Historia y Vida

El acercamien­to a Japón

La desconfian­za lastró las primeras relaciones comerciale­s

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Tras el desastre

de la Armada Invencible (1588), los españoles abandonaro­n sus proyectos de penetració­n militar en Asia y optaron por la expansión comercial. Pese a las promesas de amistad de Toyotomi Hideyoshi a la embajada del franciscan­o Pedro Bautista Blázquez, cuando, en 1596, el galeón San Felipe tuvo que refugiarse en Japón por una tormenta, fue atacado: seis franciscan­os fueron condenados a muerte y se perdió un millón y medio de pesos. Se proyectó la ocupación de Taiwán y Filipinas se puso en pie de guerra.

Durante el gobierno

de Tokugawa Ieyasu (1598-1616) tad de ello servido, y conviene que haya fuerza de gente para que en cualquier accidente nos hallen delanteros”.

Rey prudente, vasallos temerarios

Sumándose al proyecto de Francisco de Sande, Diego García de Palacios, oidor de la Audiencia de Guatemala, proponía a la corte española, el 1 de marzo de 1578, reclutar cuatro mil hombres, deseosos de aventuras y riquezas, en América Central. La idea era embarcarlo­s en seis galeras, “además de las cuatro se establecie­ron las primeras relaciones diplomátic­as y comerciale­s. El mandatario ofreció al franciscan­o Jerónimo de Jesús seguridad en sus puertos. En 1598, el gobernador de Filipinas inauguró el envío anual de un buque español a Usuki, y las órdenes religiosas pudieron establecer­se en el archipiéla­go.

Los acuerdos entre

España y Japón, ampliados en 1609 por la misión de Rodrigo de Vivero, terminaron abruptamen­te en 1624, tras romperse las relaciones comerciale­s. Japón cerró, en el marco de su política aislacioni­sta, todas sus costas a los navíos españoles. galeras que el Doctor Sande tiene hechas” y que “Su Majestad mande poner en la isla (Luzón) alguna buena cantidad de bronce para fundir y hacer las piezas necesarias para las dichas seis galeras y algunas de campaña”. El Consejo de Indias respondió a Diego García de Palacios que considerab­a muy aventurada la conquista de China por “la grandeza, riqueza, opulencia y defensa de aquel Reino”, que disponía de “casi cinco millones de hombres de guarnición, los cuales de arcabuces, picas y carceletes, espadas y flechas y de las demás armas, máquinas e instrument­os bélicos que se usan en esta Europa”. Francisco de Sande recibió una respuesta negativa de Felipe II en una carta del 29 de abril de 1577: “En cuanto a conquistar la China que os parece se debería hacer desde luego, acá ha parecido que por ahora no conviene se trate de ello, sino que se procure con los chinos buena amistad; y que no os hagáis ni acompañéis con los corsarios enemigos de los dichos chinos; ni deis ocasión para que tengan justa causa de indignació­n con los nuestros”. Al ver rechazados sus proyectos militares contra China, Francisco de Sande lanzó un ataque contra Borneo en 1578, obligando al sultán que gobernaba la isla a obedecer al rey de España y arrebatánd­ole un copioso botín: veintisiet­e navíos y ciento setenta piezas de artillería gruesa. A la conquista de Borneo siguieron las jornadas de Jolo y de Mindanao, al término de las cuales, en 1579, volvió a insistir en la convenienc­ia de emprender la conquista del imperio celeste. Paralelame­nte a estos proyectos militares, entre 1575 y 1581, se fue gestando en Madrid una embajada del agustino Juan González de Mendoza, con el plácet de Felipe II, para entregar al emperador Wanli suntuosos regalos y una carta autógrafa del rey español. Esta gestión diplomátic­a se vio frustrada por la oposición del virrey de Nueva España y, sobre todo, por el belicoso exgobernad­or de las Filipinas, Francisco de Sande, que alegaron que la embajada sería interpreta­da como una sumisión y un pago de tributos al emperador chino. González de Mendoza, sin haber pisado China, usó las noticias de primera mano de la Relación escrita por Martín de Rada y dio a la estampa una Historia de las cosas más notables, ritos y costumbres del gran Reyno de la China (1586), un auténtico best seller que alcanzó cincuenta ediciones y fue la fuente de conocimien­to sobre China de toda la intelectua­lidad europea, desde Michel de Montaigne a Francis Bacon.

Última bala en la recámara

Cuando Felipe II obtuvo la Corona de Portugal en 1580, el nuevo gobernador de Filipinas, Gonzalo Ronquillo de Peña

José Gartner de la Peña, 1892. losa, consideró al jesuita Alonso Sánchez la persona idónea para llevar la noticia a las colonias portuguesa­s de China. En marzo de 1582, este salió de Manila en dirección a Macao, donde logró que las autoridade­s lusitanas aceptaran pacíficame­nte al nuevo rey. Tras el éxito de su misión, regresó a Manila, convencido de que la cristianiz­ación de China solo sería posible con el apoyo de las armas. El padre Alonso Sánchez fue el principal impulsor del ambicioso plan de conquista planteado por la Junta de la Empresa de China en 1583. Todas las autoridade­s y estamentos filipinos reunidos en ella, desde el capitán general Diego Ronquillo de Peñalosa, sobrino del anterior gobernador, al cabildo y el obispo Domingo de Salazar, coincidier­on en que la única vía de penetració­n en China era la militar, y que era necesario enviar al belicista Alonso Sánchez como emisario a la corte de Madrid para activar la empresa. A medida que se tenían más noticias y conocimien­tos sobre China, las estimacion­es de tropas necesarias para su conquista desde Manila fueron en aumento: desde las escasas decenas de soldados de los primeros proyectos hasta los seis mil demandados por el gobernador Francisco de Sande en 1576, los diez mil calculados por Alonso Sánchez en 1583, los quince mil propuestos por el factor real Juan Bautista Román en 1584 o los más de veinte mil estimados por las Juntas Generales de Filipinas en 1586. Los denodados esfuerzos de Alonso Sánchez, en nombre de la colonia filipina, por convencer a Felipe II de la necesidad de un amplio despliegue militar contra China fracasaron. La prudencia y sensatez proverbial­es del rey español, el descalabro de la Armada Invencible en 1588 y la decisión del papa de evangeliza­r China mediante la predicació­n, y no con las armas, enterraron definitiva­mente los quiméricos proyectos de conquista. A pesar de toda la propaganda militar y misionera que fue orquestada desde Filipinas, ni tan siquiera después de la unión de España y Portugal en el año 1580, el Imperio luso-castellano pudo rivalizar en el hemisferio oriental con el reino de China, visto por sus gentes como el poder central del universo e incluso como un universo en sí mismo. ●

Felipe II enterró los planes de conquistar China

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La destrucció­n de la Armada Invencible.

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