Humor y terror del confinamiento
Mary Mallon, alias
“Mary la Tifoidea”, se convirtió en 1915 en la encarnación de la supercontagiadora asintomática. Se estima que, para entonces, había infectado a cincuenta y tres personas, de las que murieron tres. Las autoridades de Nueva York le impusieron un confinamiento de tres años en un hospital por contagiar a varias familias para las que trabajaba como cocinera, pero, casi nada más salir, en un alarde de indolencia, volvió a contagiar sabiendo lo que hacía. En consecuencia, la confinaron con treinta y seis años para el resto de su vida.
Las madres estadounidenses
no decían “tu amiga me parece una persona tóxica”, sino “tu amiga es como Mary la Tifoidea”. Esta supervillana fue una auténtica pionera, si tenemos en cuenta que protagonizó pósteres y viñetas dramáticas cuando, en los carteles antipandemias, solo aparecían los hombres, porque era de mal gusto dibujar a las mujeres tosiendo o estornudando. Además, a ellos se les consideraba menos aseados: de hecho, se decía que algunos creían que lavarse o taparse la boca al toser era cosa de chicas, y, para contrarrestarlo, se crearon carteles de hombres, masculinos y elegantes, que tosían con pañuelo.
Por supuesto, los
periódicos también sacaron tiras cómicas con las que se burlaban de las epidemias, recurriendo a veces a escenas de familias. Así, durante la gripe de 1918, en nuestro país destacaron las lanzadas por El Imparcial, que se animó hasta a publicar coplas que rimaban las medidas de prevención contra la gripe, y representó gráficamente a la enfermedad como una mariposa abúlica y seductora (que hasta citaba pasajes de Don Juan Tenorio, dando a entender que contagiaba sin distinción de clase), o a unos padres amenazando a un niño respondón ya no con el coco, qué va, sino con toda su familia: el micrococo, el estreptococo, el neumococo...
En Estados Unidos,
los humoristas gráficos subrayaron el carácter engañoso de la gripe (convirtiéndola, por ejemplo, en un forastero embozado con un capote y exclamando “carramba, carramba”), se reían de los hipocondriacos que se creían enfermos (en una viñeta, un hombre le decía a otro, llamado Jeff, que seguro que no tenía gripe porque no sabía ni lo que era) y también relativizaban la tragedia de los niños, como aquel dibujo en el que un chico presumía de su regalo de cumpleaños: un pañuelo, casi tamaño sábana, que le duraría hasta cien estornudos. ¡Qué afortunado!