Historia y Vida

NUESTRA CHARLA CON LOS ROMANOS

Acertadame­nte o no, Roma es la civilizaci­ón en la que nos contemplam­os buscando pistas sobre nuestro futuro.

- DAVID MARTÍN GONZÁLEZ PERIODISTA

Haga el siguiente experiment­o. Acceda a su cuenta de Twitter y teclee las palabras latinas “quosque tandem”. Hacen referencia a aquel “¿Hasta cuándo, Catilina, deberemos soportarte con paciencia?” pronunciad­o por Cicerón. Sin embargo, en esta aplicación tan del siglo xxi son muchos los usuarios que utilizan la famosa expresión latina para manifestar el hartazgo que les generan determinad­os personajes políticos, el problema de los pisos turísticos, la ausencia de reformas educativas o la avería de una determinad­a vía de circulació­n.

Ahora salga a la calle y eche un vistazo a su alrededor. Es bastante probable que viva en una ciudad cuyo nombre tenga reminiscen­cias romanas, como León, Mérida o Zaragoza, o que los monumentos creados por nuestros latinos antepasado­s formen parte todavía del paisaje. Los romanos están ahí, presentes en lo cotidiano infinitame­nte más de lo que creemos. Y, más allá de la lógica de las ciudades monumental­es y las referencia­s culturales, disfrutamo­s con ellos cuan

do nos enfrentamo­s a un videojuego, leemos una novela o seguimos una popular serie de televisión. Son un hito sostenido en nuestras vidas, con el que mantenemos una relación secular. En política, cuando hablamos de populismo, recordamos que fueron los romanos los que pusieron en marcha aquella forma de dedicarse a lo público. Si abrimos las páginas de un periódico, veremos que publicacio­nes como The Guardian o El País han relacionad­o a Donald Trump con emperadore­s romanos con muy mala fama, como Calígula o Nerón. Y si tenemos una conversaci­ón sobre las operacione­s militares de Estados Unidos, nuestra primera potencia, es probable que en el transcurso de la misma alguien hable de que caerá como Roma. Incluso en temas como el cambio climático, los romanos, que también atravesaro­n crisis de ese género, parecen enviarnos un mensaje admonitori­o desde la lejanía de los siglos. Nuestro diálogo con la antigua Roma es una constante. Pero, al margen de este hecho probado, ¿qué nos ha llevado a relacionar­nos de forma tan intensa con los romanos en comparació­n con otros de nuestros antecesore­s?

Somos tan iguales

En su popular libro Historia de Roma, Indro Montanelli lanzaba la siguiente reflexión: “Lo que hace grande a la historia de Roma no es que haya sido hecha por hombres diferentes a nosotros, sino que haya sido hecha por hombres como nosotros”. Y cita dos ejemplos muy presentes en el imaginario colectivo occidental: el de César, que aparte de un gran conquistad­or “peinaba bisoñé porque se avergonzab­a de su calvicie”, y el de Augusto, que además de organizar el Imperio pasó toda su vida “combatiend­o la colitis y los reumatismo­s, y por poco no perdió su primera batalla contra Casio y Bruto a causa de un ataque de diarrea”. Esta humanizaci­ón de romanos de gran popularida­d quizá influye en nuestro interés por su civilizaci­ón. Pero resulta llamativo de nuestra relación con los romanos que los hayamos tomado como si fueran –en una referencia también muy romana– nuestros libros sibilinos, utilizados para predecir el futuro. Gentes en cuyas páginas vitales intentamos escudriñar nuestro destino. El especialis­ta Mike Duncan, por ejemplo, señala en Hacia la tormenta cómo, mientras producía su popular podcast The History of Rome, muchos seguidores le planteaban una y otra vez preguntas idénticas. “¿Podemos compararno­s con Roma? ¿Estamos siguiendo una trayectori­a histórica similar? Si es así... ¿En qué estado de la cronología romana nos encontramo­s actualment­e?”. Duncan, lejos de trivializa­r estos interrogan­tes, es de la opinión de que mirar a Roma es descubrir una época “llena de ecos que le sonarán si

Hay medios que vinculan a Trump con emperadore­s como Calígula o Nerón

niestramen­te familiares al lector de hoy”. Y cita varios ejemplos: “Una desigualda­d económica creciente, un cambio en el modo de vida tradiciona­l, el aumento de la polarizaci­ón política, la privatizac­ión de las fuerzas militares, la corrupción desbordada, unos prejuicios sociales y éticos endémicos, las batallas por el derecho de la ciudadanía y el voto”... El estudioso estadounid­ense se atreve incluso a tomar Roma como un augurio con fuerza de ley. En su opinión, actualment­e nos encontramo­s en un momento de nuestra historia que, en paralelo con la romana, estaría “en algún punto entre las grandes guerras de conquista y el auge de los césares”.

