China y la guerra contra los gorriones
La lucha contra las plagas ordenada en el campo chino por Mao Zedong provocó un desastre de proporciones gigantescas.
Mao ordenó suprimirlos por mermar las cosechas, pero provocó una catástrofe mayor.
Mao Zedong, o Mao Tsetung, como escribieron su nombre durante años generaciones de estudiantes, fue uno de los mayores déspotas del siglo xx. Pero, a diferencia de otros a su altura, a él aún se le sigue rindiendo culto en su país, China. Resulta sorprendente si se recuerda que entre 1958 y 1962, los años del Gran Salto Adelante, millones de chinos murieron por sus delirios.
La dimensión de la tragedia sobrecoge. En 1988, el régimen admitió 23 millones de muertos en aquel lustro, pero hay historiadores que duplican la cifra. Mao fue un autócrata que declaró la guerra a la naturaleza, desvió ríos y derribó montañas. La lista de sus alocadas empresas es inacabable. Desde la destrucción de casas para convertirlas en abono para los cultivos hasta la creación de hornos caseros de fundición en los patios de viviendas, colegios y hospitales.
Había que impulsar la economía del país como fuese. Pero las cosechas se pudrían en los campos por la falta de mano de obra, ya que legiones de familias abandonaron las tareas agrícolas para dedicarse a la producción siderúrgica. Y la escasa producción agrícola que se salvó fue insuficiente para hacer frente a una hambruna de proporciones apocalípticas. Las estadísticas de la industria pesada se hincharon. Eso sí, de manera artificial y con acero de ínfima calidad
e inservible, procedente de enseres domésticos y cacharros de cocina. Quienes no perdieron la casa, perdieron las ollas. Mao Zedong (1893-1976) se empeñó en que China, una nación depauperada tras la Segunda Guerra Mundial, igualara o superase a toda costa la economía occidental. Y se fijó para ello un plazo de quince años. La iniciativa se llamó el Gran Salto Adelante, aunque en realidad fue un gran salto atrás o, peor aún, un salto al vacío.
El precio que tuvo que pagar el país fue espeluznante. Así lo sostienen especialistas como los británicos David Arnold y Jasper Becker o, más recientemente, el holandés Frank Dikötter, que publicó a finales del pasado año el volumen La tragedia de la liberación: una historia de la revolución china, 1945-1957. Uno de los episodios más cruelmente pintorescos del Gran Salto Adelante fue la guerra contra los gorriones. Y no solo contra estas humildes aves...
Contra la naturaleza
Mao Zedong, presidente del Partido Comunista de China desde 1943 hasta su muerte, estaba fascinado por el poder de las masas. Un ejército de trabajadores, sostenía, podía suplir la falta de maquinaria pesada. Grandes obras propias del Egipto de los faraones se sucedieron por todo el país. Y esas mismas masas, decía el Gran Timonel, podían imponerse a la naturaleza. Entre 1957 y 1958, el país se embarcó en una guerra nacio
nal contra las moscas, los mosquitos, las ratas y los gorriones.
En el caso de los gorriones, la excusa era que diezmaban las cosechas, pero el remedio fue mucho peor que la enfermedad. Quedan filmaciones de aquella época. Aldeas enteras salieron a los campos con tambores para asustar a estas criaturas y no darles ni un segundo de descanso. Las avecillas se desplomaban del cielo, exhaustas, después de verse obligadas a volar ininterrumpidamente durante horas. Muchos ancianos, que no podían sostener el ritmo de los más jóvenes, murieron al intentar encaramarse a los árboles o a los tejados de las casas para destrozar los nidos.
Los ejemplares también eran abatidos en pleno vuelo. Dikötter explica en otra de sus obras, La gran hambruna en la China de Mao, que durante esta “catástrofe devastadora” se distribuyeron armas entre ciudadanos y campesinos para que se convirtieran en francotiradores de la noche a la mañana. Solo en Nankín se gastaron 330 kilos de pólvora en un único día. La única víctima de aquella fusilería fue la naturaleza, además de los heridos por el fuego amigo.
