Ceija Stojka
El nazismo se cebó con los gitanos, pueblo que quedó diezmado en los campos de exterminio de Hitler. Ceija Stojka, niña en Bergen-belsen, pudo contarlo y enfrentarse desde el arte y la memoria.
Superviviente de Bergen-belsen, esta pintora reflejó cómo el pueblo gitano sufrió el Holocausto.
Los supervivientes querían hablar y nadie les escuchaba”. Reyes Mate, uno de los mayores expertos en el Holocausto de España, pronunció estas palabras en un foro en 2012, celebrado en el Día internacional en memoria de las víctimas del exterminio nazi (27 de enero). Al drama de la limpieza étnica se sumó el del manto de silencio. A los supervivientes se les aconsejó asimilar la nueva realidad y que olvidaran lo sucedido.
El 14 de mayo de 1948 se funda el estado de Israel. Pueblo tradicionalmente disperso, la diáspora encontraría una corriente de cohesión con el nuevo país que mitigaría el trauma de la Shoah. Los romaníes no tendrían esa suerte. Víctimas de leyes antigitanas desde el siglo xv, la comunidad nómada a la que pertenecía Ceija Stojka (Austria, 19332013), superviviente de varios campos de concentración, sufrió el silenciamiento de su tragedia. En 1988, la escritora austríaca Karin Berger publicó Vivimos escondidos. Memorias de una romaní a partir de conversaciones con Stojka, que vivió de los 9 a los 11 años en diversos campos de concentración. “Aquel libro supuso un hito para la comunidad romaní. Hasta entonces no se había escrito nada al respecto. Fue como una explosión, y a partir de entonces muchos otros se atrevieron a hablar”, comentó la propia Berger en la presentación de su último libro, en la Fundación Secretariado Gitano de Madrid.
¿Sueño que vivo? Una gitana en Bergen-belsen (Papeles Mínimos) ilustra la lucha por la supervivencia de la comunidad gitana en los campos, y coincide en el tiempo con la exposición “Esto ha pasado”, que el Museo Reina Sofía (MNCARS) ha programado hasta el 23 de marzo, con pinturas de la propia Ceija Stojka.
Pueblo perseguido
El periodista Julio Camba (1884-1962) hablaba del “pensamiento metonímico” para describir la realidad: elegir una parte representativa para mostrar el todo. El caso de Ceija Stojka es una muestra valiosa de la crudeza de un genocidio que, según datos del Museo del Holocausto de Estados Unidos, se cobró 220.000 víctimas gitanas en los distintos campos. La pequeña Ceija podría haber sido una de ellas, pero cayó en el lado bueno de la historia. La tarde del 15 de abril de 1945 –este año se cumplen 75 de la liberación–, el campo de concentración de Bergen-belsen (actual Baja Sajonia) fue liberado por el ejército británico.
Ese odio al gitano, o romofobia, causó la muerte en Dachau del padre de Ceija, quien pasaría, junto a su familia, varios meses escondida en un carromato hecho casa, más tarde entre la hojarasca, con los nazis en el cogote. “Solo nos dábamos cuenta de que era gente muy mala. A veces vi por la calle cómo daban patadas a los niños”, leemos en ¿Sueño que vivo?, un relato que permite conocer las condiciones de vida en un campo tan dejado de la mano de Dios que ni los propios nazis se acercaban a él.
El lager llegó a albergar a unos 60.000 presos que convivían con 35.000 cadáveres sin enterrar, creando un caldo de cultivo de fiebre tifoidea, tifus y sarna con el que lidiaban las presas bielorrusas, elegidas por los nazis como sus representantes. La misma Ceija Stojka se acostumbraría a esa presencia siniestra: “Tampoco estábamos solos, porque muchas almas revoloteaban a nuestro alrededor”. Mirada poética para enfrentarse a esos cuerpos que poco a poco se iban vaciando, “corazón, hígado, todas las partes blandas”, convirtiendo en buitres a los humanos más cegados por el hambre. La niña Stojka llegaría a comer cordones, tierra o incluso harapos.
Pinturas del horror
Ceija Stojka no escuchó aquellas recomendaciones sobre las bondades del olvido. Para superar, prefirió mirar al espejo de su alma. Hablar con Karin Berger –que ha rodado varios documentales sobre ella–, pero también evocar, volver a traer, a través de la pintura. De formación autodidacta, la superviviente del Holocausto muestra unas pinturas de estilo naíf con un contenido nada ligero, como puede comprobar el visitante de “Esto ha pasado”, la muestra en el MNCARS. Un contraste entre su estilo infantil y escenas como la de los soldados nazis que reciben a punta de fusil a los recién llegados a “la máquina de exterminio de Hitler” que no dejan indiferente. Composiciones sencillas, sin apenas dibujo y pintadas a veces directamente con los dedos, sobre trenes que cargan con gitanos o paisajes de girasoles con buitres, que transmiten el horror desde una óptica especial. ●
LA VIDA EN EL LAGER
CONVERTÍA EN BUITRES A LOS MÁS CEGADOS POR EL HAMBRE