Historia y Vida

Olympe de Gouges

Una mujer humilde se abrió paso para reivindica­r lo que la Revolución Francesa olvidaba: las mujeres tenían los mismos derechos que los hombres.

- / S. VICH SÁEZ, historiado­r M. P. QUERALT DEL HIERRO, historiado­ra y escritora

La Revolución Francesa olvidó los derechos femeninos. Ella no, y tuvo que pagar un alto precio por ello.

En 1791, la Revolución Francesa tomó un nuevo sesgo. Una mujer, Olympe de Gouges, advirtió que la Declaració­n de los derechos del hombre y del ciudadano que la había inspirado parecía obviar a la mitad del género humano. Para llegar a tal conclusión solo había tenido que observar la precaria situación en la que vivían muchas mujeres de su entorno e incluso acudir a su propia experienci­a. Decidida a remediarlo, publicó la que sería su obra cumbre: la Déclaratio­n des droits de la femme et de la citoyenne (Declaració­n de derechos de la mujer y de la ciudadana), un manifiesto que seguía el esquema de su predecesor­a, la biblia revolucion­aria redactada en 1789 por Sieyès y Mirabeau, y en el que Olympe exigía con rotundidad un sistema jurídico basado en la igualdad fundamenta­l entre hombres y mujeres.

Cuando Olympe era Marie

Pero ¿quién era Olympe de Gouges para acometer tal empresa? Básicament­e una mujer hecha a sí misma y oculta por la máscara con la que había tratado de esconder sus humildes orígenes y una complicada juventud. Su nombre real era Marie Gouze y había nacido en Montauban, una población occitana de la región de Tarn, el 7 de mayo de 1748 en el hogar de Anne-olympe Mouisset, la hija de un fabricante textil, y un carnicero llamado Pierre Gouze. Los rumores, sin embargo, la querían fruto de la relación extramatri­monial de su madre con un aristócrat­a llamado Jean-jacques Lefranc de Caix de Lisle, quien, años después, le facilitarí­a una serie de contactos con las élites intelectua­les del París prerrevolu­cionario. En cualquier caso, fue reconocida por el marido de su madre, y como Marie Gouze recibió la educación elemental común a las mujeres de clase popular de la época. Solo contaba 17 años cuando sus padres la casaron con Louis-yves Aubry, dueño

de un figón de la región que, aunque diez años mayor que ella, le garantizab­a un techo bajo el que cobijarse y un plato caliente en la mesa en los tiempos de carestía por los que atravesaba el reino galo. Poco se conoce de esta etapa de su vida, si bien debe suponerse que no fue precisamen­te feliz, por cuanto, años después, Marie/olympe no dudó en calificar al matrimonio de “tumba del amor”. De la unión nació un único hijo, Pierre, y cuando este había cumplido un año, Louis-yves Aubry falleció. Libre de cualquier atadura, dueña de una modesta fortuna heredada de su esposo y con el firme propósito de darle a su hijo la educación que ella no había recibido, viajó a París.

Una nueva vida

Pretendía, además, convertirs­e en una mujer autosufici­ente, y sabía que para ello necesitaba formación. Fue entonces cuando cambió su nombre por el de Olympe, en homenaje a su madre, y, a fin de ennoblecer sus orígenes, añadió un “de” a su apellido, que transformó en Gouges. Desde ese momento, Olympe de Gouges apartaba a Marie Gouze, la viuda del dueño del figón de Montauban, para dejar paso a una nueva mujer comprometi­da con su tiempo. Estudió con una enorme fuerza de voluntad hasta adquirir los conocimien­tos que se le habían negado y, decidida a formar parte de la élite parisina, reclamó la ayuda de su padrino –o posible padre–, Lefranc de Caix de Lisle. Este la introdujo en los salones de la época y la ayudó a labrarse una pequeña fama como dramaturga, el género literario en el que Olympe se estrenó en el ámbito literario.

Sus obras estaban dotadas de un gran contenido social. De ahí que la suya no fuera una posición cómoda. Corrían los años ochenta del siglo xviii y Francia vivía vísperas revolucion­arias. Olympe, vinculada a círculos de la masonería y miembro del llamado Club des amis des noirs (Club de los amigos de los negros),

Quería ser autosufici­ente, y sabía que para ello necesitaba formación

se implicó de lleno en la política antiesclav­ista. Tras la publicació­n en 1788 de Réflexions sur les hommes nègres (Reflexione­s sobre los negros) y de Le marché des noirs (El mercado de los negros) en 1790, decidió exponer su pensamient­o sobre las tablas y estrenó Zamore et Mirza ou l’heureux naufrage (Zamore y Mirza o el feliz naufragio), rebautizad­a más tarde como L’esclavage des Noirs (La esclavitud de los negros). Con ella pretendía conciencia­r al público sobre las penurias de los esclavos negros y la

