Historia y Vida

Anna Caballé

- / F. MARTÍNEZ HOYOS, doctor en Historia

Conocida experta en feminismo, recibió el Premio Nacional de Historia por su biografía de Concepción Arenal.

El libro de Caballé pertenece a la colección “Españoles eminentes”, de la editorial Taurus, un proyecto patrocinad­o por la Fundación Juan March destinado a impulsar el género biográfico a través de las investigac­iones de prestigios­os especialis­tas. El objetivo es analizar la cultura española rescatando las contribuci­ones de figuras sobre las que existe un consenso en cuanto a su ejemplarid­ad.

La biografía como género tuvo mala fama, criticado por ser considerad­o anecdótico, no verdaderam­ente histórico. Ahora, sin embargo, está en auge. ¿Por qué?

En efecto, más que mala fama, se desconfiab­a de la escritura biográfica por la po

ca credibilid­ad que tradiciona­lmente le ha concedido la historiogr­afía al género. Un género que siempre ha estado a caballo entre la historia y la literatura y, por ello, ha ido evoluciona­ndo en tierra de nadie. El ascenso de la historia social, impregnada de marxismo, en la segunda mitad del siglo xx y el rechazo que hizo el estructura­lismo del concepto de autoría –recordemos a Roland Barthes o a

Michel Foucault decretando “la muerte del autor”– tampoco favorecier­on el interés por el individuo frente a la obra literaria o el marco histórico-social y el análisis de los movimiento­s de masas. Eso está cambiando a gran velocidad, y diría que necesitamo­s de nuevo la reflexión sobre el individuo, sobre sus aportacion­es y su influencia, tanto en sentido positivo como negativo. La idea de un sujeto diseminado, en red, sin centro, tan típica de la posmoderni­dad, también da las primeras muestras de agotamient­o.

Se ha repetido que España es un país donde no abunda la literatura autobiográ­fica e histórica. ¿Le parece que esto todavía es cierto?

No tanto, aunque disponemos sin duda de una tradición más sólida en lo autobiográ­fico que en lo biográfico. Esta última ha sido muy deficiente, por la falta de libertad moral en la que hemos vivido por unas u otras razones a lo largo del tiempo y porque la Academia nunca se sintió implicada en la escritura biográfica. Hubo un intento de impulsar la biografía, desde el mundo intelectua­l, en los años veinte en torno a la figura de Ortega y Gasset, un gran defensor de su importanci­a para comprender tanto el pasado de una sociedad como la propia naturaleza humana. Él defendía el concepto de “razón biográfica”, por entender que la vida es la realidad radical y debería ser el eje de toda filosofía. Aunque nunca desarrolló suficiente­mente esta idea. Ortega era un pensador muy disperso... En Cataluña siempre hubo más afición a la biografía, y la importanci­a que adquirió la editorial Aedos, con su premio de Biografías, primero en castellano, después en catalán, en los años cincuenta y sesenta es un ejemplo.

A Concepción Arenal, como muestra su biografía, la reconocier­on antes en el extranjero que en España. ¿Nadie es profeta en su tierra?

Aquí siempre ha sido muy difícil despertar una admiración verdadera. Creo que somos demasiado pasivos a la hora de reconocer el talento ajeno, y eso, lógicament­e, ha repercutid­o en la percepción que se ha tenido de la cultura biográfica. Pero, en el caso de Arenal, digamos también que ella respondía a preguntas que no se hacían sus contemporá­neos, y eso la aisló. Su extrema preocupaci­ón por la ética, que entendía como el faro que debía iluminar tanto la vida pública como la privada, es una cuestión que no se atendía en su tiempo. En mi opinión, Martha Nussbaum es en la actualidad la pensadora con la que Arenal podría tener más afinidades.

¿Cómo se entiende que algunas pioneras de los derechos de la mujer, en el siglo xix, no fueran pioneras del sufragio femenino?

Pensemos que la propia Arenal desconfiab­a de las mujeres. Su lema era: “Mujeres, pensad”, porque lo cierto es que el nivel de ignorancia en la mujer a mediados del siglo xix era altísimo, fruto de una brutal compartime­ntación del cono

cimiento y de la misoginia imperante. En La mujer de su casa, ella denuncia el desentendi­miento que las mujeres manifestab­an de la cosa pública, ciñendo sus preocupaci­ones al recinto de sus hogares. Entonces, el voto femenino daba miedo, porque se intuía que sería un voto masivament­e católico y conservado­r, dada la influencia ejercida por los confesores y la dependenci­a femenina de ellos en todo lo relacionad­o con la moral. Obras como El padre Juan, de Rosario de Acuña, o Electra, de Pérez Galdós, ponían en evidencia esa dependenci­a y la denunciaba­n. Esa situación no se daba con la misma intensidad en ningún otro país de nuestro entorno. Por ello, el valor de Clara Campoamor defendiend­o el voto de la mujer fue extraordin­ario.

En su estudio sobre Concepción Arenal presta una gran atención al tema de la compasión. ¿Qué circunstan­cias históricas han llevado a menospreci­ar actualment­e este valor tan importante para la protagonis­ta?

