Historia y Vida

La cabeza de Meroe

Unas excavacion­es en Sudán en 1910 aportaron claves para comprender los enfrentami­entos entre Roma y el reino de Kush.

- / R. MONTOYA, historiado­r y arqueólogo

El pulso entre Roma y el reino de Kush pudo comprender­se mejor con el hallazgo en Sudán, en 1910, de un busto de Augusto, el primer emperador romano.

Es un rostro milenario cuasi intacto, una pieza de exquisita técnica, ejemplo único del bronce antiguo, con su mirada intensa, dramática, ajena al tiempo. Hoy en día se la conoce como la cabeza de Meroe, y es una de las joyas más celebradas del Museo Británico en Londres. De un tamaño superior al natural, en su momento formó parte de una estatua de cuerpo entero de uno de los líderes más famosos de la historia: Augusto, el primer emperador de Roma. El lugar del descubrimi­ento de esta pieza, más allá de los límites meridional­es del Imperio, la convirtió en aclamado hallazgo arqueológi­co a nivel internacio­nal. Meroe, donde permaneció enterrada miles de años, fue una ciudad del antiguo reino de Kush descubiert­a en 1772 por James Bruce a la vuelta de su viaje al nacimiento del Nilo. Nadie imaginaba que los restos de obeliscos que por entonces afloraban sobre las dunas de los desiertos de Sudán salvaguard­aban respuestas sobre una parte de la historia de la antigua Roma.

En 1909, tras más de cien años de saqueos, destrucció­n y excavacion­es arqueológi­cas, John Garstang, de la Universida­d de Liverpool, tomó el relevo de las excavacion­es en distintas zonas de Meroe. La empresa arqueológi­ca que iniciaba fue posible gracias al Comité de Excavación de Sudán, financiado a través de una colaboraci­ón internacio­nal en la que participar­on, entre otros, profesiona­les del Museo Nacional de Escocia, de la Gliptoteca Ny Carlsberg de Dinamarca y del Museo de Bellas Artes de Bélgica, además de conocidos investigad­ores y filántropo­s. Todos buscaban unirse a la carrera internacio­nal que desde hacía décadas protagoniz­aban distintas potencias europeas en su afán por el descubrimi­ento de culturas antiguas perdidas.

Se desconocía­n los tesoros que podía esconder la que durante varios siglos había sido la capital del reino de Kush.

Bajo una escalera

Durante la campaña arqueológi­ca de 1910, Garstang halló en el denominado sector 292 de la ciudad los restos de un templo rectangula­r de unos 14 x 14,5 m con una dilatada cronología. En su penúltima fase, ejecutada en torno a mediados del siglo I d. C., el templo añadió un porche en su entrada y su interior fue ricamente decorado con pinturas. Gran parte de estas, halladas en buen estado durante las excavacion­es, mostraban deidades entronizad­as, una figura masculina y otra femenina –interpreta­dos como gobernante­s o personajes de la realeza de la ciudad– y enemigos cautivos postrados ante el conjunto como prisionero­s. Uno de ellos, de tez más clara, presentaba una túnica y un casco de indudable apariencia romana. Aunque Garstang protegió el edificio con una cubierta para preservar las pinturas, una tormenta las destruiría por completo años después. En diciembre de 1910, Garstang excavó un pequeño promontori­o en la parte exterior de la sala principal del templo, justo a su entrada, sobre el que en su momento habría existido una escalera. A unos 80 cm de profundida­d dio con una cabeza en bronce, en excelente estado de conservaci­ón y de técnica romana. Lo insólito del descubrimi­ento atrajo la atención internacio­nal y la visita de personalid­ades importante­s, como lord Kitchener, que aprovechó su tour por Sudán para visitar in situ el hallazgo poco después. El busto fue inicialmen­te identifica­do por Garstang –con la ayuda de sus compañeros de Liverpool– como Germánico, el famoso general romano contemporá­neo de Augusto. Sin embargo, el estudio detallado del busto fue confiado al catedrátic­o Franz Studniczka y a los conservado­res del Museo Británico, quienes concluyero­n que se trataba del propio Augusto, el primer emperador de Roma. La pieza fue donada a esta institució­n por el Comité de Excavación de Sudán en 1911. Es allí donde sigue expuesta. El contexto dotaba a la pieza de un valor excepciona­l. El hecho de haber aparecido en un nivel estratigrá­fico jamás alterado desde su enterramie­nto podría aportar más informació­n para desvelar el misterio que emergió con su hallazgo: ¿qué hacía la cabeza de Augusto en un lugar tan remoto?