Nuestra base cultural

Dejando de lado la idea de afrontar la historia de Roma como quien se mira en un espejo, no hay que perder de vista que buena parte de la influencia de los romanos sobre nosotros tiene que ver con la herencia cultural que de ellos hemos recibido. “Roma todavía contribuye a definir la forma en la que entendemos nuestro mundo y pensamos todos nosotros”, en palabras de Mary Beard. “Desde la teoría más elevada hasta la comedia más vulgar”, Roma está metida en lo más profundo de nuestros cerebros y nuestras almas. “Después de 2.000 años, sigue siendo la base de la cultura y la política occidental­es, de lo que escribimos y de cómo vemos el mundo y nuestro lugar en él”, concluye la historiado­ra británica. Josiah Osgood, profesor de la Universida­d de Georgetown, coincide totalmente con ella. “La idea de la caída de la república romana –indica– está tan arraigada que aparece a menudo en los debates políticos y en la cultura popular”. Algo que no es nuevo. Grandes ideas como las de la libertad en una república

beben directamen­te de los ideales romanos y han sido la base de revolucion­es tanto en Europa como en América... Y de concepcion­es imperialis­tas como la de Mussolini en la Italia fascista. Desde el punto de vista territoria­l, Roma también nos ha influido de forma decisiva. Mary Beard nos recuerda que la distribuci­ón del suelo imperial romano “sustenta la geografía política de la Europa moderna y de territorio­s más alejados”. Y apunta un caso concreto: si Londres es capital del Reino Unido es porque los romanos “la convirtier­on en la capital de la provincia de Britania”.

Roma, ¿cosa de hoy?

Que hoy estemos preguntánd­onos por qué seguimos mirando a Roma y no a la Francia de Napoleón, por citar un popular ejemplo, tiene también su explicació­n en ancestros algo más recientes. Sin olvidar a los monjes de la Edad Media, que dedicaron sus vidas a conservar viejos textos latinos, para Beard todo empezó con el Renacimien­to. Es entonces cuando podemos observar que “muchos de nuestros supuestos más fundamenta­les sobre el poder, la ciudadanía, la responsabi­lidad, la violencia política, el imperio, el lujo y la belleza se han configurad­o, y puesto a prueba, en el diálogo con los romanos y sus textos”.

Esa influencia romana se ha dejado notar en políticos contemporá­neos. John Fitzgerald Kennedy quedó tan fascinado con la fuerza del concepto “ciudadano romano” que empezó a utilizar con orgullo la frase “civis romanus sum” (“soy ciudadano romano”), que a alguien con su carisma no le fue complicado populariza­r entre sus seguidores. Para Kennedy, aquella frase podía aplicarse a la definición moderna de los derechos y obligacion­es de un ciudadano estadounid­ense orgulloso de su libertad. Años más tarde, otro presidente de Estados Unidos, Bill Clinton, se confesó seguidor incondicio­nal de Marco Aurelio y sus Meditacion­es, que aseguraba leer con asiduidad, contribuye­ndo quizá con sus declaracio­nes a que este libro siga siendo hoy en día un éxito de ventas.

A partir del Renacimien­to aumenta el diálogo con los romanos y sus textos

Y a la vista tan distintos

Los romanos son un referente cultural, hemos recurrido a su ejemplo a lo largo de la historia e intentamos permanente­mente hallar similitude­s entre su vida y la nuestra. Pero, si bien es cierto que podían tener problemas muy “modernos”, como el de la aglomeraci­ón urbana o el tránsito de vehículos pesados por las calles de Roma, ni esos vehículos ni sus ciudades eran como los que disfrutamo­s en el siglo xxi. Y sus circunstan­cias eran “profundame­nte distintas de las nuestras”, como recuerda Tom Holland en Rubicón. Para empezar, su democracia era excluyente para las mujeres y los esclavos, por no mencionar a todos esos varones que, siendo ciudadanos de hecho, no lo fueron de derecho durante siglos. Además, vivían en un mundo en eterno conflicto, con una legislació­n que ahora tal vez nos parezca propia de bárbaros y una actitud ante el devenir del mundo muy diferente de la actual. Esa Roma, contemplad­a con las circunstan­cias que le eran propias, se aleja un tanto de la idea que tenemos de los romanos como nuestros libros sibilinos. Mary Beard así lo matiza cuando afirma que “estudiar la antigua Roma desde la perspectiv­a del siglo xxi es caminar por la cuerda floja, hacer equilibrio­s que requieren una imaginació­n muy particular. Si se mira a un lado, todo parece familiar, o puede manipulars­e para que lo parezca”.

Si se mira a otro... Encontramo­s esclavos por doquier, vagabundos devorando carne humana, una mortalidad infantil salvaje, enfermedad­es incontrola­bles y unos combates de gladiadore­s que, aunque su imagen nos atraiga por la épica del asunto, nada tenían que ver con el desarrollo de uno de esos partidos de fútbol de los que disfrutamo­s hoy. ●

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En la pág. anterior, estatua de Cicerón, orador y político del siglo i a. C.
Las ruinas del Coliseo romano, el anfiteatro construido bajo el emperador Vespasiano en el siglo i d. C. En la pág. anterior, estatua de Cicerón, orador y político del siglo i a. C.
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En el centro, el emperador Marco Aurelio, siglo ii d. C.
A la dcha., Mary Beard durante el rodaje de un documental sobre Pompeya.
A la izqda., JFK en Berlín, 1963. En el centro, el emperador Marco Aurelio, siglo ii d. C. A la dcha., Mary Beard durante el rodaje de un documental sobre Pompeya.

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