LA HERENCIA DEL MAL
El terror sobrenatural como alegoría de los miedos reales del pasado
La argentina Mariana Enríquez se dio a conocer internacionalmente con Las cosas que perdimos en el fuego (Anagrama, 2016), una colección de heterodoxos cuentos de terror, de gran riqueza metafórica, en los que hablaba, entre otros temas, del lado más oscuro de la historia reciente de su país. En la extraordinaria Nuestra parte de noche, novela galardonada con el Premio Herralde, ese subtexto histórico se muestra en primer plano. Enríquez vuelve a narrar un relato de terror: la historia de un médium al servicio de una sociedad secreta formada por familias de la élite argentina, la Orden, con la capacidad de invocar a una deidad, la Oscuridad, que supuestamente los ayudará a perpetuarse en el tiempo. A través de la narración de esos terrores sobrenaturales, la autora recupera la memoria de otros terrores muy reales: la represión durante la dictadura argentina, con sus miles de crímenes, desaparecidos y secuestros de menores; el asedio y la explotación de los guaraníes, las comunidades indígenas de las provincias de Misiones y Corrientes, al noreste de Argentina; la aparición de los primeros brotes del sida en los ochenta; la crisis inflacionista de los noventa, que desembocaría en el “corralito”... Nuestra parte de noche, título que hace referencia al poema de Emily Dickinson Our Share of Night to Bear, está dividida en cuatro partes. La primera se sitúa en 1981 y narra un viaje en coche de Buenos Aires a las cataratas de Iguazú. Un trayecto con ecos de El corazón de las tinieblas de Joseph Conrad por un territorio selvático donde la Junta Militar tiene menos presencia y el eco de lo atávico resuena con fuerza. La segunda, ambientada en Buenos Aires en 1986, tres años después del fin de la dictadura, es un relato protagonizado por un grupo de adolescentes cuya temática –casas encantadas, desapariciones, relaciones paternofiliales– recuerda a la literatura de Stephen King. La tercera es la narración en primera persona de la mujer del médium durante su estancia en el Londres contracultural y esotérico de los sesenta. Y la última parte, situada en el Buenos Aires de los noventa, se desarrolla durante los movimientos estudiantiles y la crisis económica que convulsionó la sociedad argentina. Estas cuatro partes, a las que hay que sumar una quinta en forma de falso reportaje sobre el hallazgo de una fosa común, conforman un oscuro cuento de folk horror que alumbra los terrores del pasado y reflexiona sobre la herencia del mal.