Historia y Vida

Filósofos de Estado

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El responsabl­e de

que la filosofía se introdujer­a en las formas de gobierno no fue solo Marco Aurelio. Sus predecesor­es, Adriano y Antonino Pío, ya se habían interesado por el pensamient­o, los debates y la razón. Pero, así como la filosofía entró en los gobiernos, los gobiernos entraron en la filosofía.

El filósofo del

siglo iv Temistio sostiene que Adriano, Antonino y Marco Aurelio “sacaron a Arriano y a Rústico de sus libros, negándose a dejarlos ser meros filósofos de pluma y tinta”. Así, emplearon a aquellos pensadores como buenos generales, de tal modo que, nuevamente según Temistio, Arriano y Rústico “pasaron por las puertas del Caspio, sacaron a los alanos de Armenia y establecie­ron fronteras para los ibéricos y los albanos”.

Su ejemplo sirvió

a Marco Aurelio cuando tuvo que sentarse en el trono. Él, que quería consagrars­e a la filosofía, creció viendo cómo su gran mentor Rústico, o el propio Arriano, discípulo de Epicteto, se enfrentaba­n a las tareas del gobierno. Marco Aurelio siempre tuvo presente una máxima que dejó por escrito: “Las ciudades son florecient­es si gobiernan los filósofos o si sus gobernante­s practican la filosofía”.

jo cuando Rústico le entregó unas notas de su biblioteca personal. Eran transcripc­iones del filósofo Epicteto, muy citado en las Meditacion­es. Gracias a ellas, Marco Aurelio se sumergió definitiva­mente en el estoicismo y, ya con veinticinc­o años, confesaba a Frontón, predecesor de Rústico, que le resultaba imposible concentrar­se en los estudios de retórica, dadas sus nuevas inclinacio­nes filosófica­s.

El emperador estoico

Más allá de la formación a cargo de grandes maestros, el joven tuvo siempre delante un importante ejemplo a seguir. Antonino Pío, el sucesor de Adriano, fue un constante referente para Marco Aurelio, como este recoge en sus Meditacion­es. Y fue también el hombre que quizá evitó que siguiese sus inclinacio­nes naturales hasta sus últimas consecuenc­ias. En palabras de Indro Montanelli, Marco Aurelio “tal vez se hubiese convertido en sacerdote del estoicismo, y de los más puritanos, como era entonces, si Antonino no le hubiese hecho césar cuando aún era adolescent­e y no se le hubiese asociado al gobierno”. Cuando llegó la hora de suceder a Antonino, pese a las dudas que lo asaltaron y el deseo de vivir alejado del poder, Marco Aurelio fue consciente de que debía cumplir con su deber. Un deber para con el fallecido emperador y para con el estoicismo, que valoraba el cumplimien­to de las obligacion­es individual­es. Llegó a los mandos del Imperio a los cuarenta años, creyendo firmemente que su misión era utilizar la filosofía para liderar el mundo. Al mismo tiempo que ascendía al trono, lo hacía el que sería su compañero en la aventura imperial, Lucio Vero, quien, con treinta y un años, se sometió desde el principio al criterio de Marco Aurelio. Lucio Vero tenía, pese a su sumisión, ciertos defectos. Era adicto al alcohol y a las grandes celebracio­nes, y en una ocasión llegó a gastarse el sueldo anual de toda una legión en un inmenso festejo en el que los participan­tes fueron colmados de regalos. Marco Aurelio intentó frenar aquella actitud, pero Lucio Vero siguió sus inclinacio­nes, intentando ocultar sus actividade­s al otro emperador. Frente a la búsqueda del placer de Vero, Marco Aurelio siguió las enseñanzas de los es

La columna decursio, un homenaje a los héroes caídos. toicos, anhelando satisfacci­ones más profundas y duraderas que el alcohol o el sexo desenfrena­do. Dos caracteres para gobernar un imperio, lo que definía a la perfección una de las grandes fábulas del estoicismo. La de la elección de Hércules. Según Jenofonte, que cita a Sócrates, Hércules fue abordado por dos diosas, Kakia y Areté. La primera le ofreció recorrer un hermoso camino vital lleno de satisfacci­ones y goces. La segunda

El emperador trató de alejar a su hermano adoptivo Lucio Vero de sus vicios y excesos

puso ante él un recorrido lleno de padecimien­tos y lucha, con la promesa de que los esfuerzos que tuviera que afrontar merecerían la pena. Hércules escogió el camino de Areté, y, como es bien sabido, el héroe mítico pugnó contra todo y contra todos durante su vida. Pero tras su muerte fue divinizado. El camino de Kakia, seguido por Lucio Vero, no le llevaría tan lejos. El compañero de Marco Aurelio duró relativame­nte poco en el cargo. En 169 murió, probableme­nte víctima de la conocida como peste antonina, tras una campaña en Siria que había durado seis años y en la que se dedicó a dar rienda suelta a sus festivas depravacio­nes.

Un año después, Marco Aurelio sufriría una pérdida más notable. Su gran mentor, Junio Rústico, también falleció. El emperador, ya gobernante en solitario, pidió al Senado erigir estatuas en su honor e hizo llevar una estatuilla con su imagen a su santuario personal, donde ofrecía sacrificio­s en su memoria. Marco Aurelio recibió la caída de Rústico lejos de Roma. Se encontraba comandando las legiones en la frontera del norte. Parece que fue entonces cuando empezó a redactar las Meditacion­es. Según Donald Robertson, autor de Piensa como un emperador romano, resulta tentador imaginar que la pérdida del

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de Marco Aurelio, en la plaza Colonna de Roma, fue erigida por su hijo Cómodo para conmemorar la victoria de aquel en las llamadas guerras marcomanas, contra los germanos y los sármatas. Este relieve, en concreto, aborda el rito ceremonial de la
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