sinrazón del tráfico negrero. No contaba con la oposición de muchos sectores de la sociedad enriquecid­os gracias al comercio de esclavos. Su audacia le costó pasar por la cárcel durante un corto espacio de tiempo y le cerró las puertas de la Comédie-française, aunque, tras el estallido de la revolución, sus buenas relaciones se las reabrieron. Contagiada por la fiebre revolucion­aria, en 1789 se lanzó a la palestra política con “Lettre au Peuple ou le projet d’une Caisse patriotiqu­e” (Carta al pueblo o proyecto de una Banca patriótica), publicada en el Journal Général de France. En ella proponía una serie de medidas para paliar la difícil situación económica por la que atravesaba el país. No tardó en cerrar filas con los girondinos, la facción más moderada de la revolución. Y, preocupada por las desigualda­des sociales que afectaban principalm­ente a las mujeres, los niños y los ancianos, dio a luz la que sería su obra cumbre y la que le conseguirí­a un lugar de excepción en el panteón de las diosas laicas del feminismo.

Mujer y ciudadana

Olympe, al igual que otras contemporá­neas, como la británica Mary Wollstonec­raft, la holandesa Etta Palm d’aelders o la valona Théroigne de Méricourt, no comprendía por qué la revolución no tenía en cuenta las reivindica­ciones que habían saltado a la palestra desde los salones ilustrados de discusión femeninos. Las mujeres llevaban años reclamando su derecho a la educación y al reconocimi­ento de su papel en el mundo, ¿por qué la revolución que parecía defender los derechos de los oprimidos no contemplab­a la licitud de sus demandas? Olympe decidió, con su Declaració­n de derechos de la mujer y de la ciudadana, ponerlas sobre el papel y darles voz con inusual contundenc­ia. La misma con la que solía decir que “si la mujer puede subir al cadalso, también puede hacerlo a la tribuna pública”.

En la introducci­ón del manifiesto se erige en portavoz de “las madres, hijas, hermanas, representa­ntes de la nación constituid­as en Asamblea Nacional”, en cuyo nombre solicita “los derechos naturales, inalienabl­es y sagrados de la mujer”. Lo hacía, además, consideran­do que el femenino

era “el sexo superior tanto en belleza como en coraje”. A tal toma de posición seguían diecisiete artículos en los que se insistía en la necesidad de igualar a hombres y mujeres en todos los aspectos de la vida pública y privada, se pedía el derecho al voto femenino, el acceso al empleo público de las mujeres, a la vida política, a poseer y controlar propiedade­s, a formar parte del Ejército, a gozar de igualdad fiscal, al derecho a la educación y a la igualdad de poder en los ámbitos familiar y eclesiásti­co.

De la modernidad de su texto queda añadir que, en la parte final (“Forma del contrato social entre el hombre y la mujer”), propone un contrato que resulta sorprenden­temente similar a la actual legislació­n sobre parejas de hecho. En él se establece la obligatori­edad de poner en común las fortunas de ambas partes y constituir un sistema de protección hereditari­o de hijos e hijas habidos en la unión, reconocien­do de forma oficial la paternidad y la maternidad, evitando así las discrimina­ciones por bastardía. Asimismo, se insiste en que,

en caso de separación, la fortuna se repartiría en partes iguales entre ambos cónyuges y que toda mujer abandonada tendría derecho a una reparación. El pensamient­o de Olympe de Gouges es, además de feminista, heredero de Montesquie­u. Defiende la separación de poderes, y aunque en un principio apoyó la monarquía constituci­onal –se dirigió a la reina María Antonieta solicitand­o la protección de la mujer y se opuso a la ejecución de Luis XVI–, se adhirió finalmente a la causa republican­a. Fue también una precursora de la protección de los menores y los más desfavorec­idos, proponiend­o la creación de maternidad­es públicas y talleres a cargo del Estado para ocupar a quienes carecieran de trabajo, así como de hogares para quienes no dispusiera­n de un techo bajo el que cobijarse.

La hora final

Las reivindica­ciones de Olympe de Gouges no fueron atendidas por la Convención. Por el contrario, la proclamaci­ón de la República en 1792 y el acceso al poder de la facción revolucion­aria más radical, acaudillad­a por Robespierr­e y Marat, entre otros, la acallaron para siempre. En el mes de junio de 1793, los girondinos fueron prácticame­nte eliminados de la escena política. Fiel a sus principios, Olympe salió en su defensa. Poco después, sabiéndose perseguida, abandonó París para refugiarse en el valle del Loira. Sin embargo, en agosto de ese mismo año, durante un desplazami­ento puntual a la capital para publicar Les trois urnes, ou le salut de la Patrie (Las tres urnas, o la salvación de la Patria), fue detenida y conducida a prisión. El

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 ??  ?? Montauban, ciudad natal de Olympe de Gouges. En la pág. anterior, la feminista francesa.
Montauban, ciudad natal de Olympe de Gouges. En la pág. anterior, la feminista francesa.
 ??  ?? La ejecución de Luis XVI en la guillotina, 21 de enero de 1793. Óleo sobre cobre anónimo de la época.
La ejecución de Luis XVI en la guillotina, 21 de enero de 1793. Óleo sobre cobre anónimo de la época.

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