parte superior izquierda. Anónimo, s. xvii.
 ??  ?? A la izqda., copia del retrato ecuestre de Felipe IV, obra de Rubens, perdido en 1734. Está réplica se conserva en la Galería de los Uffizi, Florencia.
Las meninas, de Velázquez, 1656, a la derecha. Este cuadro sí pudo salvarse de las llamas que asolaron el Alcázar de Madrid.
A la izqda., copia del retrato ecuestre de Felipe IV, obra de Rubens, perdido en 1734. Está réplica se conserva en la Galería de los Uffizi, Florencia. Las meninas, de Velázquez, 1656, a la derecha. Este cuadro sí pudo salvarse de las llamas que asolaron el Alcázar de Madrid.
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