Historia y Vida

Otro mundo por conquistar

La avanzadill­a española en Filipinas esperaba agregar más tierras asiáticas al Imperio

- JAPÓN

Pekín

Shanghái

Usuki

Tokio

En la pág. anterior, un dibujo de las islas de los Ladrones (hoy, las Marianas), tomado de la crónica de Pigafetta sobre la vuelta al mundo del portugués Magallanes y el español Elcano. llanes, de gloriosa memoria. Sepa Vuestra Majestad que hemos encontrado alcanfor, canela y perlas. Que ella se digne estimar en su valor el hecho de que hemos dado toda la vuelta al mundo, que partidos por el oeste, hemos vuelto por el este”. La navegación de Elcano supuso el inicio de la primera globalizac­ión; atravesand­o el Índico, el Pacífico y el Atlántico, puso en contacto las cuatro partes del mundo, o continente­s entonces conocidos. En 1519, con el Tratado de Zaragoza, Carlos I cedió las Molucas, las codiciadas islas de las especias, a Portugal, a cambio de tresciento­s cincuenta mil ducados de oro. Se abrió así una segunda etapa de expedicion­es, organizada­s desde el virreinato de Nueva España (México), cuyo objetivo era la ocupación de las islas de Poniente, a las que Ruy López de Villalobos arribó en 1543, denominánd­olas “Filipinas por el nombre de nuestro bienaventu­rado príncipe (el futuro Felipe II)”. Villalobos, sin embargo, fracasó en sus intentos por hallar la ruta del tornaviaje hacia la América española y tuvo que regresar a España por la ruta de la India en naves portuguesa­s.

Nuestro hombre en Manila

Finalmente, sería la expedición de Miguel López de Legazpi la que conquistar­ía Filipinas, siguiendo la Instrucció­n secreta de la Audiencia mexicana, que Legazpi no pudo abrir hasta encontrars­e en alta mar, donde se le ordenaba respetar “el asiento que Su Majestad tiene tomado con el serenísimo rey de Portugal” y ocupar “otras islas que están comarcanas a ellas, así como son las Filipinas y otras que están fuera del dicho asiento y dentro de la demarcació­n de su majestad, que se dice que tienen también especias”.

Tras tomar posesión de la isla de Guam, la mayor de las Marianas, el 26 de enero de 1565, la expedición española, compuesta por tresciento­s ochenta hombres, de los cuales doscientos eran soldados y cinco agustinos, recaló en la isla de Leyte (Filipinas), donde fueron pacíficame­nte recibidos por el cacique Camatuhan y su hijo, reyezuelo de la cercana Samar. De allí pasaron a Bohol, pero la escasez de víveres les obligó a trasladars­e a Cebú el 27 de abril, donde establecie­ron el primer asentamien­to español. La tranquilid­ad y las buenas relaciones con los indígenas se vieron enturbiada­s por la llegada de una pequeña flota portuguesa al mando de Gonzalo Pereira, que reclamaba para su nación las islas Filipinas. El talento diplomátic­o de Legazpi logró que Pereyra abandonara Cebú, aunque regresó en 1568 y asedió la isla durante tres meses. La acuciante falta de víveres obligó a los conquistad­ores, que habían surcado el Pacífico en busca de gloria y riqueza, a comer hierbas y hojas de palma, ratones y gatos para poder subsistir, hasta que el virrey de Nueva España, Gastón de Peralta, envió suministro­s, pobladores y los despachos reales que permitiero­n al gobernador fundar ciudades, repartir indios en encomienda­s y establecer la primera administra­ción de las Filipinas,

con el título de Adelantado de las Marianas. Siguiendo las instruccio­nes recibidas, el 1 de junio de 1565, Legazpi ordenó zarpar a la nao capitana, gobernada por Felipe Salcedo, quien, gracias a los conocimien­tos náuticos y cartográfi­cos del fraile agustino Andrés de Urdaneta, inauguró la ruta del tornaviaje, arribando al puerto de Navidad el 1 de octubre y el día 8 a Acapulco. Quedaba abierta la comunicaci­ón Manila-acapulco, que mantendría el Galeón hasta 1815.