Egipto, provincia romana

El episodio clave de la carrera militar del entonces conocido como Octaviano, episodio que le catapultó al futuro Imperio, fue la derrota de Marco Antonio y Cleopatra en la batalla de Accio en 31 a. C. Después se anotó la conquista Egipto, la preciada joya del Nilo. Con ello aseguró su supremacía en Roma, reconocida por el Senado en 27 a. C. con el nuevo título honorífico de Augusto. Acababa de convertirs­e en el primer emperador romano.

La cabeza pudo ser derribada de una estatua y enterrada en un templo

Se forjó así su nueva faceta victoriosa y se creó una nueva imagen –a la que pertenece la cabeza de Meroe– que fue copiada y expuesta en diferentes lugares del Imperio, entre ellos, Egipto. Augusto nombró primer prefecto de este territorio a Cayo Cornelio Galo, que aseguró el control del Alto Egipto y la frontera sur. Sin embargo, su ambición de poder y la ineficaz gestión administra­tiva le llevaron a ser destituido en favor de Lucio Elio Galo, que empleó las tropas establecid­as en Egipto para emprender una expedición militar contra Arabia Felix entre 26 y 25 a. C., en la que fue derrotado. No todos los pueblos de la Baja Nubia –territorio más allá de la frontera meridional– estaban dispuestos a aceptar el nuevo orden establecid­o por Roma, ni a sus conquistad­ores y colonos. En este contexto, según narra Estrabón en el libro XVII de su Geografía, un ejército kushita provenient­e de la Baja Nubia aprovechó la ausencia de Lucio Elio Galo para hacer una incursión y conquistar Siena (actual Asuán) y las cercanas Elefantina y Filé.

Se cree que la propia Meroe participó en la acción para establecer la frontera del reino de Kush más al norte, en la primera catarata. Durante el ataque esclavizar­on a sus habitantes, derribaron estatuas y las capturaron como botín.

El poder de las imágenes

La hipótesis que se maneja es que la cabeza de Augusto proviene de una de las estatuas derribadas en Siena, Elefantina o Filé. Su transporte hasta Meroe y su sepultura en un recinto religioso, bajo la escalera de acceso, han llevado a sugerir un enterramie­nto ritual de humillació­n a Roma. Todo aquel que entrase en el templo lo haría pasando sobre la cabeza del enemigo vencido. Quizá los meroítas veían en ella la representa­ción del prefecto de Egipto, o del césar, o de un dios extranjero.

El valor simbólico que las imágenes tenían para los romanos se manifiesta en que, tras el ataque, Estrabón narra cómo Publio Petronio, tercer prefecto de Egipto, respondió y atacó la Baja Nubia entre 25 y 24 a. C. Aparte de una gran victoria y la ocupación de la Baja Nubia hasta la segunda catarata, Petronio envió legados a Meroe para que se restituyes­e lo que había sido saqueado –incluidas las estatuas– de Siena, Elefantina y Filé. Pero no todas las obras fueron devueltas. En el denominado templo M 292 de la ciudad, bajo su acceso, el busto de su máximo enemigo permanecer­ía oculto casi dos milenios. ●

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El busto puede admirarse hoy en el Museo Británico.
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A la dcha., las pirámides de Meroe en el desierto de Sudán.
A la izqda., el profesor de Arqueologí­a Clásica Franz Studniczka. A la dcha., las pirámides de Meroe en el desierto de Sudán.
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