Los cazadores dispararon contra todo aquello que volase. Y lo que no mataron las balas o los perdigones lo mataron los cebos. El uso indiscriminado de venenos se convirtió en un Armagedón para gatos, perros, patos, palomas, conejos, corderos, lobos... Pero si esta estrafalaria guerra se ensañó con algo fue con los humildes gorriones.
A medida que menguaban los gorriones, las cosechas fueron pasto de los insectos
Un país en estado de psicosis
Las estadísticas ofrecidas por las autoridades locales, ansiosas de satisfacer a los mandos del partido, se tienen que interpretar con muchísima cautela. Algunos informes oficiales desclasificados provocarían carcajadas, si no fuera por el trasfondo que ocultan de palizas, torturas y hambruna. Los chinos no se lanzaban a cazar gorriones o a fundir acero por capricho. Quienes no podían o no querían ya sabían a qué se arriesgaban. Shanghái dijo haber eliminado en una batida 48.695 kilos y 490 gramos de moscas. Esa surrealista precisión de 490 gramos dice mucho de la psicosis que se adueñó de la población para agradar a las autoridades.
Quizá en el caso de los gorriones también se hincharon las estadísticas. Pero un dato resulta incontestable. Y atroz. Las bandadas de antaño se volatilizaron. Cuando ya casi se habían extinguido, las autoridades se dieron cuenta de un hecho trascendental: estos pajaritos no solo comen semillas de cereales, también insectos. De hecho, son un efectivo e insustituible plaguicida natural. Solo en Shanghái, los burócratas dijeron haber sacrificado un total de 1.367.440 gorriones en una de sus batallas contra este enemigo del Estado.
El alto mando ordenó un alto el fuego inmediato en 1960. Ya era demasiado tarde. Las cosechas, en nombre de las que se hizo todo, fueron pasto de nubes de langostas. Las plagas de estos y otros insectos crecieron a medida que menguaban las colonias de gorriones, que estuvieron a punto de desaparecer por completo. Años después hubo que importarlos en secreto de la URSS para recuperar parcialmente su población.
Suma de errores
Otros parásitos muy dañinos para los cultivos proliferaron gracias a la ausencia de enemigos naturales. Como una
venganza del medio ambiente, una de las capitales más afectadas fue precisamente Nankín, que llevó la delantera en este absurdo genocidio ornitológico. Y, justo cuando los gorriones más se echaban en falta y más necesarios eran los insecticidas, el país descubrió que se había quedado casi sin existencias.
Los productos tóxicos se emplearon muy alegremente en los primeros años del Gran Salto Adelante. Tanto se abusó de ellos que escasearon cuando de verdad hicieron falta. Por si fuera poco, los grandes proyectos de irrigación de la época alteraron el equilibrio ecológico. Las inundaciones sucedieron a las sequías y lo agravaron todo aún más. Fue un desastre. Incluso los historiadores menos críticos con este período admiten que China no recuperó hasta 1964 las cifras de producción agrícola e industrial anteriores a 1958.
Mao Zedong perdió la guerra contra la naturaleza. “La campaña –dice Frank Dikötter– tuvo un efecto contrario y quebró el delicado equilibrio entre los seres humanos y su entorno, con un resultado terrible para la población, que fue diezmada”. El hambre provocó incluso casos de canibalismo. Una de las voces que han corroborado este dictamen es la de Chen Yizi, un alto cargo del Partido Comunista de China que huyó a Estados Unidos a raíz de la masacre de la plaza de Tiananmen en 1989. Este antiguo funcionario, que en el pasado fue uno de los encargados de destruir documentos comprometedores para el gobierno de su país, fue una de las fuentes de información del ensayo Hungry Ghosts (Fantasmas hambrientos), del escritor y periodista Jasper Becker. Según Chen Yizi, la hambruna entre los años 1958 y 1962 segó “43 millones de vidas, en el mejor de los casos; 46, en el peor”. La guerra contra los gorriones, y el desastre agrícola que trajo consigo, contribuyó a aquella tragedia. ●