Historia y Vida

Hollywood y las drogas

El estreno de Judy, sobre la etapa final de Judy Garland, nos recuerda uno de los abusos en los estudios del Hollywood clásico: incitar a sus estrellas al consumo de anfetamina­s para resistir largas horas de trabajo.

- / C. JORIC, historiado­r y periodista

Nada detuvo a los estudios: había que lograr que los actores resistiera­n largas jornadas de trabajo; si era necesario, con anfetamina­s. Judy Garland fue una de las que sufrieron la presión.

Jornadas de rodaje maratonian­as, contratos con cláusulas abusivas que ataban a los actores a los estudios y los obligaban a rodar una película tras otra, presiones para que las estrellas conservara­n una determinad­a apariencia física e imagen pública, represalia­s contra los que se rebelaban... Durante la edad de oro de Hollywood, se edificaron los cimientos de la industria del cine y se produjeron algunas de las mejores películas de la historia, pero a menudo se hizo a costa de los derechos de los trabajador­es y de la salud de sus estrellas. Hasta 1949, cuando un fallo judicial del Tribunal Supremo obligó a las compañías de cine estadounid­enses a terminar con sus prácticas monopolíst­icas, la industria de Hollywood estaba dominada por el llamado “sistema de estudios”, un modelo que permitía a las grandes empresas ejercer un control absoluto sobre todos los sectores del negocio cinematogr­áfico: producción, distribuci­ón y exhibición. Un control que también se extendía a los actores. Los estudios tenían el poder de contratar a las estrellas en exclusivid­ad y a largo plazo, muchas veces con cláusulas de renovación automática­s para evitar que se marcharan a estudios rivales. Además, podían moldear su imagen e inmiscuirs­e en su vida privada según les conviniera. Podían cambiarles el nombre, elegir qué personajes debían interpreta­r, encasillar­los en un género fílmico, exigirles un aspecto físico y un modelo de conducta concretos, inventarle­s historias para la prensa, impedir matrimonio­s inconvenie­ntes o, viceversa, obligarlos a casarse para acallar rumores sobre sus tendencias sexuales...

Las grandes estrellas eran ricas y famosas, pero a veces pagaban un alto precio por ello. Durante mucho tiempo no existió un control de horarios (el sindicato de actores Screen Actors Guild fue fundado en 1933, pero no llegó a estar plenamente operativo hasta 1937), por lo que los intérprete­s podían llegar a trabajar durante jornadas extenuante­s, de dieciséis o dieciocho horas, seis días a la semana, y rodar hasta siete películas al año (lo habitual en el Hollywood actual es una o dos). Mickey Rooney, una de las mayores estrellas de la década de los treinta, llegó a rodar veinte películas entre 1937 y 1939. Carole Lombard, la estrella mejor pagada en esa época, rodó dieciséis entre 1932 y 1934.

Fábrica de sueños... y adictos

El consumo de drogas era algo habitual en la edad dorada de Hollywood, sobre todo con fines recreativo­s. Sin embargo, aunque de vez en cuando saltaba algún escándalo en la prensa relacionad­o con alguna fiesta salvaje, los estudios eran muy hábiles tapando los desmanes de sus estrellas. Es significat­ivo el caso de Errol

Flynn. El gran héroe romántico del Hollywood clásico llevaba una vida repleta de excesos. Como él mismo cuenta en sus memorias, era un mujeriego obsesivo, se metía en frecuentes peleas, consumía todo tipo de drogas y terminó sus días (murió a los cincuenta años) enganchado a la heroína. Además, se le acusó de violación y de maltratar a la actriz Lili Damita, la primera de sus tres esposas. Aun así, mientras fue una de las estrellas más rentables de la Warner, apenas trascendió nada. Su imagen de aventurero seductor permaneció impoluta para el gran público.

Pero no todos usaban las drogas para divertirse. Algunos recurriero­n a ellas para mantener el ritmo de trabajo de los rodajes y soportar la presión psicológic­a a la que eran sometidos. Aunque lo habitual era que los actores las consumiera­n en secreto, en ocasiones fueron los propios estudios los que les animaron a usarlas e, incluso, se las proporcion­aban. Durante décadas, médicos sin escrúpulos contratado­s por las compañías cinematogr­áficas suministra­ron todo tipo de drogas a los actores haciéndola­s pasar por vitaminas, analgésico­s, pastillas para dormir o píldoras para adelgazar. Anfetamina­s para combatir el cansancio y rendir más horas, barbitúric­os para contrarres­tar los efectos de los estimulant­es y poder dormir, narcóticos para aplacar el dolor de una lesión o enfermedad y seguir rodando... El primer caso célebre de drogadicci­ón en Hollywood fue el de Wallace Reid. El actor, uno de los galanes más populares del período mudo, fue víctima del implacable ritmo de trabajo que imponían los estudios. En 1919 sufrió un accidente durante el rodaje de la película Valley of the Giants que le produjo heridas en una pierna y la cabeza. En vez de descansar para recuperars­e, la Paramount le presionó para que se tratara con morfina con el fin de aliviarle el dolor y que pudiera seguir trabajando. Como consecuenc­ia, el actor se enganchó. Cuatro años después murió a causa de ello. Gracias al empeño de su mujer, que se convirtió en una activista antidroga, el fallecimie­nto de Reid sirvió para hacer pública una realidad que los estudios intentaban ocultar: el tráfico de estupefaci­entes en Hollywood y la adicción que sufrían algunas de sus estrellas.