Guerra y paz

En mayo de 1570, Legazpi ordenó al maese de campo, Martín de Goiti, que se trasladase hasta la isla septentrio­nal, Luzón, y entablase contacto con los régulos moros de la bahía de Manila. De Goity cargó en el navío San Miguel tres piezas de artillería y se hizo acompañar por quince paraos [embarcacio­nes de una sola vela, propias de los mares de China] con nativos. Tuvieron que mantener duros enfrentami­entos y se produjeron numerosas bajas entre la población indígena. Legazpi decidió trasladars­e entonces con todos sus barcos y soldados a Manila. Al llegar a la isla de Mindoro, encontró a bastantes chinos, que los nativos habían capturado y convertido en esclavos al naufragar sus champanes. Hizo gestiones para conseguir su libertad, canjeándol­os por mercancías. Al regresar a su tierra, los chinos informaron a las autoridade­s de lo que les había sucedido y, en agradecimi­ento, enviaron a los españoles diez champanes cargados de azúcar, naranjas, porcelanas, lozas, productos farmacéuti­cos y seda. Al avistar los barcos de Legazpi, que llegaban a la bahía de Manila, los indígenas comenzaron a huir e incendiar sus poblados. Legazpi envió a su maese de campo para que parlamenta­se con los jefes moros malayos y les comunicase que iban con la finalidad de asentarse pacíficame­nte. El 18 de mayo de 1571, acompañado por Martín de Goity, Juan de Salcedo y otros capitanes, y con la ayuda de dos intérprete­s, Legazpi pactó amistosame­nte con los reyezuelos Rajá Matandá, el Viejo, con Rajá Solimán, el Mozo, y con Sibano Lacandola, principal del pueblo de Tondo, para que reconocier­an vasallaje a la Corona española.

En la pág. opuesta, recreación de la ciudad de Manila, en la desembocad­ura del río Pasig, tal como era en el siglo

El viaje más largo

Cuando los españoles comprobaro­n que Filipinas no poseía especias, ni tampoco había rastro de metales preciosos, buscaron otras fórmulas económicas. Entre 1575 y 1585, se estableció una línea comercial que unía las Filipinas con Nueva España mediante el Galeón de Manila, también denominado galeón de Acapulco o nao de la China. El Galeón zarpaba anualmente de Manila hacia

Sin el Galeón de Manila, no hubiera sido posible el asentamien­to en Filipinas

Acapulco cargado de sederías, porcelanas, abanicos, marfiles o biombos chinos, objetos lacados japoneses, arcones filipinos, tejidos de algodón de Bengala y especias (pimientas y clavo de las Molucas, canela de Ceilán), productos todos ellos que proporcion­aban altos márgenes de beneficio. Sin esa ruta comercial, su principal recurso económico, el asentamien­to permanente de los españoles en Filipinas no hubiera sido posible. El tornaviaje hacia América era sumamente arriesgado y penoso. Gemelli Careri, que viajó de Manila a Acapulco en 1697, escribió: “El viaje desde las islas Filipinas hasta América puede considerar­se el más largo y terrible del mundo, tanto porque hay que cruzar, con el viento siempre en contra, un océano que es casi la mitad del globo terráqueo, como por las tremendas tempestade­s que allí se desatan, una tras otra, y por las graves enfermedad­es que atacan a las personas que navegan durante seis o siete meses en el mar, teniendo que soportar temperatur­as a veces frías, cálidas, o templadas, lo cual basta para destruir a un hombre de acero, y sobra para destruir a uno de carne y hueso, no muy bien alimentado en alta mar”. Aun así, cientos de galeones cruzaron el océano en ambas direccione­s, modificand­o sustancial­mente la geografía del comercio mundial y regando de plata americana, sobre todo, el Imperio chino, pero también otros lugares de Asia.

Islas de frailes

Filipinas, además de un nudo comercial con una presencia mínima de laicos, concentrad­a en Manila y algunas ciudades poco pobladas, fue, en cierto modo, un Estado misionero, ya que las órdenes religiosas intentaron trasplanta­r las lecciones de la experienci­a evangeliza­dora americana al ámbito asiático. Los frailes fueron quienes más se adentraron en el archipiéla­go y asumieron con frecuencia funciones administra­tivas, siendo imprescind­ibles para cualquier actuación que el gobierno pretendier­a llevar a cabo en las comunidade­s indígenas, a las que protegiero­n exigiendo la aplicación de unas normas éticas en el asentamien­to. En 1574, año en que se aprobaron las Ordenanzas de nuevos descubrimi­entos y poblacione­s, como resultado del largo proceso autocrític­o de la colonizaci­ón americana, el agustino Diego de Herrera viajó a España para exponer a Felipe II los abusos que se estaban cometiendo contra los indios en Filipinas. Los religiosos, sobre todo los agustinos, quisieron imponer un cumplimien­to estricto de las ordenanzas, y su intransige­ncia amenazó la continuida­d de la colonia en los años finales del siglo xvi, puesto que la propaganda anticoloni­al de los frailes llegó a crear en Nueva España una opinión refractari­a al desplazami­ento de soldados y pobladores al archipiéla­go. La población española se concentró en el área de Manila. Numéricame­nte, fue siempre inferior al abigarrado conjunto multirraci­al y étnico que convirtió a la

 ??  ?? A la dcha., llegada de la nave Victoria a Sevilla en 1522, tras completar la primera circunnave­gación de la tierra.
A la dcha., llegada de la nave Victoria a Sevilla en 1522, tras completar la primera circunnave­gación de la tierra.
 ??  ?? A la dcha., el fraile Andrés de Urdaneta, en un óleo de Víctor Villán de Aza de finales del siglo xix. xvii.
A la dcha., el fraile Andrés de Urdaneta, en un óleo de Víctor Villán de Aza de finales del siglo xix. xvii.
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