El oro del rey Penda
El hallazgo, hace diez años, de innumerables piezas de oro y plata en el centro de Inglaterra ha revolucionado la historia del antiguo reino de Mercia.
El hallazgo de un tesoro en Staffordshire hace diez años, con numerosas piezas de metales preciosos, arrojó luz sobre la Edad Oscura de la historia británica, entre los siglos v y xi.
La Edad Oscura británica no fue como se creía. Todo lo que se sabía del belicoso auge anglosajón entre la retirada romana del siglo v y la invasión normanda del xi está siendo sometido a prueba desde hace una década. Se debe a uno de esos hallazgos que la arqueología prodiga muy de tanto en tanto, capaces de reescribir casi por sí solos la realidad histórica de un período. Esta patada al tablero altomedieval de Inglaterra tuvo lugar en 2009 cerca del caserío rural de Hammerwich, en el corazón geográfico de Gran Bretaña. Allí, en el condado de Staffordshire, los surcos recién roturados de una granja y el detector de metales de un buscador aficionado devolvieron a la superficie riquezas ocultas más de mil trescientos años. Consistente en unos cuatro mil seiscientos fragmentos, algunos milimétricos, este tesoro terminaría sumando, con excavaciones posteriores, más de cinco kilos de oro y casi uno y medio de plata. Su cuantía roza los cuatro millones de euros.
Sin embargo, pese a ser el mayor cúmulo de metales preciosos recobrado hasta ahora de los anglosajones, la importancia de este tesoro no es tanto material como científica. En ese terreno su valor resulta inestimable. Es lo que revelará un libro largamente esperado, el ensayo colectivo The Staffordshire Hoard. An Anglo-saxon Treasure, que se presentará este mes de febrero como primer relato conjunto de lo investigado en los últimos diez años.
Mucho más que una fortuna
Una de las coeditoras de la obra, la curadora Leslie Webster, se había jubilado dos años antes del hallazgo cuando la noticia saltó a los medios. Con casi medio siglo de experiencia en el British Museum, la experta declaró ya entonces, en cuanto pudo examinar lo encontrado, que se estaba ante un descubrimiento de tanta trascendencia como tres de las reliquias por antonomasia de la Edad Oscura: el barco funerario exhumado en Sutton Hoo en 1939, el Libro de Kells y los evangelios de Lindisfarne. Su entusiasmo fue compartido, de hecho, por todos los especialistas en el Medievo anglosajón. “Esto es algo con lo que sueñas”, comentó exultante David Symons, comisario del Museo de Birmingham. Allí se expusieron las piezas por primera vez en 2009, antes de ser adquiridas conjuntamente por esta institución y The Potteries, otra galería pública en la región del descubrimiento. Esta emoción generalizada obedecía a la ventana excepcional abierta por el tesoro al aún mal conocido siglo vii británico.
El hallazgo es contemporáneo de las primeras leyendas sobre un simple señor de la guerra britanorromano luego recordado como el rey Arturo, y antecesor en un siglo a las versiones más primitivas de
Beowulf, la epopeya fundacional de la literatura inglesa. El descubrimiento de Staffordshire supone un lujo como fuente de información. Sus objetos, intactos desde su enterramiento, proceden sin escalas de las propias raíces de lo que hoy se entiende como Inglaterra.
Un parado con un detector
De ahí que se trate “sin duda de uno de los mayores descubrimientos de la arqueología británica”, como recordó hace unas semanas Chris Fern, de la Universidad de York. Fern, director de la investigación que ha culminado en el libro del que hablábamos, da un ejemplo concreto para comprender la relevancia del hallazgo. El yacimiento de Sutton Hoo, revolucionario para el estudio de los anglosajones, había suministrado un solo pomo de espada hecho en oro, toda una rareza. Pues bien, Staffordshire ha brindado medio centenar, con lo que ha redibujado por completo lo que se sabía sobre los guerreros anglosajones, la columna vertebral de esa beligerante sociedad. Semejante cápsula del tiempo ha llegado a la actualidad del modo más inesperado. Fred Johnson, un granjero próximo a Hammerwich, decidió arar sus tierras más profundamente que de costumbre
El conjunto es coetáneo de las primeras leyendas sobre el rey Arturo
el verano de 2009. Tras ello, Terry Herbert, un parado entonces en situación de incapacidad laboral, obtuvo permiso del granjero para explorar su propiedad con un detector de metales. Lo había comprado de segunda mano décadas antes y, aunque lo usaba con asiduidad, nunca había encontrado nada de gran interés. Hasta el 5 de julio de ese año, cuando se topó con un objeto metálico, luego con otro y después, con otro más. Al quitarles la tierra, vio que eran de oro y plata. Días más tarde, había llenado 244 bolsas con valiosas piezas, fragmentadas y dispersas en un amplio espacio por la acción del arado. Cuando comprobó que su flujo era incesante, resolvió informar a las autoridades comarcales.
