Roma ya ha estado aquí
Al empezar a escribir Rubicón, su libro sobre la caída de la República romana, el historiador Tom Holland se topó con un problema. Se convirtió en “tópico” en su entorno el “comparar Roma con los actuales Estados Unidos”. Holland reconocía que “para el historiador resulta más común de lo que se podría creer el verse superado por los acontecimientos presentes. Sucede a menudo que períodos que nos parecían extraños y remotos nos sorprenden poniéndose de súbito de actualidad”. EE. UU. es la primera potencia del mundo. Y Roma lo fue en su día. Así que a muchos periodistas, tertulianos e historiadores les resulta atractivo comparar ambas realidades históricas y establecer paralelismos. Algo en lo que también influye el origen latino de la palabra imperio. Es imposible hablar de imperio estadounidense sin que nuestras mentes viajen al pasado romano que la propia palabra evoca. Dejando atrás la cuestión léxica, Holland subraya los ecos entre Roma y Estados Unidos, pues no solo “podemos distinguir los vagos contornos de la geopolítica, la globalización y la pax americana, aunque sean borrosos y distorsionados”, en los textos latinos, “sino que el historiador de la República romana no puede evitar cierta sensación de déjà vu al contemplar nuestras propias modas y obsesiones”, muy ligadas a la cultura estadounidense. Buena parte de las relaciones que se establecen en nuestros días entre Roma y Estados Unidos surgen de los sectores más contrarios al imperialismo. El historiador Josiah Osgood recuerda que los críticos con la guerra de Vietnam convirtieron en mantra una idea, la de que el “nacimiento de un imperio americano” conduciría inevitablemente al mismo final que el de la República romana: el colapso.
En esa línea, calibrando la tesis de un futurible autoritarismo similar al que impuso Augusto, Chalmers Johnson publicó en 2007 Nemesis: The Last Days of the American Republic, libro en el que señalaba cómo el “militarismo de Bush” había situado a Estados Unidos en el “sendero hacia la dictadura”, ejemplo citado por Osgood para insistir en la idea de que los críticos con la política exterior de Estados Unidos relacionan el colapso de la República romana con el clima internacional de Estados Unidos en el siglo xxi.
Los críticos con la primera potencia mundial y los augures que anunciaban la caída de Estados Unidos por su devenir no desaparecieron con el cambio de gobierno. En el segundo mandato de Barack Obama, “el mensaje de que la decadencia del Imperio romano se estaba repitiendo en el país, que constituyó muchas de sus instituciones a su imagen y semejanza, comenzó a calar en Estados Unidos”, según recoge Helena González Vaquerizo en la obra coral En los márgenes de Roma. Visitemos ahora a un historiador pretérito de la mano de Mary Beard, quien recuerda que la idea de “desolación disfrazada de paz que Tácito pone en boca de los enemigos britanos de Roma todavía resuena en las críticas modernas al imperialismo”. En definitiva, la pax romana impuesta a golpe de gladio que los críticos con Estados Unidos han acabado relacionando con la pax americana.
No es para tanto
Es cierto que tanto la Roma antigua como el Estados Unidos de hoy comparten la condición de primeras potencias mundiales. Y también es cierto que determinados escenarios han sido visitados por ambas naciones con intenciones bélicas. Pero no dejan de ser paralelismos que comparten con otras grandes potencias históricas.
Es, en parte, por esta razón por la que Mary Beard se muestra crítica con la idea de relacionar ambas potencias: “No tenemos necesidad de leer sobre las dificultades de las legiones romanas en Mesopotamia ni contra los partos para comprender que cualquier intervención militar moderna en Asia occidental sería desacertada. Ni siquiera estoy segura de que los generales que proclaman seguir las tácticas de Julio César lo hagan más allá de su imaginación”.
Pese a ello, reconoce que resulta tentador ver a los romanos como una versión de los estadounidenses. Ellos también pusieron en marcha desastrosas expediciones militares a las mismas zonas del mundo donde Occidente ha vuelto a fracasar. “Irak fue una tumba para los romanos como lo ha sido para nosotros”,
A muchos les gusta buscar paralelismos entre Estados Unidos y Roma
dice Beard. Una de sus derrotas más flagrantes, en el año 53 a. C., tuvo lugar ante el Imperio parto en Carras, cerca de la frontera actual entre Siria y Turquía. “Con un giro especialmente macabro –sigue Beard– que recuerda a las bravuconadas sádicas del Estado Islámico: el enemigo cortó la cabeza del comandante romano y la utilizó como parte del atrezo en una representación de Las Bacantes de Eurípides, en la que la cabeza del rey Penteo, decapitado por su madre, tiene un papel siniestro y destacado”. Sin duda, episodios de este tipo pueden llevarnos a pensar que la historia se repite, y que los Estados Unidos de hoy sufren los mismos procesos que la primera potencia de hace 2.000 años. O que incluso se enfrentan a enemigos muy similares. Pero el mundo ha cambiado, la forma de hacer la guerra ya no se basa en las formaciones cerradas de las legiones, e incluso los estados enemigos tienen poco que ver ideológica y religiosamente con aquellos que se enfrentaron a Roma. ●