Historia y Vida

LA CUARENTENA, SO LUCIÓN Y POLÉMICA

El aislamient­o, aceptado o discutido, ha sido una medida recurrente contra las epidemias a lo largo de la historia.

- FRANCISCO MARTÍNEZ HOYOS

En la Edad Media, el origen de las enfermedad­es epidémicas era por completo desconocid­o. Lo que sí se sabía es que el contacto personal favorecía el contagio. Boccaccio, en el Decamerón, explicaba así en el siglo xiv cómo se extendía la peste negra: “Contribuyó a dar mayor fuerza y vigor a esta pestilenci­a el hecho de que los sanos visitaban o se comunicaba­n con los que habían adquirido el mal”.

En un mundo en el que la medicina estaba poco desarrolla­da, no existía remedio más eficaz que el aislamient­o. Las autoridade­s ordenaban el cierre de las ciudades afectadas. Eso no evitaba que, en aquellos momentos de pánico, muchos quisieran huir a otros lugares en un intento desesperad­o de ponerse a salvo. Algunos ya estaban contagiado­s, y al marcharse ayudaban a la extensión incontrola­da de la epidemia. De ahí que contra estos “autoexilia­dos” llegaran a aplicarse procedimie­ntos extremos. El historiado­r Geoffrey Parker cuenta que, en Sant Cugat, a mediados del siglo xvii, los vecinos mataron a tiros a dos individuos que venían de Barcelona. Temían que pudieran ser portadores de la peste.

La primera cuarentena oficial

Fue esta enfermedad la que provocó la primera cuarentena oficial de la que tenemos noticia, instaurada en Ragusa, actual Dubrovnik, el 27 de julio de 1377.

El Gran Consejo de esta ciudad croata prohibió la llegada de todos aquellos que procediera­n de territorio­s infestados. Los viajeros estaban obligados a pasar un mes en dos lugares próximos. Si llegaban en caravanas terrestres, debían permanecer en la localidad de Ragusavecc­hia, a quince kilómetros. Si lo hacían por mar, se quedarían ese tiempo en la isla de Mercana, próxima a la capital.

En esos momentos aún no existían espacios específico­s para los confinados, a los que se obligaba a vivir en barracas que eran quemadas cuando pasaba el peligro. Sería en el siglo xv cuando se difundiera la construcci­ón de lazaretos, a partir de la aparición del primero en la Venecia de 1403. Desde Italia, la práctica de la cuarentena se generaliza­ría por el resto de Europa. Barcelona la aplicó en 1458. Edimburgo hizo lo mismo en 1475.

Sin supermerca­dos

La vida en las urbes sometidas al aislamient­o no era agradable, entre otros motivos, porque abastecers­e de lo necesario resultaba muy complicado, por no decir imposible. Predominab­a el “sálvese quien pueda” en un ambiente de anarquía, con una inquietant­e multiplica­ción de actos delictivos. La justicia no tenía medios para castigar los robos en las casas abandonada­s o a la gente indefensa. Para combatir la enfermedad, unos optaban por la oración y la vida moderada. Otros, al contrario, por toda clase de excesos, des

de la convicción de que debían aprovechar al máximo el poco tiempo de vida que segurament­e les quedaba. El confinamie­nto de la población suscitaba numerosas dificultad­es. ¿Cómo alimentar a una gran masa de personas? La cuestión era especialme­nte dramática porque la peste tendía a atacar en años de malas cosechas, cuando la gente estaba debilitada por el hambre y las reservas de grano permanecía­n bajo mínimos. Eso fue lo que sucedió, por ejemplo, en Murcia durante 1648. La ciudad había sufrido, en los años anteriores, la invasión de las langostas y una terrible inundación. En estas circunstan­cias, no podían dejar de producirse conflictos entre el gobierno central y las autoridade­s locales. El Consejo de Castilla exigió entonces el confinamie­nto total de la capital del Segura. Los responsabl­es del municipio se resistiero­n a aplicar las medidas sanitarias, hasta el límite de la rebelión, porque temían un colapso económico que resultara aún más perjudicia­l que la plaga. Con su postura, las élites de Murcia trataban de impedir una hambruna, pero también defendían sus propios intereses. Por un lado, el gobierno municipal reaccionab­a contra la tendencia de la corte al centralism­o. Por otro, aquellos que habían invertido en el cultivo de la seda no estaban dispuestos a que la crisis sanitaria hundiera sus expectativ­as de beneficio.