Pronto una amplia cuadrilla de arqueólogos peinó el área a conciencia bajo la dirección de una unidad especializada de la Universidad de Birmingham. Una superficie de más de nueve metros por trece fue explorada tan minuciosa como secretamente, debido a la asombrosa dimensión que iba tomando el hallazgo. La mayor parte del tesoro de Staffordshire fue recuperado antes de concluir esa campaña en septiembre. Hecho público días después, se convirtió enseguida en un fenómeno mediático.
De la tierra al laboratorio
La prensa británica insertaba en primera plana la noticia. La BBC abría sus telediarios con ella, pronto retransmitida en medio mundo. La web oficial del sitio tuvo más de diez millones de visionados en su semana inicial. En la exposición del Museo de Birmingham, “la gente esperaba cuatro horas para poder ver” las reliquias, rememoraría el Dr. Symons. Era un éxito inaudito.
El Estado no tardó en proclamar el hallazgo un tesoro nacional. Como tal, era propiedad de la Corona, y se tasó y se compensó millonariamente a partes iguales al descubridor y el granjero (hasta hoy comidilla recurrente en los tabloides por sus desacuerdos sobre la fortuna recibida). También se abrió un concurso público para asignar la exhibición de las joyas. Lo ganaron, tras una esforzada operación para recaudar fondos, las dos instituciones regionales mencionadas, que así han mantenido las riquezas en la tierra de la que emergieron.
En 2010 se realizó un nueva excavación. No en busca de otras piezas, sino para precisar mejor la datación y el entorno de
las halladas. Dos años después, una última extracción acrecentó los fragmentos recobrados con 81 más, la mayoría restos diminutos. Se abrió entonces, hasta 2014, una etapa de limpieza y clasificación de los ítems, así como de examen en el British Museum. Más tarde se ensayó una paciente recomposición de los objetos para identificarlos mejor. A este período ha seguido desde 2016 la organización de lo estudiado para su publicación. Todos estos trabajos fueron arrojando conclusiones parciales a medida que se avanzaba en la investigación, que se divulgará completa estos días. En 2014, se reveló con rayos X que los orfebres anglosajones empleaban técnicas avanzadas para que el oro luciera más dorado, incluso si se mezclaba con plata o cobre. Un año después pudieron reconstruirse una espada y un casco de una factura artesanal inesperadamente refinada.
El reino central anglosajón
Poco a poco se ha ido modificando la imagen que se tenía de la Inglaterra del siglo vii. Sobre todo de Mercia, el reino central y hegemónico de los siete que formaban la heptarquía anglosajona, y cuyo rey Penda habría mandado enterrar los lujosos objetos. Su monarquía aparece muy desacreditada en las crónicas medievales por su agresividad. Pero el tesoro de Staffordshire ha matizado esta pésima proyección histórica. Retrata una sociedad menos primitiva de lo que se creía. Mercia, como la define el profesor Simon Keynes, del Trinity College de Cambridge, era sin duda una “potencia predadora”, liderada por guerreros despiadados. Pero ahora, gracias al tesoro en cuestión, se sabe que estaba bastante estructurada. Se ha confirmado, por ejemplo, que tenía una especie de capital en el castillo de Tamworth, vecino del enterramiento. Aunque las cortes anglosajonas eran hordas itinerantes que seguían a su rey, esa plaza cerca de la secular Watling Street entre Gales y Londres, ya una vía romana, habría sido el cuartel de invierno de Penda y otros monarcas mercios. El análisis de los restos ha indicado que el tesoro habría sido un botín regio capturado en batalla básicamente a las coronas rivales de Northumbria, al norte, y Anglia Oriental, al este. Hay evidencias, además, de que fue enterrado a toda prisa en diferentes momentos y luego dejado allí involuntariamente. Su oro provendría de la refundición de monedas bizantinas. Partes de algunos pomos de espadas se habrían reaprovechado de objetos romanos, a su vez originados en Afganistán, India y Sri Lanka. Una Edad Oscura mucho menos aislada, más asombrosa y ciertamente más dorada de lo que se pensaba hace apenas diez años. ●
El tesoro matiza la fama de Mercia, un reino menos primitivo de lo que se creía