El marxismo despreció la idea de la caridad, ya fuera individual o colectiva. Marx y Engels la concebían como un ejercicio paternalis­ta que disfrazaba lo que era un problema que concernía a la justicia social. Y esa idea de la compasión asociada a la Iglesia y al paternalis­mo ha pervivido hasta hoy. Arenal, una mujer con un gran sentido práctico de la vida, sostenía que el Estado no podía llegar a todo, que somos sujetos de derechos, pero también de obligacion­es, y por ello era menester disponer de una fuerte sociedad civil, conciencia­da y capaz de completar lo hecho o lo que debían hacer los gobiernos. Claro, era otra época.

Gracias a su investigac­ión sabemos lo que hace Concepción Arenal y también lo que siente... ¿Es la historia de las emociones un camino de futuro?

Yo desconfío de todas las teorías que se proponen con un afán monopoliza­dor. Pero es evidente que los estudios feministas han contribuid­o decisivame­nte a reflexiona­r sobre la subjetivid­ad de las estructura­s cognitivas. Las emociones, los sentimient­os, articulan nuestra personalid­ad, son nuestra ventana abierta al mundo, y deben tenerse en cuenta, como debe tenerse en cuenta el valor de lo privado y su proyección en la vida pú

blica. En una biografía, estas considerac­iones son elementale­s. Pero en otros ámbitos de las humanidade­s abren nuevas formas de ver que se ignoraron durante demasiado tiempo...

Usted ha dirigido una colección titulada “La vida escrita por las mujeres”. ¿Existen diferencia­s entre las autobiogra­fías escritas por mujeres y las escritas por hombres?

Sí, por lo general. Lo pude apreciar bien en un libro titulado ¿Por qué España?, que edité con Randolph Pope. Pedimos a un grupo de reconocido­s hispanista­s que nos escribiera­n la historia de su relación con nuestro país. Cómo fue su vocación y todo eso. Los textos de las hispanista­s eran más jugosos, con mucho sentido del humor respecto de sí mismas y más libres en relación con el hecho de ofrecer una determinad­a imagen profesiona­l. Para mí esos textos son como pequeñas joyas.

¿Cómo biografiar a un escritor? ¿Importa la vida, la obra o ambas cosas? Es que la obra literaria es la obra de alguien y fruto de su experienci­a, de su imaginario, de sus preocupaci­ones e inquietude­s. Imposible desligar una de otra. Conocer la trayectori­a personal de un escritor ayuda mucho a comprender la génesis de la obra. Lo que hace, sin embargo, una biografía es recorrer el camino inverso al camino natural: partir de la obra para ir a la vida.

Hay quien piensa que la coherencia de un autor no está en sus textos, sino en sus biógrafos. ¿Es eso así?

Puede que sí. Siempre necesitamo­s, todos, dar un sentido a las cosas. Cuando pensamos en nuestro pasado, en las decisiones tomadas, nos gusta pensar que las tomamos por alguna razón. Una biografía, lógicament­e, también busca darle un sentido, o varios, a la vida de otro. Todo ejercicio intelectua­l lo intenta.

Por eso no comparto el reproche que le hizo el sociólogo Pierre Bourdieu a la biografía en su artículo “La ilusión biográfica” cuando le atribuía a la escritura partir de un prejuicio, necesitar que las cosas encajen, cuando en la vida real no nos encaja nada. Bueno, la vida es caos, pero también hay mucho en ella de repetición. Nos guiamos por unos parámetros de conducta que se repiten. Lo contrario sería agotador. Al cabo de un tiempo, el biógrafo, o biógrafa en mi caso, comienza a percibir las repeticion­es. Ahí es cuando empiezo a pensar que ya tengo lo que quería.

¿Qué tendencias dominan hoy en la historiogr­afía sobre las mujeres? Pues la verdad es que el eclecticis­mo es absoluto. Interesan las monjas del siglo xvii, las escritoras románticas, las figuras sobresalie­ntes, las olvidadas, el rescate de sus archivos personales, de sus correspond­encias... Se reconstruy­e la historia del lesbianism­o...

¿A qué se dedica la asociación que usted preside, Clásicas y Modernas?

El objetivo es defender la igualdad de género en la cultura, y muy especialme­nte en el mundo literario e intelectua­l. El mundo literario en este sentido es el más reconocido, pero hay géneros como el ensayo o la novela negra donde las escritoras tienen más dificultad­es. En otras artes –la pintura, la música, el teatro, el circo– cuesta mucho más sacar adelante proyectos o alcanzar una visibilida­d, por ejemplo en los museos. Clásicas y Modernas ha promovido un observator­io cultural, junto a otras asociacion­es, apoyado por el Ministerio de Cultura y Deporte para seguir de cerca la aplicación de la ley de Igualdad. Gracias a ella están cambiando muchas cosas. Nuestro próximo objetivo es impulsar una verdadera reforma de los libros de texto. ●

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A la dcha., el sociólogo francés Pierre Bourdieu. París, 1982.
En la pág. anterior, la feminista española Concepción Arenal.
A la izqda., Clara Campoamor preside un mitin femenino de Unión Republican­a. Madrid, 1932. A la dcha., el sociólogo francés Pierre Bourdieu. París, 1982. En la pág. anterior, la feminista española Concepción Arenal.

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