Más que guerreros
El Imperio asirio arrastra todavía una fama de crueldad y barbarie que lo habría distinguido de otros pueblos. No obstante, los estudios recientes permiten valorar el alcance de esta civilización. A sus lujosos palacios hay que sumar el nivel de su ingeniería y la creación de la famosa biblioteca de Assurbanipal en Nínive. Pero ¿a qué se debe su leyenda negra? Sumerios, acadios, arameos... Multitud de pueblos se disputaron las tierras de la fértil Mesopotamia durante siglos. Los babilonios impusieron su primer dominio en la zona en época de Hammurabi, autor de la célebre ley del talión semita: “Ojo por ojo, diente por diente”. Tras muchos intentos, llegó la hora de Asiria. La expansión imperialista formaba parte de su esencia religiosa: el objetivo de todo rey era someter el universo a la voluntad de Assur, su dios patrón. El poder de este pueblo se ejerció gracias a su implacable maquinaria bélica. Así lo demuestran el arte y las inscripciones reales asirias, plagadas de referencias a deportaciones masivas de población, masacres, torturas y mutilaciones, acciones que se han interpretado como ejemplos de una política de Estado basada en el terror, el terror asirio. Pero la brutalidad no fue, ni mucho menos, un monopolio de este imperio. La arqueología ha permitido reinterpretar, más allá de la guerra, el peso de aquella civilización en la historia del antiguo Oriente Medio. ¿Qué queda de su extraordinario patrimonio? Buena parte está diseminado por los principales museos del mundo, mientras que otra parte, también significativa, se ha perdido para siempre. A los daños sufridos en la época otomana se ha sumado, más recientemente, la acción destructora del Estado Islámico. No obstante, la esperanza por recuperar vestigios de aquel pasado no cesa. Hace escasos meses, arqueólogos alemanes hallaron el mayor salón del trono asirio en Irak, bajo unas ruinas en Mosul. ●