KBR y lo mejor de la fotografía
Bill Brandt y Paul Strand estrenarán el centro barcelonés
KBR: el símbolo químico
del bromuro de potasio, sal imprescindible en el proceso de revelado de la fotografía analógica. Este es el nombre que recibe el flamante Centro de Fotografía de la Fundación MAPFRE de Barcelona. Sus instalaciones permitirán disfrutar de las retrospectivas de maestros indiscutibles, y también descubrir los fondos de su colección.
El Centro de Fotografía KBR
abrirá sus puertas al público en octubre con dos importantes exhibiciones. Una es la dedicada al alemán Bill Brandt (190483), cuyo trabajo refleja las influencias del Surrealismo y el interés por el documento social. Otra se centra en Paul Strand, maestro de la llamada “fotografía directa”. kbr.fundacionmapfre.org
gital, ha permitido que cualquier ciudadano pueda documentar hoy, con exhaustividad, su existencia cotidiana. Algunos artistas, como el norteamericano Harry Callahan, fueron pioneros en la creación de una suerte de “diario visual”, fotografiando temas cotidianos como su vida familiar o sus recorridos por las calles de Detroit o Chicago, utilizando técnicas fotográficas como la doble exposición. Con la consolidación de la fotografía como medio de expresión imprescindible de nuestra era, irrumpirán nombres como Lee Friedlander, cuya carrera arrancó con encargos en el retrato comercial (de John Coltrane, Miles Davis y otros grandes del jazz a una Madonna que aún no se había convertido en estrella musical) y que se consagraría como artista con lacónicas e introspectivas imágenes del paisaje urbano.
A medida que la sociedad de masas se deja fascinar por los productos del capitalismo, la fotografía se configura como un medio idóneo para convertir en fetiche cualquier objeto (desde un producto de supermercado a un automóvil) o incluso a una persona (de la modelo del mundo de la moda a la estrella de la industria de la música o el cine). En la posmodernidad se multiplican incesantemente las formas de expresión fotográfica. Esta diversidad no ha hecho más que crecer en la era digital, en la que cada ciudadano, equipado con su teléfono móvil, es un potencial creador y difusor de imágenes. Hay, no obstante, algo en el sinfín de fotografías que todos los días impactan nuestras retinas, algo que nos remite a los orígenes: la permanente tensión creativa entre la voluntad documental y la intención artística que alentó ya a los pioneros de los tiempos del daguerrotipo. ●
Tenía ganas de envenenar a un monje”. Esa fue la idea que impulsó al filósofo y medievalista Umberto Eco (19322016) a escribir El nombre de la rosa (1980), su debut en la ficción. Lo cuenta en Apostillas a El nombre de la rosa, publicado tres años después de la novela. También revela que la historia iba a estar ambientada en un convento contemporáneo y protagonizada por un monje detective lector del diario comunista Il manifesto. Finalmente, decidió situarla en una abadía benedictina en el siglo xiv (“el presente solo lo conozco a través de la televisión, pero del Medievo tengo un conocimiento directo”, escribió Eco), darle el protagonismo a un franciscano británico con apellido y sagacidad holmesianos (Guillermo de Baskerville) y envenenar no a un monje, sino a varios.
De esta manera, con su habitual ironía, explica Eco el origen del que se convertiría en el thriller histórico más influyente de la historia de la literatura. Un erudito y, por tanto, inesperado best seller,