El cuarto jinete
Ayer y hoy se evidencia la fragilidad humana ante microorganismos que se convierten en armas mortíferas. La prepotencia de nuestra especie se arruga frente a ellos. Incluso en un estadio de civilización como el actual son capaces de apretar el botón del stop y frenar el planeta. De ahí los fantasmas asociados. Temores apocalípticos, estigmatización de colectivos, bulos que alimentan el alarmismo, confinamientos que generan polémica, profundas transformaciones políticas y económicas han sido denominador común en las grandes epidemias. Desde tiempos remotos, los contagios infecciosos siempre han estado ahí. Peste, fiebres tifoideas, viruela, cólera, gripe provocaron cataclismos demográficos y graves sacudidas en el orden social hasta que los avances científicos lograron erradicar o controlar sus efectos. La capacidad médica, los recursos hospitalarios, las vacunas y la evolución en la higiene han sido los mejores aliados en los tiempos modernos. Por el contrario, en un mundo global, la velocidad de la propagación de los agentes patógenos se ha convertido en una letal correa de transmisión. El alcance del actual coronavirus es impredecible, pero si enfocamos el retrovisor de la historia contamos con precedentes de plagas que nos ponen sobre la pista de aciertos y errores en torno a estas crisis, tan dramáticas como reveladoras. La Covid-19, la pandemia más disruptiva de cuantas nos ha deparado el siglo hasta ahora, plantea un gran reto, y no solo para la ciencia. La crudeza de esta crisis debería hacernos reflexionar acerca de los valores sobre los que se han cimentado nuestras sociedades. ●