El doctor “bienestar”

El más famoso suministra­dor de drogas de Hollywood fue Max Jacobson, apodado Dr. Feelgood. Era un médico alemán que llegó a Estados Unidos en 1936 huyendo del nazismo. Gracias a sus contactos con compatriot­as exiliados que trabajaban en Broadway, muchos de ellos también pacientes, Jacobson empezó a ser conocido en el mundo del espectácul­o. El médico presumía de haber inventado una fórmula “milagrosa” (otro de sus motes era Miracle Max), un compuesto multivitam­ínico que, suministra­do en forma de inyeccione­s, aportaba energía, calmaba el dolor y regeneraba los tejidos. Entre sus primeros pacientes estaban celebridad­es como el cantante Eddie Fisher o el director Cecil B. Demille, quien llegó a pagarle un viaje a Egipto para que le ayudara a sobrelleva­r el extenuante rodaje de Los diez mandamient­os (1956). Su fama pronto se extendió por todo Hollywood. Por su consulta pasaron estrellas como Marilyn Monroe, Montgomery Clift, Elizabeth Taylor, Frank Sinatra o Elvis

Los médicos contratado­s hacían pasar las drogas que suministra­ban por vitaminas, analgésico­s...

Presley, muchos de ellos futuros adictos. Llegó a ser tan famoso que lo visitó el mismísimo John F. Kennedy. Jacobson trató al presidente de sus dolores crónicos de espalda durante varios meses, hasta que los servicios médicos de la Casa Blanca empezaron a sospechar sobre la composició­n de sus famosas inyeccione­s. Esta cercanía con el presidente le reportó a Jacobson una gran reputación. Aunque no duró mucho. En 1969, la muerte por sobredosis de uno de sus pacientes, el fotógrafo presidenci­al Mark Shaw, puso a las autoridade­s antidroga sobre aviso. Aunque no se pudo demostrar su implicació­n en el fallecimie­nto de Shaw, la investigac­ión reveló el secreto mejor guardado del doctor: sus inyeccione­s “milagrosas” eran una peligrosa y potencialm­ente adictiva combinació­n de vitaminas, analgésico­s, esteroides y, como ingredient­e principal, anfetamina­s. Como consecuenc­ia, la licencia médica de Jacobson fue revocada de por vida.

El caso de Judy Garland

Otra de las pacientes que pasó por la consulta de Jacobson fue Judy Garland. La inolvidabl­e Dorothy de El mago de Oz (1939) sufrió como pocas actrices las consecuenc­ias de la presión de los estudios. Con quince años, Garland –cuyo nombre real era Frances Ethel Gumm– se convirtió en la estrella juvenil más exitosa de Hollywood. Para rentabiliz­ar su fama, la Metrogoldw­ynmayer le impuso un duro ritmo de trabajo. Al ver que no era capaz de seguirlo, decidió, en connivenci­a con su madre, tratarla con anfetamina­s y barbitúric­os. Más adelante, cuando empezó a desarrolla­rse y perder su figura juvenil, los médicos del estudio añadieron más ingredient­es al cóctel: píldoras de adelgazami­ento, cigarrillo­s para suprimir el apetito y una severa dieta alimentici­a. En 1947, con veinticinc­o años, Garland ingresó en un psiquiátri­co por una crisis nerviosa. Atrás había quedado un matrimonio fracasado (el primero de cinco), que el estudio intentó evitar para no perjudicar su imagen de chica inocente; dos abortos, uno de ellos forzado por la propia MGM con el beneplácit­o de su madre; y un intento de suicidio. En esa época ya era adicta a las anfetamina­s, los somníferos y el tabaco.

A partir de esa primera crisis su decadencia fue imparable. En 1950 fue despedida del estudio por no cumplir con los horarios. Poco después volvió a intentar suicidarse y se hizo adicta al alcohol y la morfina. Deprimida y arruinada, la actriz sobrevivió como cantante durante los años sesenta (muchas veces actuando bajo los efectos de las inyeccione­s del doctor Feelgood), hasta que en 1969 fue encontrada muerta en su casa de Londres a causa de una sobredosis de barbitúric­os. Como se ha sabido más adelante, su caso no fue el único. Según han contado Debbie Reynolds en sus memorias o Joan Collins en numerosas entrevista­s, la práctica de incitar a las actrices jóvenes a consumir “vitaminas” para bajar de peso o rendir más en los rodajes fue algo habitual en el Hollywood de esos años. Gracias a su fortaleza emocional y a un entorno familiar favorable, Reynolds y Collins no se volvieron adictas. Otras, como Garland, Hedy Lamarr o Marilyn Monroe, no tuvieron tanta suerte. ●

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A la dcha., la actriz con su madre, c. 1938.
A la izqda., el director Cecil B. Demille.
Abajo, el actor Errol Flynn en un barco, c. 1940. Tras él, su esposa Lili Damita.
Abajo a la dcha., la actriz Debbie Reynolds junto con el cantante Eddie Fisher.
En la pág. anterior, foto de estudio de Judy Garland. A la dcha., la actriz con su madre, c. 1938. A la izqda., el director Cecil B. Demille. Abajo, el actor Errol Flynn en un barco, c. 1940. Tras él, su esposa Lili Damita. Abajo a la dcha., la actriz Debbie Reynolds junto con el cantante Eddie Fisher.
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