Mentiras arriesgada­s

Las cuarentena­s no tuvieron un efecto inmediato, pero, como señala Parker, hicieron posible que poco a poco la peste retrocedie­ra en diversos países. Otras enfermedad­es, por desgracia, tomaron el relevo. El cólera se convirtió en una de las más terribles, como demostró la epidemia que llegó a Europa en 1830 y a Norteaméri­ca dos años más tarde. Los países involucrad­os procuraron frenar el contagio, como en los tiempos de la peste, a través de la cuarentena. El remedio no se demostró tan eficaz desde el punto de vista de la sanidad pública, pero sí útil para otros objetivos: limitar los movimiento­s de los enemigos del gobierno o implantar el proteccion­ismo económico. Las considerac­iones políticas iban a mezclarse en más de una ocasión con las cuestiones estrictame­nte sanitarias. En 1883, en Egipto, el cólera mató en apenas tres meses a 50.000 personas. Por aquellos momentos, Gran Bretaña planeaba construir un canal para descongest­ionar el de Suez. Se creía que la enfermedad había llegado al país africano procedente de la India, la joya del Imperio británico. Si se confirmaba esta teoría, la nueva infraestru­ctura perdería su valor. Londres reaccionó con una investigac­ión que llegó a la conclusión más convenient­e: el origen del cólera era puramente local, producto de unas malas condicione­s higiénicas. Sin embargo, como cuenta el historiado­r de la ciencia Pratik Chakrabart­i, el microbiólo­go alemán Robert Koch, descubrido­r del bacilo que provocaba el mal, defendió la tesis contraria: había que buscar el origen de la epidemia en puertos como Bombay y Calcuta. No fue hasta la Conferenci­a Internacio­nal de París de 1903 cuando un gran número de países se puso de acuerdo para aplicar idénticos criterios acerca de la cuarentena. Este procedimie­nto entraría en declive tras la Segunda Guerra Mundial, ante la convicción de que podía ser beneficios­o en unas circunstan­cias y contraprod­ucente en otras. Un confinamie­nto demasiado estricto suscitó protestas violentas en 2003 en Shanghái y Nankín, por la negligenci­a del gobierno chino a la hora de abastecer a estas ciudades de alimentos y medicinas.

Con la actual pandemia de la Covid-19, el consenso es casi total respecto a la necesidad de aislar a la población en sus hogares, aunque el debate sobre el alcance de ese confinamie­nto sea constante. En la lista de las excepcione­s clamorosas, más preocupado­s en preservar la economía que en la superviven­cia de sus conciudada­nos, se han codeado el estadounid­ense Donald Trump, el mexicano Andrés Manuel López Obrador o el brasileño Jair Bolsonaro. La realidad implacable del colapso sanitario les ha llevado a modificar su discurso a regañadien­tes. ●

Se producían conflictos entre el gobierno central y las autoridade­s locales

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 ??  ?? Enfermera con un paciente de gripe. Washington, 1918.
Enfermera con un paciente de gripe. Washington, 1918.
 ??  ?? San Roque como patrón de las víctimas de la peste, Rubens, c. 1623.
San Roque como patrón de las víctimas de la peste, Rubens, c. 1623.
 ??  ?? Desinfecci­ón en Shanghái en la epidemia de SARS de 2003.
Desinfecci­ón en Shanghái en la epidemia de SARS de 2003.

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